Mercè 2018

Leticia Dolera, la pregonera valiente

Leticia Dolera

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Carles Cols

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Del pregón de la Mercè se espera que no caiga en el olvido tan pronto como comienza la fiesta, que no aburra, que no escurra el bulto, si es posible que quien lo pronuncia arriesgue, aunque sea a costa de pagar el precio de que los tiquismiquis de las redes sociales lo saquen todo de contexto y pongan el grito en el cielo. Leticia Dolera (actriz, escritora, portaestandarte del feminismo y a lo largo de su vida vecina del Clot, Sants y Poble Sec) ha inaugurado la Mercè del 2018 con un pregón atrevido, que dará de qué hablar, en absoluto inapetente y, cosas de su oficio, con una mise-en-scène. ¿Por qué? A mitad de su discurso, tras encarar con atrevimiento incluso lo que parece que aquí más importa, el procés y los presos, ha cedido el atril a Carmen Juárez, que en el 2005 huyó de la violenta Honduras y que desde entonces trabaja en Barcelona por los derechos de las mujeres inmigrantes. La Mercè del 2018 comienza con dos pregones, el no va más.

Desde los Goya sabe Leticia Dolera que los micros los carga el diablo, pero no se arredró ni eludió aquello de lo que solo parece que hay que hablar

Dolera ha entrado puntual en el Saló de Cent, consciente de que en estos tiempos los micros los carga el diablo. Lo sabe bien desde la última cita de los Premios Goya, en el que en un golpe de ingenio calificó de “campo de nabos feminista precioso” la apabullante presencia de hombres en la gala. Al día siguiente tuvo que disculparse por “invisibilizar a las mujeres con pene”. Son tiempos en que se es inmisericorde sin distinción, también con los pregoneros. En el 2017, hubo quien quiso leer entre líneas una vis filoetarra a la filósofa Marina Garcés. En el 2016, pagó el pato Javier Pérez Andújar, por no cumulgar con el procesisme. Dolera, pese a los antecedentes, no se ha arrugado. Merece la pena, pues, tomar un atajo e ir directos a la mitad de su pregón.

Aunque disconforme con el encarcelamiento de los dirigentes del independentismo, de que la política transcurra en los tribunales, dijo: “Creo que no se puede imponer un concepto de nación a quienes no la sienten como tal y, al mismo tiempo, no me parece sano que el concepto de nación este por encima de todo o que sea el motor de nuestras vidas”. Y ha insistido en ello. Ha dejado en el aire una propuesta que parecerá a contracorriente en una época en que los vendedores de banderas, paquis y chinos, mayormente, están que no salen de su asombro. “Escuchémonos, a quien piensa como nosotros y a quien no, y, sinceramente, creo que nos escuchamos mejor mirándonos a los ojos que mirando una bandera, la que sea”.

Recuerdos

No ha sido el de Dolera, sin embargo, un pregón del monotema, acertada palabra sinónima del procés de un tiempo a esta parte. Lo bueno de este acto de inicio de la Mercè, muy solemne, a veces excesivamente envarado, con la plaza de Sant Jaume llena y el balcón del ayuntamiento vacío, porque se lleva a cabo en el Saló de Cent, es que cada pregonero cuenta un poco su ciudad y el relato coral, pasados los años, resulta interesante. Así que esta actriz y escritora de militancia feminista, autora de Morder la manzanaha recordado las calles de su infancia y adolescencia, el primer beso en un portal de Sants, los cines que ya no están, el Vergara, el Astoria, el Urgell, el Palacio del Cinema, que con el nombre lo decía todo, pero ha celebrado que pese a la gentrificación, comercial o vecinal, Barcelona se mantiene peleona, con lugares nuevos a los que amar, como la Sala Phenomena, cine en mayúsculas, o el videoclub Videoinstant, un faro para los amantes del séptimos arte, “reconvertido ahora en cafetería y en sala de proyecciones gracias al micromecenazgo”. Parecerán nimiedades, pero son cuestiones que dibujan el perfil de la ciudad, su carácter. 

