Infravivienda

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Ellis en el solar de barracas donde malvive parte de su familia, en Vallcarca (Barcelona)

Ellis en el solar de barracas donde malvive parte de su familia, en Vallcarca (Barcelona) / Manu Mitru

Gisela Macedo

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Ellis tiene 11 años y es un niño muy querido en Vallcarca, el barrio de Barcelona que le ha visto nacer y crecer. Sus vecinos y profesores lo describen como un chico ejemplar, que sobresale a pesar de un contexto social adverso. Pertenece a una gran familia asentada desde hace más de una década en chabolas y locales ocupados de esta zona de la capital catalana.

Quien le conoce, se cura de prejuicios. “La gente del barrio me quiere mucho, les llama la atención que soy muy educado y que sé hablar catalán”, cuenta a este diario. Con una sonrisa, explica que su vida “está bien” y que lo que más le gusta es el boxeo, aunque le preocupa la situación de su familia y la ha dado a conocer con un aplomo insólito a su edad. Ellis intervino hace unas semanas en un Consejo de Barrio al que acudió la concejala del distrito, Laia Bonet (PSC). Le pidió “soluciones sociales, no policiales” para su comunidad de origen gitano-rumano.

Ellis y sus padres forman parte de la gran comunidad de familias gitano-rumanas que viven en asentamientos de barracas y locales ocupados del barrio de Vallcarca.

Sus tíos, primos y abuelos habitan en barracas construidas en solares junto a la avenida de Vallcarca. Allí también trabajan, ya que todos se dedican a la recogida y venta de chatarra y es en estas mismas parcelas donde separan el material valioso de la morralla. El niño vive con sus padres y hermanas en un local ocupado.

Parte de la familia de Ellis y Jimmy malvive en barracas junto a la avenida de Vallcarca de Barcelona

Parte de la familia de Ellis y Jimmy malvive en barracas junto a la avenida de Vallcarca de Barcelona / Manu Mitru

A grandes rasgos, la rutina de Ellis no es muy distinta de la de otros niños de su edad: se despierta, va al colegio y juega con sus amigos. Cuando sale de clase, el pequeño acude al poblado donde pasa tiempo con sus familiares. Va acompañado de su padre Jimmy, quien también es chatarrero, aunque trata de encontrar, sin éxito, otro trabajo. “No tengo estudios, pero tengo papeles y carné de conducir. Si encuentro trabajo podré pagar una casa pero ahora ¿qué alquiler puedo pagar?”, expresa en una entrevista con EL PERIÓDICO.

Con la chatarra, el padre de Ellis puede ganar como máximo, asegura, 250 euros mensuales. “Es casi nada, pero es algo. Es mejor que robar y te sientes tranquilo contigo mismo. Pero seguiré buscando trabajo hasta que lo encuentre, para mejorar un poco nuestra vida”, declara el hombre. “Queremos integrarnos en la sociedad, que alguien escuche nuestra voz. La pobreza es como el fantasma que todo el mundo tiene miedo de ver, pero es real. También somos humanos”, reivindica.

El hogar familiar

Tras pasar un rato en las barracas, Ellis y su padre regresan juntos a casa. Es un local ocupado donde les espera Raluca, la madre, junto con sus dos hermanas pequeñas, de cinco años y cuatro meses de edad. La familia abre las puertas de su pequeña morada a este diario, como puede verse en el vídeo que acompaña este texto. Conviven los cinco y tres perros. La estancia principal es un salón-comedor-dormitorio con una cama, un par de mesas, sillas y un radiador. Allí duermen los dos hermanos mayores. Los perros tienen una zona propia, separada por una verja. Subiendo unos escalones está la habitación de los padres y del bebé, con una pequeña cama que comparten y un modesto baño que pierde agua.

Ellis y su familia viven en un local ocupado de Vallcarca

Ellis y su familia viven en un local ocupado de Vallcarca / Manu Mitru

A pesar de las condiciones en las que viven en Barcelona, la pareja coincide en que son mejores que las que tenían en su país de origen, Rumanía. “Aquí a los niños les podemos ofrecer una vida un poco mejor. Pueden ir al colegio y todos los profesores me dicen que son muy educados. En mi país era peor. No teníamos nada”, describe ella. 

Ellis y su familia

Ellis y su familia / Manu Mitru

"El boxeo es mi vida"

Es jueves, el día favorito de la semana para Ellis porque tiene clase de boxeo. La organiza la asociación de vecinos Som Barri y es una actividad gratuita de integración que hacen en el parque. Aunque el grupo es fluctuante -en invierno hay menos participantes que en verano- Ellis y Jimmy son dos de los que más participan. Pendiente de la hora para no llegar tarde, el pequeño se cambia de ropa en casa y se prepara para ir a la extraescolar que tanto le entusiasma y a la que acude desde hace tres años. “El boxeo es mi vida. ¡Es el mejor deporte del mundo!”, exclama contento.

Ellis durante su clase de boxeo en la calle

Ellis durante su clase de boxeo en la calle / Manu Mitru

Ellis durante su clase de boxeo en la calle

Ellis durante su clase de boxeo en la calle / Manu Mitru

José González, uno de los entrenadores y miembro de la asociación vecinal Som Barri, destaca los beneficios que aporta este deporte a la comunidad: “El boxeo se usa mucho en el ámbito social; en los EEUU se utiliza desde hace mucho tiempo para las personas sin recursos". "Parece violento, pero te quita de la mala vida porque tienes que estar sano, te obliga a cuidarte mucho y no fumar ni beber", expone. "También te da muchos valores de respeto y compañerismo, la gente que hace boxeo en serio no se pelea en la calle, porque no lo necesita”, explica. Para la familia de Ellis es, además, una forma de arraigo al vecindario que les ha arropado.

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