Aniversario en Collserola

El Tibidabo cumple 20 años de silenciosa y obstinada gestión pública

El parque de atracciones se sobrepuso al fallecimiento de un adolescente en 2010 y ha superado los efectos del covid y los rumores de privatización

La ciudad se quedó el negocio y también los terrenos, lo que blinda el espacio natural y evita cualquier pelotazo en el futuro

Carlos Márquez Daniel

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Curioso, y valoren ustedes si es una casualidad, que algunas de las cosas públicas que mejor funcionan en Barcelona sean las que menor intervención política soportan. No depender en exceso de los vaivenes de Sant Jaume permite trazar estrategias a largo plazo, continuistas, basadas en criterios más sociales -e incluso empresariales- que posturales. Sucede con el plan de bibliotecas, la teleasistencia, la organización de las fiestas de la Mercè y también con el parque de atracciones del Tibidabo, el único equipamiento que se ve desde los 73 barrio de la ciudad. La montaña mágica ha cumplido esta semana 121 años de historia, pero la efeméride que aquí se abordará es el 20º aniversario de la gestión pública a través de la empresa PATSA, integrada en el gigante municipal BSM. El consistorio se quedó un negocio ruinoso y poco a poco, gobierno a gobierno, alcalde a alcalde, ha ido consolidando un modo distinto, y solvente, de distraer a la gente.

Personas vestidas de época, durante la fiesta de aniversario del Tibidabo, el sábado por la mañana

Personas vestidas de época, durante la fiesta de aniversario del Tibidabo, el sábado por la mañana / Jordi Cotrina

El avión, el monorraíl, la atalaya, el carrusel, la noria, los espejos, los autómatas, el hotel Krüeger...; todo el mundo tiene un recuerdo asido a alguna de las atracciones emblemáticas del parque que a finales del siglo XIX ideó Salvador Andreu, el padre de la avenida del Tibibabo y componente de esa escuadra de burgueses obsesionados con el progreso de la ciudad (y el suyo propio, por supuesto). Pero esto es también una empresa, unos terrenos, una gestión, un personal, unos gastos, unos patrocinios, una cuenta de resultados. Al frente de todo ello está Rosa Ortiz, la director general del parque, con quien este diario charla sobre el ahora, el ayer y el mañana.

¿Negocio público?

Los inicios públicos no fueron para nada sencillos, pues la adquisición por parte del Ayuntamiento de Barcelona requirió más de dos años de trámites y negociaciones, en parte obstaculizadas por algunos de los anteriores accionistas de la lúgubre Grand Tibidabo de Javier de la Rosa. "Una de las consignas que recibimos -recuerda Ortiz- es que no fuera una carga para la ciudad". Un planteamiento algo frívolo, como ligero podía parecer para según quién que la capital catalana tuviera en nómina un parque lúdico. Se pusieron a ello, con un plan estratégico que contenía tres ramas: equipamientos, espacio verde y atracciones.

El avión del parque, una réplica del primer aparato que realizó el trayecto entre las ciudades de Barcelona y Madrid

El avión del parque, una réplica del primer aparato que realizó el trayecto entre las ciudades de Barcelona y Madrid / Jordi Cotrina

La operación, en números redondos, se cerró por unos 3.000 millones de pesetas (18 millones de euros) y no tardaron en aparecer voces en el pleno municipal que reclamaban la privatización del parque. Lo pidió CiU a finales de 2002, pero en 2013, durante el mandato 2011-2015, el alcalde Xavier Trias lo descartó. Un gesto valiente, pues el parque, además de padecer los efectos de la crisis económica, todavía se estaba recuperando de la muerte de un joven de 14 años en la atracción del Péndulo en julio de 2010. Aquel año se cerró con 200.000 visitantes menos que en 2009 y 2,2 millones de pérdidas. En 2011 se redujeron a 1,5 millones. El cálculo inicial de los convergentes era que el parque sería atractivo para el mercado privado cuando se volviera a conseguir la cifra de 600.000 usuarios. "Pero en estos momentos ya no está encima de la mesa", zanjó el edil de CiU Joan Puigdollers, que fue concejal durante 28 años, siete mandatos seguidos. "Cuando conocieron en profundidad la gestión, ellos mismos cambiaron de opinión, y ahora el modelo público ya no se discute", argumenta Ortiz.

