LUCHA POR EL ACCESO A LA VIVIENDA
A Manuela la echaron de su casa, no de su esquina
Son las doce y media del mediodía y Manuela se fuma un cigarrillo sentada en su silla, en Obradors con Escudellers. La esquina de siempre, la escena de siempre; pero este martes no es como siempre. "Hoy no tengo ganas de hablar, cariño. Hoy no. Ven mañana, mañana estaré aquí. Vendré cada día. De aquí no me sacará ni un terremoto", advierte sin perder su carácter, pese a una tristeza que no oculta. "¿Has visto, María? Ya está... Ya me han echado", le dice a una de sus vecinas que asoma la cabeza por la calle mientras dos hombres se cruzan en la escena arrastrando un carro de supermercado lleno de todo lo que Manuela no alcanzó a llevarse del piso. Algunas horas antes, antes de las ocho de la mañana, una comitiva judicial custodiada por un numeroso grupo de policía antidisturbios pese a que no se había convocado resistencia, había ejecutado, a la sexta, la orden de desahucio de esta mujer de 71 años de vida dura.
La tarde anterior, la del lunes, este icono del barrio, quien desde principios de mes sabía que el desahucio podía llegar en cualquier momento -pesaba sobre su hogar una orden con fecha abierta, de 8 a 22 horas- recibió dos llamadas. En la primera le comunicaron que, al fin, tenía casi a punto el piso social en el distrito que llevaba meses esperando. Muy cerca, en Nou de la Rambla, en el Raval. En 15 días tendría las llaves. Al poco, recibió una segunda en la que le avanzaron que al día siguiente se ejecutaría el desahucio, pese a la petición del ayuntamiento a los juzgados de aplazarlo hasta que pueda entrar a su nuevo piso, en solo unos días.
La, las, noticias cogieron a Ressistim al Gòtic, red vecinal que siempre la ha cuidado, escuchado y arropado, en plena asamblea, organizando precisamente la resistencia a otro desahucio programado para la mañana de este martes en el barrio (este, el de Amparo, sí lo han parado).
Manuela, muy cansanda, decidió finalmente no plantar más cara e irse a casa de su hija hasta que le entreguen el piso y, eso sí, volver cada día a su esquina. A su vida. Con su gente. Con la que la policía no le dejó pasar este último mal trago. "Han venido antes de las ocho de la mañana y les han echado a todos -denuncia con rabia-, no dejaban pasar ni a mi hija".
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