El guante lo lanzó otra pregonera hace un año. ¿Qué es lo que realmente importa? Para responder, Dolera cedió la palabra a Juárez

A su manera, Dolera ha recordado que en alguna porción del adn de esta ciudad está la antítesis de la mansedumbre, las ganas de cambiar la realidad. “Aquí en Barcelona fui por primera vez a una manifestación, fue contra el maltrato animal, y fíjate, años después Barcelona es antitaurina”. Es solo un ejemplo. No pasan las cosas porque sí, vino a decir. A veces, pasan más tarde de lo que debería ser. “Me ilusiona estar aquí leyendo el pregón, pero me ilusiona hacerlo teniendo una alcaldesa, aunque me gustaría que no fuera la primera de nuestra ciudad. Esto es muy fuerte, ¿no? Tan moderna y cosmopolita que es Barcelona y hasta hace tres años no habíamos tenido nunca una alcaldesa”. Sí, es cierto, para campo de nabos el del despacho de la alcaldía. “Ojalá se acabe la época de las pioneras, la de la primera mujer que esto o la primera mujer que aquello”. Ahí, en ese momento, ha aprovechado Dolera para dar una capa de distinto color al pregón, de un acentuado tono Colau hasta entonces. “Ojalá este techo de cristal que rompéis las mujeres de la política cuando os presentáis a cargos importantes, y penso en Ada Colau, Inés Arrimadas, Marta Rovira o Anna Gabriel, no se tenga que romper nunca más, porque una vez roto todas puedan pasar sin tener que romperlo a golpes de martillo, sino de talento”.

Dolera, no es un demérito, no tiene ni la prosa de Pérez Andújar ni la trayectora de reflexión de Garcés, sus dos inmediatos antecesores en la tarea de dar comienzo a la fiesta mayor. Pero ha demostrado una sagacidad infinita en ese golpe de efecto de compartir el pregón, porque el relato de Carmen Juárez ha servido a la perfección para responder la pregunta inicial que Dolera ha planteado al comienzo, “qué es lo que realmente importa”. Fue la filósofa Garcés la que la puso sobre la mesa hace ahora un año. La actriz la ha repescado. “¿Qué es lo que realmente importa?” Merece la pena releer con calma el relato de Juárez.

“Mi niñez en Honduras no fue fácil. Con 10 años vi como mataban a mi padre. Yo estaba delante. Aún recuerdo el ruido de los disparos. Después sufrimos la terrible impunidad que se vive en aquel país. La policía le dijo a mi madre: ‘Señora, póngase a trabajar, que tiene cinco hijos’”.

Huyó de Honduras y recaló en Barcelona en el 2005. Tenía 19 años. Eso era antes de la crisis, un periodo que corre el peligro de recordarse distorsionado, pero fue en esa época de borrachera financiera e inmobiliaria en que se acuñaron palabras que hicieron fortuna, como el mileurista, sinónimo de pobre con trabajo. Lo de Juárez fue peor.

Nueve horas libres a la semana

“Una ley de extranjería injusta y racista me forzó a trabajar como cuidadora interna, seis años de soledad durante los cuales estuve encerrada 24 horas al día atendiendo a Francisca, una mujer mayor que sufría demencia. Solo disponía de nueve horas libres a la semana”. Ya entonces sabía que durante la tercera semana de septiembre la ciudad se sumerge en una saturnal sin parangón. “Recuerdo las Festes de la Mercè, ver el festival pirotécnico desde el terrado y envidiar a la gente que las podía disfrutar”.

A Juárez, todo hay que decirlo, Barcelona ha terminado por quitarle el pie del cuello. Estudia acualmente un grado de Educación Social en el la UB, trabaja en el servicio municipal de atención a la dependencia y, sobre todo, coordina la lucha de las mujeres inmigrantes que en el servicio doméstico aún sufren lo que ella padeció.

Comienza pues la Mercè de los dos pregones. Pasen y vean. Siempre promete. Nunca defrauda