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Los patos salvajes descubren Barcelona para anidar

Anecdóticos hasta 2021, en un enigma aún por descifrar esta especie ha puesto huevos este año en parques bucólicos, sí, pero también en estanques aparentemente inhóspitos

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A1-152716995.jpg / JOAN CORTADELLAS

Carles Cols

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Las causas son aún nebulosas. Hipótesis hay varias. Lo indiscutible es que el pato salvaje (que aunque va vestido de etiqueta, con su hermoso cuello verde ribeteado con una gargantilla blanca, es más salvaje de lo que en principio cabe suponer, como se revelará al final de la crónica en unos párrafos no aptos para todos los públicos) ha descubierto Barcelona como hogar en el que afincarse y anidar. Es esta una sorpresa biológica cuyo alcance está pendiente aún de ser ponderada, pero antes de 2022 la puesta de huevos por parte de las hembras del ánade real o azulón (‘Anas platyrhynchos’’) era solo observable ocasionalmente en unos pocos parques de la ciudad, como los de la Ciutadella, Palau Reial y Diagonal Mar, jardines de generosas proporciones y, sobre todo, con recónditos rincones de vegetación estupendos para incubar. Lo de este año, sin embargo, es lo nunca visto. Hasta ha criado esta especie en el aparentemente inadecuado estanque de los jardines del Baix Guinardó, indiscreto como un 'peep-show', y no es un caso aislado.

Lo ocurrido en ese parque, antes conocido como Jardins Príncep de Girona y, antes de aquello, como Cuartel Militar de Caballería Girona, ha sido, para los vecinos, un motivo de entretenimiento cotidiano. Hace dos meses los polluelos, 11 inicialmente, daban sus primeros nados tras romper el cascarón y, pasadas esas ocho semanas, los más fornidos han emprendido ya el vuelo. Los vecinos han pasado un buen rato, eso sin duda, pero para esa malla de empleados municipales que velan por la naturalización de la ciudad lo ocurrido ahí, por inesperado, ha sido un examen sorpresa que ha puesto a prueba sus reflejos. Queda dicho que han aprobado con nota.

Los muy conformistas patos de los jardines del Baix Guinardó, que han nacido en el más antinatural de los estanques urbanos.

Los muy conformistas patos de los jardines del Baix Guinardó, que han nacido en el más antinatural de los estanques urbanos. / FERRAN NADEU

El estanque de ese parque es solo un rectángulo de cemento con medio metro de agua. No hay cañaverales, nenúfares ni bucólicos rincones empedrados como los que le gustaba recrear a Rubió Tudurí en sus jardines. Es de una simplicidad casi aburrida, el equivalente en estanque de las plazas duras bohiguianas. El único elemento que rompe la geometría de ese falso lago son cuatro alcorques que sobresalen por encima del nivel del agua y en el que hay plantados otros tantos árboles. A la madre de los polluelos le bastó uno de esos minúsculos alcorques para poner los huevos y dejar que la vida se abriera paso.

La cuestión es que la gestión de los parques de la ciudad ya no es, como años ha, una labor exclusiva del Instituto Municipal de Parques y Jardines, de poda, plantación y limpieza de malas hierbas. Ahora es un trabajo coral en el que participan biólogos como Octavi Borruel, con la envidiable misión de mantener la biodiversidad en los estanques naturalizados de la ciudad, y también los técnicos de la Oficina de Protección de Animales de Barcelona, cuyo labor es, metafóricamente, separar el trigo de la cizaña, o sea, preservar la vida salvaje cuando es compatible con la vida urbana y, por el contrario, retirar y enviar a un lugar adecuado a los animales de granja (patos domésticos, conejos, tortugas de Florida…) que aún hay quien suelta en las zonas verdes urbanas cuando en casa ese animal, porque ha crecido, ya molesta.

Un vecino paseo su perro junto a los patos del Baix Guinardó, una convivencia entre especies que ha funcionado mucho mejor de lo que cabía suponer.

Un vecino paseo su perro junto a los patos del Baix Guinardó, una convivencia entre especies que ha funcionado mucho mejor de lo que cabía suponer. / FERRAN NADEU

Ese trabajo coral fue visible precisamente en ese estanque del Baix Guinardó. Era urgente renovar la lámina de agua antes de que cruzara el umbral de la putrefacción. Una vez al año se lleva a cabo esa labor, que en años anteriores se hacía sin prisas. Se vaciaba la alberca, se barría a fondo, se revisaba su estado, se reparaba si era necesario algún desperfecto y, al cabo de un par de días, se rellenaba de nuevo con agua. La presencia de madre y sus polluelos obligó a cambiar el protocolo. A finales de junio, en una coreografía que tuvo bastante entretenido a más de un vecino, todo aquello se ejecutó en un solo día. La preocupación previa pronto se disipó. ¿Buscarían aterrorizadas las aves un lugar en el que esconderse? A los patos se la trajo al pairo todo aquel trajín. Parece que hasta intentaban jugar con el chorro de la manguera.

