Barceloneando
Dos años y medio subiendo escaleras en Barcelona
Anna Yvern comenzó a subir escalones para pasar un duelo. Se ha convertido en una filosofía de vida con 'hashtag': “Subir, respirar y seguir”
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
Es fácil de identificar: la única persona que sube escaleras sin resoplar. Acumula en Instagram más escalones de los que podría asumir Rocky Balboa en todas sus películas. Cada fin de semana sube más de 2.000, tirando por lo bajo. “Cuando veo unas escaleras, para allá que voy”, sonríe Anna. “Comenzó siendo una necesidad –confiesa- y ahora es una afición”. Rectifica enseguida: “Continúa siendo una necesidad”. La vida se le puso cuesta arriba y ahora ella sube escalones a prueba de metáforas.
Anna Yvern, se llama. Es la de los bastones de marcha nórdica. Tiene 57 años y una amabilidad que raya en la acogida. Cuando no está subiendo escaleras, trabaja en el departamento de producción de programas de TV-3. Una mañana con ella y acabas con sonrisa XXL, lagrimilla contenida y tres días de agujetas en el culo. Lleva casi dos años y medio subiendo escaleras en Instagram (@escalesdyvern). “Yo subo escaleras y me vienen todas las imágenes de Fran allí en el camino esperándome, ¿sabes?”. Fran era su marido. El 31 de diciembre hizo tres años que se murió.
“Este es el origen de todo”. Anna señala con su bastón unas escalones que pasan desapercibidos junto un acceso del Park Güell: 321 -los ha contado, sí- hasta el mirador de Joan Sales. “Son las primeras escaleras que publiqué en Instagram”, recuerda. “En este primer tramo son planas y fáciles, y Fran hasta aquí podía, pero allí ya se paraba –Anna señala unos pocos peldaños más arriba-.Y yo subía y volvía a bajar, y seguíamos caminando”.
Solían correr juntos, hacían cursas, montaña, hasta que él enfermó -cáncer de pulmón-. No podía correr, así que empezaron a caminar juntos. “Yo no me cansaba, y le decía: ‘Mira, ¿sabes qué?, espérate aquí, yo subo estas escaleras y vuelvo”. Cuando Fran murió, Anna siguió subiendo escaleras. “Para mí era como volver a sentirlo cerca -se le empañan los ojos-. Fue un proceso y una necesidad. Tenía que subir escaleras, y venga a subir escaleras”. Lo que está aprendiendo ahora –añade- es que no haya nadie esperándola.
“¡Ánimo!”. Anna te sonríe sin rastro de cansancio mientras tú la persigues con la lengua fuera. La misma sensación inalcanzable que el Coyote detrás del Correcaminos. Apenas llevamos dos escaleras y media: unos 300 escalones. Es el comienzo de su ruta “clásica”: 10 kilómetros, 1.478 escalones en total. Eso son unos 80 pisos. Anna ha contado uno a uno todos los peldaños que aparecen en su Instagram. Los sigue contando. “Depende de cómo esté –sonríe-. Si estoy más pallá que pacá y necesito tranquilidad, los cuento”. Es terapéutico, asegura.
Desde el mirador de Joan Sales, Anna te lleva en busca de una callejuela: Uruguai. Tiene 30 escalones “de trámite”, que dice ella. “Son para llegar a otras escaleras que te hacen llegar al sitio donde quieres ir”. Escalones anti-instagramers. En estas rutas para afrontar duelos cuentan igual: de uno en uno.
275 peldaños de trámite después, llegas al Pasaje de Ceuta: 104 escalones rústicos que parecen sacados de un pueblo. “Yo encuentro escaleras –relata Anna entre tramo y tramo-, y la primera vez que las subo, no sé adónde van. Es un poco como mi día a día en mi vida, que no sé adónde va ahora. Vas haciendo, y ya está. Vas siguiendo, vas respirando”. #pujarrespirariseguir, es uno de sus 'hashtags' de Instagram. “Es una manera de vivir –apunta ella-. De ser consciente de lo que estás haciendo: subes, respiras… y sigues”.
Turó del Carmel. Retomas el aliento con vistas y vuelves a bajar. En la calle de la Gran Vista, sobre el número 136, hay unas escaleras que llevan a otras y a unas terceras. 156 escalones hasta las baterías. ¿Que llevamos 1.000 ya? “Todo es posible”, replica Anna al ver tu boca abierta. “Todo, todo es posible. Solo has de saber tu ritmo”, se encoge de hombros. “Mejor hacerlo y adaptarlo a tus necesidades que no hacerlo. Ni intentarlo”. Subes, respiras. Sigues.
Ya no puedes ni hablar. Miras las Escaleras de Tenerife como si llegaran a Mordor. Los últimos 370 escalones hasta las baterías del Carmel. A estas alturas tienes más pulsaciones por minuto que al pagar la factura de la luz. #dezeroacent. Es otro de sus 'hashtags' de Instagram. “Tú estás a cero pulsaciones al comenzar unas escaleras y haces 30 escalones y ya estás a 100”.
La charla también sube de pulsaciones a medida que sumas escalones. “El proceso del duelo... -comparte Anna entre sudores-. Sientes dolor y siempre sentirás dolor, pero se tiene que transformar en amor. Porque lo fue. Que aunque te caiga una lágrima, acabes sonriendo”. Antes no, pero ahora sube siempre escaleras con cascos: va escuchando alguna de las 'playlist' que se ponía su marido para correr. “No puedes tener una presencia física, pero tienes una presencia… -resopla-. La sientes. Miras al lado y no hay nadie, efectivamente, pero lo sientes”.
Subir, subir siempre, nunca bajar. “Nunca recular”, puntualiza Anna. Ella nunca baja las escaleras que ha subido en cada ruta. “Eso es muy importante –cuenta-. No volver a bajar. Es filosofía de vida”. Hace siempre rutas circulares. “Es un poco hámster el tema -se ríe-, un poco obsesivo. Pero a mí me va muy bien a nivel mental”. Y sube de un tirón el último tramo de las Escaleras de Tenerife mientras habla de la vida, de la muerte, de sus tres hijos “impresionantes”. “Soy privilegiada, es que soy privilegiada”, asiente cuesta arriba.
Anna ya descubre escaleras casi sin querer. “Es que yo las veo”, se encoge de hombros. “Las veo de lejos y para allá que voy”. Las comparte cada lunes en Instagram: largas (438 escalones de un tirón, La Font del Mont), empinadas (166 peldaños de vértigo, Davallada de Gallecs), grafiteadas (95 escalones con conejo y zanahoria en Santa Elionor).
“La gente me escribe por privado”, cuenta aún sorprendida. “Me dicen: ‘Ostras, qué ganas tengo de subir escaleras. Lo explicas de una manera que dan ganas de subir escaleras’”. Nunca se lo había planteado, hasta ahora no pensaba que le interesaría a nadie más, pero sí, le encantaría compartir sus rutas. “Es una manera –sonríe- de conocer Barcelona cuesta arriba”.
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