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'La gazza ladra' de Sant Antoni

Una pareja que adoptó a un moribundo polluelo de urraca se desvive por recuperar a Lee, el hermoso, dicharachero y amigable pájaro en que se ha convertido tras un año de vida en familia

'La gazza ladra' de Sant Antoni

'La gazza ladra' de Sant Antoni

Carles Cols

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Una pareja del barrio de Sant Antoni, Belén y Ramón, busca con nostalgia y con gran desasosiego una urraca. Incluso se podría decir que el tercer miembro de la familia, Neo, un hermosote pitbull, también, porque aún no olvida la primera que se le posó en la cabeza y él, con ese aspecto de sietemachos que tienen los ejemplares de esta raza, se quedó quieto como un tancredo. No es la primera vez que esta sección, ‘barceloneando’, sale al rescate de una mascota. La última fue cuando se buscaba a Santiago de la Fuente, un loro, que apareció medio sano y salvo después de no pocas peripecias. En esta ocasión, sin embargo, de lo que se trata es de una urraca, palabras mayores por muy chiquitinas que sean. Si los loros son listos, las urracas son Marie Curie.

Aunque desafortunadas en el bautizo taxonómico, ‘Pica pica’, así se las conoce en el ámbito científico, las urracas son la repera. Algunos estudios sugieren que superan en habilidades a los orangutanes, los grandes granujas de la selva. Son capaces de reconocerse en un espejo, algo que pocos animales logran, y, como Rossini dejó bien claro, son hábiles ladronas. Con estos mimbres, claro, un anuncio colgado en una pared con un visible “se busca’, un par teléfonos y una llamada desesperada, "tiene casa y familia", resulta irresistible.

Ramón conoció a la urraca en junio del 2019. Era solo un polluelo caído en el suelo en un bosque del Berguedà. Tenía una herida en el cuello. A su alrededor había lo que parecían los restos de un nido y los cuerpos inertes de dos de sus hermanas. Cuando medio moribunda le oyó, trató de moverse hacia él.

Ramón la recogió con cuidado y, junto a su pareja fueron a visitar a un veterinario. La herida no era nada que no pudiera curarse con un tratamiento tópico y antibiótico, pero lo cierto es que la urraca no habría superado aquella primera noche en el bosque. "Cayó un tormentón monumental".

La adoptaron y, puestos a buscarle un nombre, la llamaron Lee. Hay que confesar aquí que una de las razones de ir en busca de esta pareja tras ver el anuncio colgado en una pared era el nombre del pájaro. ¿Lee? ¿Sería por Harper Lee, autora de ‘Matar un ruiseñor’? Nunca hay que despreciar un detalle como este para el arranque de una crónica zoológica.

La repera habría sido ya que la bautizaran así por Harper Lee, autora de 'Matar un ruiseñor', pero todo no se puede pedir cuando uno sale en busca de una crónica zoológica

Resultó que no. Era por Bruce Lee. Tanto da. La historia merecía igual la pena. Durante un mes y cada dos horas, Belén y Ramón le dieron de comer. Primero, papillas. Cada vez que desde su cesto les oía pasar abría el pico y, con graznidos de bebé, pedía una ración. ¿Qué come una urraca? Pues, en realidad, de todo. Son más omnívoras que <strong>Pau Arenós</strong>, que ya es decir. Solo apuntar que cuando se escapó, a lo que llegaremos luego, entró en una heladería de la avenida Mistral, en una frutería de la calle de Calàbria y, también, en la cocina de la señora Alícia, una vecina del barrio que le sirvió una ración de maíz antes de que volviera a salir volando por la ventana.

La vida cotidiana de Lee antes del pasado 30 de agosto, fecha de la desaparición, está recogida en el álbum de fotos familiar. Le gustaba el ‘spa’, preferentemente con agua caliente en invierno, que el aire del secador de pelo ventilara sus plumas, acurrucarse debajo de la barba de Ramón cuando este hacía la siesta y, cada día a las siete, ser el despertador. Se asomaba a la habitación de matrimonio y, si la pareja pereceaba, dar un brinco y caminar sobre ellos.

Suponen que es una hembra porque la terraza familiar pronto se llenó de 'pájaros', aunque en estos tiempos de poliamor uno ya no sabe a qué atenerse. Hasta un gorrión venía, quién sabe si de 'voyeur'

Luego está la vida que otros pájaros le proponían a Lee. La amplia terraza del piso, un ático, está cubierta por una red. Lee nunca tuvo jaula. Ramón y Belén suponen que su mascota es una hembra (esta es una especie sin dimorfismo sexual) porque no tardaron en visitar la terraza otros ejemplares de ‘Pica pica’, se supone que machos, aunque en estos tiempos de poliamor uno ya no sabe qué decir. También era asiduo a esas jornadas de cortejo un gorrión, cabe esperar que como simple ‘voyeur’, lo cual ya es vicio.

La pareja atesora decenas de anécdotas de Lee, gran melómana además, lo cual nos obliga a regresar a Rossini, compositor, como se sabe, de ‘La gazza ladra’, una ópera curiosa, según se mire, porque el título es un ‘spoiler’ de padre y muy señor mío. Ninetta, la protagonista, es acusada de robar una cuchara de plata. Es juzgada y declarada culpable. A los pies del patíbulo, se aclara el enredo. La ladrona era una urraca. Hergé utilizó esa misma estructura en ‘Las joyas de la Castafiore’, de modo que es obligado preguntar a Belén y Ramón si instintivamente Lee se inició en algún  momento de su aún tierna infancia en la carrera delictiva como un Oliver Twist con plumas. Pues sí.

A falta de joyas u objetos brillantes (tienen fama de que esa es su predilección), nuestra urraca sisó tres cepillos de dientes, unas gafas y decenas de minúsculos objetos que la pareja recuperaba cuando localizaba por fin el último nido que había construido Lee en algún rincón del piso. ‘La gazza ladra de Sant Antoni’.

La cuestión, por no decir el drama, es que el 30 de agosto, y aún no saben cómo, Belén y Ramón vieron por última vez a Lee en el exterior de una de las ventanas del piso. Por algún resquicio del balcón había logrado salir. Creyeron que regresaría, pero lo único que saben de ella desde entonces son pistas a las que siempre llegan tarde. El último avistamiento fue en Els Encants. Estuvo en casa de una familia un par de días. Es muy sociable, algo peligroso en una ciudad tan perra como esta.

La última vez se la vio en Els Encants, dos días en casa de otra familia, muy lejos de su hogar, pues sus pechugas aún no están para grandes vuelos

Cómo llegó hasta la otra punta del Eixample es un misterio. Según Ramón, no tiene suficiente pechuga para un vuelo de esa distancia. ¿Alguien la recogió y se la llevó? Ahora eso ya no importa. La pareja solo pide que si ven una urraca por la ciudad, digan Lee en voz alta. Si se gira, es ella. Tiene aún la cicatriz de su infancia. Esa es otra señal. Hay una recompensa. A quien esto firma le dio pudor preguntar qué ofrecen. Un buen y suficiente pago sería ya la satisfacción de haber reunido de nuevo a los miembros de la familia. Un huevo de la primera puesta de Lee tampoco estaría mal. No todos los días cría uno a la Marie Curie del reino animal.