BARCELONEANDO

La vida en obras

Los vecinos de Glòries y la Sagrera llevan años conviviendo y sobreviviendo a proyectos públicos gafados

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Carlos Márquez Daniel

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Josep Lluís Núñez dejó para la posteridad un montón de frases célebres. “Esta ciudad que lleva el nombre de nuestro club”, dijo en una ocasión. Viene bien recordarla, porque hablar hoy de las Glòries o de la Sagrera trae más a la cabeza polvo y máquinas trabajando que vida vecinal. O sea, que estos enclaves remiten más a proyectos urbanísticos y ferroviarios que a la propia ciudad. Son, diría Núñez, barrios que llevan el nombre de unas obras. Para hablar de todo ello, de cómo ha sido y está siendo la vida en esos entornos reunimos a un par de líderes vecinales. De esos que vienen sin papeles porque su cabeza es una wikipedia de la lucha callejera. Su relato permite entender mejor la historia de la ciudad de los últimos 40 años. Y ofrece pistas sobre cuál es la estrategia a seguir en Barcelona para conseguir que te hagan caso.   

Sentados en la mesa, Miquel Catasús, responsable de urbanismo de la asociación de vecinos del Clot-Camp de l’Arpa, y Oleguer Méndez, miembro de la asociación de la Sagrera. Miquel llegó a Barcelona procedente del Penedès en 1981. Le sorprendió encontrar unos barrios “muy grises y llenos de coches; pero también muy activos”. Oleguer vino en 1974 desde el Bierzo. Halló una Sagrera repleta de fábricas y naves que iban siguiendo el perímetro de una enorme zanja ferroviaria que, por aquel entonces, no era ningún problema. “Había mucha actividad con los trenes de mercancías, era un barrio netamente obrero. Recuerdo que solo se subían pasajeros en la Sagrera una vez al año, en un tren que llevaba la gente a Lourdes”. Se ve que aquí siempre se ha creído en los milagros. Ambos coinciden en que tras el franquismo la gente iba tirando, sin excesivo largo plazo, con preocupaciones mucho más caseras que de ciudad. Tras escucharles, y antes de entrar en detalles, subyacen varios elementos en común: los Juegos Olímpicos, que por lo que parece les afectaron negativamente; la insistencia de los políticos en pagar las obras a base de construir pisos (las famosas, delicadas y sospechosas plusvalías urbanísticas), y las promesas incumplidas.

En el caso de Glòries, cuenta Miquel, fueron víctimas de la fiebre constructora de los Juegos del 92. Se hicieron las rondas y se levantó el anillo viario que empezó a ser derribado en el 2014. “Nos seguían colocando la autopista hasta la puerta de casa, algo que hoy nos parece intolerable pero que entonces no creó el suficiente malestar vecinal. En aquellos tiempos, los que no lo veíamos claro clamábamos en el desierto…”. Pero con el paso de los años, los moradores se dieron cuenta de que no era del todo normal tener un nudo vial de esa magnitud entre el bar y la panadería. Fue vital, relata Miquel, la unión de las cuatro asociaciones de vecinos que rodean la enorme plaza que, según Ildefons Cerdà, el papá del Eixample, está destinada a ser el epicentro del área metropolitana

El "pelotazo de Adif"

En la Sagrera fue distinto. La estación de Sants se abrió a finales de los 70 y la de mercancías del Morrot, en el puerto, cada vez era más importante, en detrimento de la que separa Sant Martí y Sant Andreu, que fue acusando una progresiva depresión. "El foso ferroviario empezó a molestar cuando los vecinos notamos su inactividad. Sucedió a mediados de los 80, cuando en esta ciudad solo importaban las Olimpiadas". Los vecinos ya plantearon la posibilidad de tapar las vías en 1987. Consiguieron, gracias a la mediación del arquitecto, fotógrafo y vecino ilustre de la Sagrera Xavier Basiana, que Norman Foster les pincelara un primer proyecto. "Pero nada, la respuesta siempre era la misma: primero los Juegos y después ya hablaremos". Y aunque el plan Foster se hizo público en 1993, para entonces lo que tocaba era pagar el crédito de los Juegos. Así estuvieron, dando la tabarra, hasta el 2002, cuando en tiempos de Joan Clos se firmó un primer acuerdo que, cómo no, incluía, con todo lujo de detalles, la edificabilidad máxima permitida en el entorno. "Aquello -sostiene Oleguer- era un auténtico pelotazo para Adif, propietario de los terrenos". 