Los números

Diez años después, apunta la directora del Tibidabo, en un ejercicio sin sobresaltos el parque genera un beneficio anual cercano al millón y medio de euros. Obviamente, la pandemia ha hecho mucho daño (110.801 visitas en 2020 y 400.087 en 2021 que generaron pérdidas), pero la previsión es cerrar 2022 con una cifra muy cercana a los sostenibles 600.000 entradas. El techo, por cierto, se logró en 2017 con 732.574 visitantes, con un 85% de público local y un 15% de turistas, porcentajes que dejan claro dos cosas: que faltan forasteros que vengan a la ciudad más de una vez (en una primera visita se limitan a los clásicos urbanos) y que los barceloneses siguen sintiendo muy suya la cima de la montaña. Y de hecho lo es, porque la compra del parque incluía, y es un detalle importante, la compra de los terrenos, en los que jamás se podrá edificar nada que el ayuntamiento no autorice. Tampoco sería fácil, pues linda por todas partes con el parque natural de Collserola. Aquella recalificación urbanística requirió, emula Ortiz, de una negociación que se alargó más de cinco años.

El alcalde Joan Clos y el entonces ministro de Industria, Josep Piqué, en febrero del 2000, cuando la ciudad inició el proceso para quedarse el Tibidabo

El alcalde Joan Clos y el entonces ministro de Industria, Josep Piqué, en febrero del 2000, cuando la ciudad inició el proceso para quedarse el Tibidabo / Jordi Cotrina

De cara al futuro, el Tibidabo se pone como reto incidir más en el público juvenil. Es cierto que alcanzada determinada edad, la magia del avión o de la atalaya se diluye, y que los adolescentes pierden esa chispa por subir a la montaña. El tema de la accesibilidad es otro de los melones abiertos. La ciudad heredó un aparcamiento con 500 plazas y un proyecto para construir otro junto al Hotel Florida. Se descartó y se empezó a trabajar en el transporte público, con lanzaderas de bus desde el corazón de la metrópolis. También se llevó a cabo el cambio de motor del motor al funicular. Seis millones de euros que permitieron doblar la capacidad. Hasta que en junio de 2021 se estrenó, tras dos años de obras y una inversión de 19 millones de euros, la Cuca de Llum un millón más que lo costó el parque entero a principios de siglo.

Tramvia Blau...

Ya son historia los coches aparcados en la ladera de las dos carreteras que suben al parque, pero el porcentaje de transporte público sigue siendo bajo (60% por 40% que sube en vehículo privado) para tantos miles de visitantes en un entorno natural. Del Tramvia Blau, que lleva cuatro años y medio sin circular, mejor no hablar, pero se supone que este mismo año el ayuntamiento debería tener sobre la mesa un proyecto de renacimiento del ferrocarril que irá de la mano de la reforma de la avenida del Tibidabo. En el futuro cercano también está la llegada a principios de 2024 de la nueva atracción de caída libre. Y en cartera, comparte Ortiz, el deseo de crear una atracción capaz de conectar la parte baja del parque con la parte alta.

El mirador, una de las obras ejecutadas desde que el parque es de gestión municipal

El mirador, una de las obras ejecutadas desde que el parque es de gestión municipal / Jordi Cotrina

El futuro a medio y largo plazo seguirá dependiendo, amén de que persista el buen rumbo en la gestión, de que el Tibidabo se mantenga como una herencia sentimental ciudadana. Cerca de 20.000 familias (unas 80.000 personas) son socias del Tibiclub y el avión, los autómatas o la atalaya, como sucede con el dragón del parque Güell, las Golondrinas del puerto o el 'panot' Barcelona, siguen formando parte del imaginario colectivo barcelonés, algo huérfano de novedades en las últimas décadas, por cierto. Cosas de la globalización.