Todo eso sería una anécdota si no fuera porque esta sorpresiva eclosión de huevos se ha producido simultáneamente en una indeterminada cifra de lugares más de Barcelona y de los municipios circundantes. Se requerirá algo más de tiempo para evaluar lo sucedido, pero la constatación de que este 2022 ha sido ‘el año del pato’ parece bastante incuestionable. Merece la pena reseñar, por oportunísimo, lo ocurrido en el parque de Can Vidalet, en Esplugues, sobre todo porque durante años fue conocido popularmente como el parque de los patos. Aquel sobrenombre le venía de lo que en realidad era un incivismo. Eran los años en que a los niños se les regalaba como mascota un polluelo de pato doméstico, entrañables bolas de pluma amarilla que, de mayores, suelen ser blancos. Cuando crecían, terminaban en el estanque de ese parque, donde la costumbre era, además, llevarles pan para comer.

El parque de Can Vidalet, popularmente conocido como parque de los patos a pesar de que desde la gripe aviar no los había, y redescubierto ahora por la versión salvaje de esta especie.

El parque de Can Vidalet, popularmente conocido como parque de los patos a pesar de que desde la gripe aviar no los había, y redescubierto ahora por la versión salvaje de esta especie. / JOAN CORTADELLAS

Aquella insensatez tuvo su oportuno punto final con la epidemia mundial de gripe aviar de 2003. De los parques urbanos fue eliminado el pato de granja, de modo que en Esplugues, lo que son las cosas, al parque se le siguió llamando de los patos, pero no los había. Hasta este año. Parece que como mínimo ha habido dos puestas de huevos en un estanque, este sí, estupendamente naturalizado, de aquellos en los que la flora y la fauna, en un perfecto equilibrio, mantienen correctamente oxigenada el agua.

Las causas de esta aparente explosión demográfica son, lo dicho en la primera línea, aún inciertas. Aunque con el aumento de las temperaturas en la Tierra se ha constatado que las migraciones de los patos salvajes son más cortas, los ejemplares de Barcelona se supone que son sedentarios y que, por lo tanto, a pesar de que son capaces de recorrer larguísimas distancias, su vida transcurre en un radio de acción muy corto. Exploran y encuentran nuevos espacios cercanos para anidar, no son asustadizos y, llegado el momento, es muy probable que las hembras repitan parque a la hora de incubar, si el recuerdo de la última puesta es satisfactorio.

Un ejemplar macho de ánade azulón, tan pancho, en la Diagonal.

O. B.

La otra posible y poderosa razón por la que este año han comenzado a ser parte del paisaje urbano con mayor fuerza es que se están recogiendo los frutos de una estrategia impulsada a partir de 2008 y acentuada desde 2015 con la que se pretende naturalizar la ciudad, dejar atrás la etapa estrictamente ornamental de la jardinería urbana y avanzar, en el buen sentido, hacia una suerte de Barcelona despeinada, en la que se ha puesto fin, por ejemplo, a las podas radicales, tanto de árboles como de arbustos y se han tomado medidas para favorecer la biodiversidad. Los patos, en este contexto, hay que considerarlos un feliz bioindicador. Aunque aún son pocas, hay 83 especies distintas de aves que anidan en la ciudad, en las que a menudo no reparan los barceloneses, y eso que, con una vista entrenada, proporcionan momentos dignos de un documental de La 2.

Una garcilla bueyera se da un festín de lombrices en ese improvisado 'restaurante' que es el césped del tranvía.

Una garcilla bueyera se da un festín de lombrices en ese improvisado 'restaurante' que es el césped del tranvía. / DAVID GARCIA

¿Desean un buen ejemplo de ello? Pues son una delicia esos minutos posteriores al riego del césped de las vías del tranvía de la ciudad. Con el frescor del agua, se asoman pequeño gusanos entre las briznas de hierba y eso hace que las garcillas bueyeras de Barcelona (otra especie insólita) se aproximen porque saben que es la hora del tentempié.

También los patos pueden ser objeto de una paciente observación, un espectáculo de la naturaleza que, como prudentemente se avisó al lector al principio, puede incomodar a las almas de cántaro. A esa conclusión llegó de forma inesperada en 2003 el catedrático de zoología neerlandés Kees Moeliker, probablemente el mayor especialista mundial en conductas (por decirlo suave) depravadas dentro del reino animal. Su vida cambió el día en que un pato de cuello verde se estrelló contra los cristales del Mueso de Historia Natural de Roterdam. Que tras el patapum estuviera vacío de toda vida no fue obstáculo para que el pato que le perseguía, y que en cierto modo fue el culpable del accidente, copulara con él. La curiosidad llevó a Moeliker a descubrir que se trataba de dos machos, colosal sorpresa que con el tiempo terminó convirtiendo en un artículo científico sobre la homosexualidad necrófila entre patos.

Aquello era, claro, un material de incalculable valor para la rechifla en manos de los fundadores de los premios Ig Nobel. Ganó el de 2003, en la categoría de Biología, y, con ello, una popularidad planetaria, tanta que desde entonces no deja de recibir reseñas de todo el mundo sobre comportamientos aberrantes. Es así una autoridad en la materia, hasta el punto de que la Universidad de Maguncia le ha terminado por conceder un título ‘honoris causa’ por su conocimiento en este campo. “Si algún animal se porta mal en el mundo, yo lo sabré”, dice en broma en sus chispeantes conferencias. Si algo de eso ocurre en Barcelona, no dejen de ponerse en contacto con Moeliker.