LA CONTRA

Los "gestos" de la Mercè con Barcelona

Sabido es que la patrona intercedió para liberar la ciudad de la plaga de langostas de 1687; desconocido era que en 1821 hizo lo propio con la fiebre amarilla

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Natàlia Farré

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“Si Dios lo puede todo, también puede con esto”. La aseveración la hace el sacerdote Josep Maria Martí i Bonet y viene a cuento de la festividad de la Mercè y de la pandemia. El  jueves es el día de la patrona de Barcelona y habrá misa mayor. Como siempre. No hay duda de que también habrá oración. Será a cargo del arzobispo y cardenal, Juan José Omella, y la referencia al virus se antoja obligada. La Iglesia admite que las cosas han cambiado y acepta pulpo como animal de compañía. Vamos, que ya no hay ni polvos ni judíos malignos causantes de tales estragos y tampoco hay duda de que la ciencia marca la actitud a tomar para protegerse del azote de la peste actual. Pero “ello no significa que espiritualmente no pidamos a Dios omnipotente que solucione el problema”, sostiene Martí i Bonet. El sacerdote reza cada día “a la Virgen de la Mercè para que haga un gesto que acabe con la pandemia”. Le alientan su fe y los legajos que conserva el archivo diocesano, del cual es custodio.

Sabido es que la Mercè en 1687 intercedió para liberar a la ciudad de la terrible plaga de langostas que arrasaba a su paso con todo lo que encontraba. El gesto le valió sustituir a santa Eulàlia como principal protectora de Barcelona. Aunque la decisión del Consell de Cent fue inmediata, esta no fue ratificada hasta 1868 por Pio IX. Para entonces la Virgen de la Mercè ya había actuado de nuevo para salvar a sus protegidos erradicando la fiebre amarilla de la ciudad. Corría 1821 y la enfermedad actuaba sin muchos remilgos sobre la población. Uno de cada seis barceloneses perdió la vida por ello. El miedo era atroz. Y hubo confinamiento intramuros vigilado por el Ejército. Así que el gesto mariano, pese a ser poco conocido fue muy agradecido. Martí i Bonet lo ha  sacado a la luz a partir de un conjunto de documentos que atestiguan cómo, en septiembre de 1821, el ayuntamiento del momento pidió al arzobispado la organización de actos religiosos para acabar con la fiebre amarilla que fueron aceptados por el gobernador de la mitra. 

Obispo en el exilio

Llegados a este punto se antoja necesario una pincelada histórica sobre el porqué de un gobernador de la mitra. Y es que por esas fechas la diócesis de Barcelona tenía a su obispo, Pau de Sitjar, en el exilio. El prelado, en desacuerdo con la ocupación francesa de la ciudad, huyó a Mallorca en 1808. Tardó años en volver, mientras ejerció sus funciones uno de los canónigos de la catedral bajo el título de gobernador de la mitra. De ahí que los actos contra la fiebre amarilla fueran impulsados por este y no por De Sitjar. Entre las iniciativas curiosas, explica Martí i Font, están los tres días de procesiones a los patrones espirituales de Barcelona. En plural porque además de la Virgen de la Mercè y de santa Eulàlia, la ciudad tiene otros virtuosos que velan por ella: santa Madrona y san Raimon de Penyafort. 

La cosa no funcionó, así que en noviembre hubo clamor popular para sacar a la protectora titular de su santuario, la basílica que lleva su nombre. Se hizo el 8 de octubre. Y el 25 de noviembre un solemne Te Deum en la catedral celebraba la remisión de la pandemia. “La procesión se hizo y a los pocos días se acabó la fiebre amarilla o por intervención divina o porque ahora  sabemos que era estacional”. Palabra de Martí i Bonet. 

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