Iniciativas solidarias

El hogar de acogida de Lali Escolà: "Has de estar ahí, pero sin incordiar"

Vecina de Sants, decidió hace tres años abrir las puertas de su casa para acoger a jóvenes inmigrantes y refugiados de forma temporal

Laia Escola, mujer que acoge en su casa a migrantes, Fotografiada en los jardines de Can Mantega.

Laia Escola, mujer que acoge en su casa a migrantes, Fotografiada en los jardines de Can Mantega. / Laura Guerrero

José Carlos Sorribes

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Fue aquello del síndrome del nido vacío. Los cuatros hijos se habían emancipado y Lali Escolà Grau, una vecina del distrito de Sants-Montjuïc, quiso escribir una nueva página en el libro de su vida. Tomó así la decisión de abrir las puertas de su domicilio a jóvenes que también se habían ido de casa, pero por motivos muy distintos a los de sus hijos. “Las habitaciones vacías son muy tristes, sobre todo cuando han estado llenas”, dice.

A través de una cooperativa de consumo ecológico de su barrio, tuvo conocimiento del proyecto de Punt de Referència con jóvenes inmigrantes y refugiados. Ese contacto con la entidad le ayudó a combatir el temor, lógico, de meter a un desconocido en casa y también el de no saber estar si iba a estar a la altura. El acompañamiento de los mentores de Punt de Referència ayudó a superar esas barreras. En 2018, acogió por primera vez. Se trataba de un joven de Sri Lanka, de 19 años, que no llegó a estar los nueve meses que se fijan como máximo en la acogida. “Encontró trabajo y al medio año pudo irse a convivir con otras personas en un piso”. También ese año tuvo durante siete meses a un joven bereber.  

“Has de poner la mejor voluntad”, afirma sobre la cuestión de cómo afrontar la coexistencia. Ahora bien, siempre con la distancia precisa. Los nuevos inquilinos no pueden llenar carencias emocionales. “Has de estar ahí cada día, pero sin incordiar. No puedes reproducir la familia que tienes en casa. No puedes proyectar lo tuyo, se trata de observar y escuchar. Hay que respetar su ritmo porque no tienes ni idea de sus vivencias. Intentar ponerte en su lugar es importante”, subraya.

Pesadilla el primer día

Recuerda que el primer joven se despertó de golpe la primera noche que estaba en su casa. Soñaba que le estaban persiguiendo. “Fue un susto terrible porque tenía la ventana abierta y llegué a pensar que saltaba. Tenía que hacer algo: le abracé para tranquilizarlo”. Lali tiene hoy en su casa a un joven bereber y a otros dos de Afganistán y de Senegal, aunque estos últimos no están dentro de los programas de acogida. “Son medio familia por la convivencia que hay entre ellos”. Y subraya que no se trata de buscar la integración, sino “la interactuación”. “Te has de interesar por ellos, por su idioma por ejemplo”. A la vez, ella también se ha convertido en profesora de catalán. “Habitualmente se expresan en castellano e intento cada día enseñarles algo de catalán con ellos. Poner una gotita. Seguro que da resultado”.  

Pablo Alonso, coordinador en Catalunya de Refugees Welcome, es otro ejemplo de esta actitud solidaria de acoger en el ámbito familiar a refugiados o inmigrantes. Él llegó a convivir durante 19 meses con un ciudadano afgano que sí consiguió el estatuto de refugiado, “algo que el Estado deniega hoy en un 95% de casos”. “La relación tiene que ser horizontal sin ningún tipo de paternalismo. Nos llamábamos hermanos, y sí es un hermano de la vida”. Pablo Alonso es un exponente claro de ese porcentaje superior al 70% de familias que, según la estadística municipal, mantienen el vínculo después de que esos jóvenes abandonen el nido de acogida.