Testimonio
Diario de una vecina de Ciutat Vella: “Me pongo los tapones. El calor es menos insoportable que este ruido”
El Periódico
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El Periódico
Marta, nombre supuesto que elige una vecina de Ciutat Vella, en concreto de la calle de Joaquim Costa, para explicar cómo el ruido condiciona su vida, reside en la calle desde hace un año y medio con su pareja: “Cuando ella me dijo que se pondría tapones me pareció antiromántico. Ahora los llevamos las dos. Sabíamos que habría mucho ruido, pero confié en que con buenas ventanas y mi sueño imperturbable podría aguantarlo. Soy joven, me han tirado agua y huevos por la noche en la calle. No quiero una Barcelona sin vida. Pero desde que vivo aquí me he dado cuenta de que nadie tiene súperpoderes que permitan convivir con estos niveles de ruido. Y no solo es un problema de noche. Hace un año nos dio vergüenza ir a una reunión de vecinos contra el ruido. Ahora forma parte de un grupo de gente implicada en el tema”.
Lunes
Cierro balcones. Tapones y a dormir. Ni miro cómo está la calle.
Martes
Es casi medianoche y varios grupos de siete a nueve personas hablan en voz alta en la calle, debajo mi balcón. Puedo seguir las conversaciones perfectamente desde mi cama. Cada pocos minutos, a menudo segundos, un monopatín (o varios) pasa por la calle ahogando el sonido de las conversaciones como si se tratara de un avión cuando despega. A veces también pasan grupitos o personas solas con su música a todo volumen con altavoces pequeños o grandes, lo que parecen maletas. Cierro los balcones y las ventanas, me pongo tapones en las orejas e intento dormir. El calor es menos insoportable que este ruido.
Miércoles
Voy directa a los tapones de las orejas, las ventanas bien cerradas y a intentar ignorar todo lo que pasa en la calle para no desvelarme.
Jueves
Es medianoche pero Joaquim Costa no descansa. Pasan grupos de jóvenes y no tan jóvenes. Muchos cantan o gritan. O las dos cosas a la vez, si es que a eso se le puede llamar cantar. Hay varios grupos de jóvenes, ahora sí, delante de pequeños supermercados o de puestos de comida para llevar, que parece que esperen a que algún compañero acabe de hacer su compra. O quizá no esperen a nadie y sencillamente beban o coman lo que acaban de comprar. Son las terrazas no oficiales. En teoría no existen, pero en la práctica se acumulan grupos de gente que están de palique hasta las tantas. Como esas terrazas no oficiales no existen, tampoco tienen limitación alguna. Sus usuarios no se sientan, eso es verdad. Pobres.
Viernes
Ya por la tarde empiezan a desfilar las despedidas de soltero, y los grupos de gente (muchos de ellos, turistas) se preparan para una noche de fiesta. Será una noche larga, como la de todos los viernes.
Sábado
Hoy es una noche de sábado normal y corriente. Hacia medianoche no sucede nada concreto, pero la calle está tan llena de gente que sencillamente pasea o se detiene a charlar que dentro del comedor de casa tenemos unos 62 decibelios de media (en Joaquim Costa, el máximo permitido son 55 decibelios en la calle a partir de las 23.00, obviamente en el comedor tendrían que ser menos). No hace falta que nadie haga algo incívico para llegar a esos niveles de ruido cuando hay tanta gente en una calle tan estrecha sin árboles. Nadia grita o canta. Sencillamente, hablan. A las 3.00 me despierto para ir al lavabo y escucho, a través de los tapones y la ventana, y por encima del ruido del motor del ventilador, los gritos medio ahogados de una pareja que discute o grita emocionada. Aprovecho para sacarme los tapones y salir al balcón para degustar la vida en la calle para este artículo. Solo salir oigo cómo a los de abajo les cae alguna cosa (¿un huevo?). Gritan: “Fuck you”. Y se van. Mientras tanto, pasan varios grupos por la calle. Ninguno especialmente ruidoso pero tampoco es que sean silenciosos. Vuelvo a la cama, me pongo los tapones y escucho un camión. Repito la operación y desde el balcón veo como la pobre gente del camión de la limpieza empuja una decena de latas y botellas con sus mangueras, haciendo mucho ruido, para dejar la calle limpia. Me vuelvo a la cama con mis tapones, el ventilador con el ruido constante de su motor, que ahoga el de la calle, y todo bien cerrado. Por mucho que quiera explicar qué pasa aquí, sé por experiencia que será toda la noche igual. Mi descanso (por precario que sea) no merece perderse. Una media hora después me despierta un grupo de gente gritando (¿cantando?) por la calle. No hay manera.
Domingo
Mañana tenemos que madrugar. Tapones y a intentar conciliar el sueño. Nos vamos a un sitio donde podremos dormir mejor.
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