Tanto Miquel como Oleguer coinciden que el tema de los pisos, de alguna manera, les ha superado. En el sentido de que, fuera porque no dominan la jerga o porque la burocracia y el plan general metropolitano (la biblia urbanística de la región) se les iban de las manos, se han encontrado con que la cosa pública les ha "endosado una cantidad brutal de metros cuadrados de edificios". Oleguer no se cree que esa sea la única manera de pagar reformas en las ciudades. "Cuando les da la gana hay dinero", se queja. Este vecino pone como ejemplo el intercambiador previsto en la Sagrera (AVE, Rodalies y bus), al que está previsto adosar un centro comercial, entre otras fincas terciarias. Al apalancar el destino del proyecto en los aprovechamientos urbanísticos y las ganancias que generaran, sucedió lo que es previsible en cualquier crisis, que te pilla el toro sin el presupuesto garantizado. "Por eso Xavier Trias hizo más pequeño el apeadero durante su mandato, porque no había dinero". A día de hoy, lamenta Oleguer, no tienen ni calendario ni proyecto para la estación. "Y cada vez menos gente trabajando sobre el terreno". Tampoco tienen información sobre la parada de Sant Andreu Comtal. "Lo que sí sabemos es que nos quieren colar entre 7.000 y 10.000 vecinos más a base de pisos". 

Brotes verdes en la plaza

En el caso de Glòries, Miquel admite que lo tienen algo mejor. Porque ya empiezan a ver un poco de verde del futuro parque de la Canòpia y porque los túneles viarios también van ganando terreno camino del Besòs. Aquella presión grupal a la que hacía referencia antes, con todas las asociaciones de vecinos de la mano, alcanzó la cima en el 2007 con el denominado 'compromiso por Glòries', que logró el voto favorable de todos partidos políticos y la abstención del PP.  Aquel documento, sin embargo, "contenía trampas". En el sentido, analiza, que les colaron modificaciones urbanísticas "mucho mayores de lo que nosotros creíamos, además de endosarnos espacios urbanos como si fueran zonas verdes para cumplir con los requisitos de reparto de superficie". "Aquel pacto tenía el 50% de cosas buenas y el 50% de cosas malas. El problema es que se está haciendo todo lo negativo y muy poco de lo que consideramos positivo". El modelo de túnel no era el suyo, porque a su modo de ver no disemina el tráfico, sino que simplemente se le da un nuevo continente que terminará, eso dicen los más agoreros, en un tremendo embudo cuando salga a la superficie, a la altura de Castillejos. Tampoco se fía de que se cumpla con los equipamientos prometidos y está convencido de que la cifra de nuevas viviendas protegidas será "muy inferior a lo que se habló en su momento".

A pesar de todo, Miquel asegura que la gente está ahora contenta con lo que está viendo en Glòries. "Porque veníamos de muchos años en los que no se movía nada". También en este mandato han podido celebrar el impulso a la fase 2 del túnel, desde Badajoz hasta la Rambla del Poblenou, que en su momento estuvo en peligro porque había quien dudaba de su necesidad. En la Sagrera no están tan lozanos. Oleguer dice que la gente estaba eufórica a principios de siglo, cuando se presentó un primer proyecto. "En el 2010 estábamos desesperados y ahora creo que todo el mundo está entre la ignorancia, el pasotismo y el escepticismo". No han ayudado los cuatro años de parón de las obras. La versión oficial es que las malas artes de algunas empresas adjudicatarias obligó a detener las máquinas. Lo que mejor resumen lo vivido en estos barrios todos estos años quizás sea esto: "Ten en cuenta que un 20% de las personas que han participado en esta lucha ya han muerto".

Todo por escrito

¿Y qué le recomendarían a otro barrio que algún día pueda verse en una situación como la suya, con unas obras que se eternizan y que parecen no tener fin? La experiencia les hace coincidir al 100%: "Que no se crean nada de lo que les digan, que lo exijan todo por escrito, que consigan el voto también escrito de los partidos políticos y que consigan reunir al mayor número de vecinos para hacer el máximo ruido posible, porque eso sí les molesta, que les dejes en evidencia en público". "Si te retiras, si te despistas un segundo, te ganan", apostilla Oleguer. "Lo que más retrasa las cosas es sin duda el tema político, las peleas absurdas entre administraciones", añade Miquel.

¿Y al próximo alcalde o alcaldesa qué le piden? De nuevo, al alimón: "Que por una vez tenga más en cuenta las necesidades de los vecinos que la especulación a través de nuevos edificios, y que piense antes en más equipamientos que en atraer nuevos vecinos". Porque podría llevar a una cierta gentrificación, de la que prefieren no hablar aunque ya lo olisquean. Es lo que tienen las reformas urbanísticas, que antes las reclamabas para tener una calle mejor y ahora las temes porque quizás no te puedes permitir disfrutarlas.