Incivismo

La obra de arte más vandalizada de Barcelona

‘La ola’, la pieza que Jorge Oteiza donó al Macba en 1998, ocupa plaza destacada en el desagradable ‘ránking’ de esculturas ensuciadas por pintadas

El museo también expone en el espacio público un mural de Keith Haring que es respetada por lo grafiteros porque el artista era uno de los suyos  

'La ola', de Jorge Oteiza, con rayadas en la superficie pero sin pintadas, este jueves

'La ola', de Jorge Oteiza, con rayadas en la superficie pero sin pintadas, este jueves / Joan Cortadellas

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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¿Cuál es la obra de arte más vandalizada en Barcelona? Difícil saberlo, no hay estadísticas pero sí hay brigadas municipales de conservación y restauración que se mueven por la ciudad intentando borrar las huellas que dejan los incívicos del grafiti en el arte público de titularidad municipal; y equipos de restauradores de museos que hacen lo propio en las piezas de sus fondos que tienen a bien de exponer en plazas y calles de Barcelona para disfrute de todos.

Y en este desagradable ‘ranking’ de la escultura más veces limpiada, por lo tanto, más veces agredida, ‘La ola’, la pieza que Jorge Oteiza donó en 1998 al Macba, ocupa plaza destacada compitiendo con el ‘Homenatge a Emili Vendrell’, un conjunto levantado a la memoria del músico en la calle de Joaquim Costa y firmado por Rafael Solanic, Beth Galí y Rosa Maria Clotet, y con ‘El mur’ que Richard Serra creó en los 80 para la plaza de la Palmera en la Verneda. 

La dedicatoria que Jorge Oteiza marco en 'la ola' vandalizada, este jueves.

La dedicatoria que Jorge Oteiza marco en 'la ola' vandalizada, este jueves. / Joan Cortadellas

Revisión diaria

De las dos últimas se ocupa el ayuntamiento de su limpieza, pero la pieza de Oteiza es competencia del museo, que es titular de la obra. El Macba y ‘La ola’ se levantan en uno de los puntos negros del vandalismo de Barcelona: la plaza de los Àngels, así que la agresión contra la escultura es constante, tanto que el equipo de restauración del centro la revisa diariamente y su limpieza habitual forma parte ya de una de las partidas del departamento de conservación. Las casi tres toneladas (2.758 kilos) de aluminio y pintura negra tienen una protección, un barniz antigrafiti, pero sus propiedades desaparecen más rápido de lo habitual porque la escultura se tiene que limpiar más de lo normal. 

Los grafiteros suelen respetar el mural 'Todos juntos podemos parar el sida’ de Keith Haring. 

Los grafiteros suelen respetar el mural 'Todos juntos podemos parar el sida’ de Keith Haring.  / Joan Cortadellas

21.000 euros

Entre 2019 y 2020 recibió una restauración a fondo que supuso su retirarla del espacio público para devolverla al taller donde fue forjada, en Parets del Vallès. Se le retiró la capa protectora, se la pintó de nuevo y se volvió a imprimar con el barniz antigrafiti. Una operación que antes se hacía cada mucho tiempo pero que el museo asume que tendrá que hacer “cada dos años”. Y ello supone un gasto de 21.900 euros más una logística complicada: ”Implica desmontarla y transportarla en un camión-grúa y, comporta, además, escolta, cortar calles, permisos de la Guardia Urbana…”, explican desde el centro. 

Es difícil pintar sobre la pieza ‘Barcelona, Mural G-333’ de Eduardo Chillida por su altura, pero las paredes que la rodean sí están al alcance del espray.

Es difícil pintar sobre la pieza ‘Barcelona, Mural G-333’ de Eduardo Chillida por su altura, pero las paredes que la rodean sí están al alcance del espray. / Joan Cortadellas

El tag, una pesadilla

La de Oteiza no es la única obra que expone el Macba en el espacio público, exhibe también el mural ‘Barcelona, Mural G-333’ de Eduardo Chillida y ‘Todos juntos podemos parar el sida’ de Keith Haring, pero estas dos cuentan con menos agresiones que ‘La ola’. La primera por altura, los vándalos del espray no llegan, aunque las paredes que la envuelven dan asco; la segunda por respeto. Haring fue grafitero así que los que hacen pintura mural en la calle la respetan. “Si alguna vez ha aparecido una pintada, ha sido un tag”, apuntan desde el museo. Y es que los que se dedican a los tags (firmas) son un mal sueño. No respetan nada. “El grafitero sabe muy bien donde hace el grafiti, el problema son los que hacen tags, que los pintan en cualquier lugar”, afirma Pere Rovira, restaurador del Centre de Restauració de Béns Mobles, el organismo de la Generalitat que supervisa cómo se reparan las piezas que gozan de protección patrimonial. 

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