BARCELONEANDO

El derecho a deambular sin rumbo

La escritora Anna Maria Iglesia, en la rambla de Catalunya.

La escritora Anna Maria Iglesia, en la rambla de Catalunya. / JOAN MATEU PARRA

Olga Merino

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Ya llega el tiempo de los tilos. Una vez estrenado junio, en apenas unos días estallarán las flores amarillo pálido de estos árboles y sobre todo su aroma dulzón, un perfume que convierte la Rambla de Catalunya en un kilómetro de agradable transitar, desde la Diagonal hasta la plaza de Catalunya. Como cantaba Marlene Dietrich, "mientras los tilos florezcan en Unter den Linden, Berlín seguirá siendo Berlín", y algo parecido sucede con uno de los bulevares más paseables de Barcelona, en una de cuyas terrazas, a la sombra de los tilos y con un café de por medio, me senté el miércoles a charlar con Anna Maria Iglesia (Granada, 1986). La investigadora y periodista cultural sabe mucho de pasiones andariegas: acaba de publicar el ensayo ‘La revolución de las flâneuses’, editado por WunderKammer. Una delicia de lectura.

Una piensa en caminar, en el caminar de las mujeres por el espacio urbano, e inmediatamente se le viene a la cabeza Virginia Woolf callejeando por Londres a esa hora de la tarde en que el aire adquiere el brillo del champán; dicen que fue caminando por el barrio de Bloomsbury como le vino la inspiración, la luz definitiva, para escribir ‘Al faro’. Cuesta poco imaginarla metida en sus ensoñaciones, una mujer ensimismada entre una marea de señores Smith y señoras Brown camino de la oficina, la fábrica o bien de compras. Ahora bien: para alcanzar ese oasis de libertad burguesa, de habitación propia con tres guineas, hizo falta que lloviera a cántaros y mucha pelea. La misma que para ver a una mujer sola leyendo en un vagón de tren, en la barra de un bar o en el vestíbulo de un hotel, como en las pinturas de Hopper.

De esa premisa, de lecturas y cuadros, parte la reflexión de Anna Maria Iglesia. Doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la UB, escribió su tesis sobre el 'flâneurismo' y el París post-Haussmann, el funcionario a quien el emperador Napoleón III encargó la ambiciosa renovación de la capital francesa. Es en el siglo XIX cuando las ciudades se expanden y cuando surge la figura del flânneur, ese espécimen que, como lo definió el poeta Charles Baudelarie, deambulaba por las calles sin rumbo ni más propósito que la contemplación y dejarse envolver por la multitud. También hay una conexión muy íntima entre el acto de caminar y el pensamiento. Pero, a todo esto, ¿dónde estaban las mujeres?

"Un espectáculo embriagador"

Como bien señala la ensayista, en ese tiempo la mujer era el sujeto pasivo, el florero del poema, "un espectáculo embriagador", a decir de Walter Benjamin. Una mujer sola en la calle tenía que ir camino de la fábrica o del hogar cargada con "cajas de sombreros que aún esperan la seda y los ribetes" para la completar la economía doméstica. Por esta Rambla de Catalunya debían de transitar bandadas de ‘minyones’ rumbo a la compra o al lavadero. Si no andaba en esos menesteres, era una puta. Los sustantivos calle y mujer nunca se han llevado bien.

Iglesia se ha dedicado a desenterrar a las paseantes, a las escritoras pensadoras y activistas que, con su osadía, reivindicaron durante al menos un par de siglos su derecho a caminar libremente, sin la compañía de un varón, ni sentirse agredidas ni que las tomaran por prostitutas. Y, de este modo, recuerda cómo Caroline Wyburgh, una muchacha de 19 años, fue detenida en 1870 por caminar sola por las calles de Chatham (Inglaterra) o cómo la escritora franco-peruana Flora Tristán tuvo que pedir prestado un traje de hombre para acudir a una sesión en el Parlamento británico. 'Flâneuses' que encontraron en la escritura una identidad, como Luisa Carnés, quien en su novela Tea Rooms dio voz a las obreras, a las mujeres que lucharon por desprenderse del rol asignado durante siglos: rezar y zurcir los calcetines del marido.

Con la charla, se nos echó el tiempo encima, y hubo que coger un taxi para que Ana Maria Iglesia llegara puntual a la moderación de un encuentro, en la librería Calders, entre los escritores Javier Pérez-Andújar y Xavier Theros; dos Javieres, dos grandes caminadores de la ciudad. Lo suyo habría sido ir paseando hasta la Calders, rematando la conversación y los silencios, pero ya se sabe: la 'flâneurie' posmoderna viene convirtiéndose en un corre que te pillo contrarreloj.