Vecinos del Raval y el Gòtic

Convivir con el ruido en Barcelona: “Da rabia que digan que queremos una ciudad pandémica; lo que queremos es dormir"

"No estamos en contra de los negocios, de lo que estamos en contra es de que para maximizar el beneficio de unos pocos, cientos de personas no puedan descansar en su propia casa”, resume un vecino de la calle de Joaquín Costa, en el Raval

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A1-149572571.jpg / JORDI OTIX

Helena López

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Miquel Prats explica que le da "rabia el discurso del gremio de restauración, que dicen que queremos una ciudad pandémica". "No estamos en contra de los negocios, de lo que estamos en contra es de que para maximizar el beneficio de unos pocos, cientos de personas no puedan descansar en su propia casa”, resume este vecino de la calle de Joaquín Costa, "donde en 68 números tenemos 34 bares o similares". Ese modelo de ciudad y de negocio que concentra ese tipo de licencias en puntos específicos es el foco de insomnio no solo de Prats en el Raval, también de los vecinos de Escudellers y la plaza de Orwell, en el barrio Gòtic o de los vecinos de Enric Granados en el Eixample.

Frente a casa de Prats años atrás había una ferretería que, como tantos otros negocios en Joaquín Costa, se convirtió en bar, que ahora “actúa de pseudodiscoteca, con licencia hasta las tres de la mañana”, relata este vecino, miembro de la Xarxa Veïnal del Raval. Tras el covid, además, le dieron licencia de terraza. "Llegó a tener hasta siete mesas. Tras muchas quejas, ahora tiene solo dos, “pero el problema no es tanto el horario de la terraza, sino que, cuando está cerrada, bajan el parasol y recogen las sillas, pero el espacio de terraza sigue allí e invita a reunirse en ese punto", critica el vecino, quien sembró la semilla de la Xarxa Veïnal contra el Soroll, plataforma que se concentrará en la plaza de Sant Jaume el próximo jueves 16 de junio.

Miquel Prats, vecino de la calle de Joaquim Costa, en el Raval.

Miquel Prats, vecino de la calle de Joaquín Costa, en el Raval. / ALVARO MONGE

Hijo del Raval, barrio donde ha vivido toda la vida, Prats vive en la misma finca que su tía, de 90 años, todavía más expuesta que él ya que vive en el principal, donde el ruido está mucho más cerca. "La parte buena de la edad de mi tía es que tiene peor el oído y eso, aquí, es hasta una ventaja, porque yo tengo doble cristal en las ventanas y aire acondicionado, pero ella no; y muchísimos vecinos en este barrio tampoco”, lamenta este vecino, quien señala que la afectación no es solo el ruido, es también la invasión del espacio público, a la hora de querer salir de su casa y tener el portal lleno de gente.

La empatía de la centralita

"La guardia urbana como tal no tienen un teléfono. Llamas al 112, hablas con una centralita y de allí pasan el mensaje a la policía. Eso genera mucha impotencia. A veces al final dejas de llamar, no porque el problema se haya resuelto, sino porque ves que no va a servir para nada", remata el hombre, quien reconoce que el concejal Jordi Rabassa es un política que les escucha, pero "su discurso es bastante buenista, y el resultado, casi nulo". 

Al otro lado de la Rambla, en el Gòtic, vive desde hace décadas Esther, en George Orwell, la plaza que nunca duerme, igual que sus vecinos. "Los propietarios de las terrazas no tienen ninguna intención de entender que el lugar en el que ellos están haciendo negocio es el espacio público. Entienden que pagando sus impuestos ya tienen suficiente", lamenta esta vecina, quien lleva muy especialmente mal el tema de los músicos callejeros atraídos por la concentración de terrazas de la plaza. "Hay muchas terrazas, muchas sillas y mucha gente, y estos músicos se creen con el derecho a peinarla entera y sacar el máximo dinero. Cada 10 minutos pasa un músico por la terraza, para ellos es una forma de ganar dinero y no les importa que tú lleves siete años escuchando las mismas canciones", se desespera.

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