Héroes de la Rambla

Los ángeles de la guarda

Vecinos y trabajadores de restaurantes, tiendas y hoteles cobijaron en sus casas y locales a los que buscaban refugio huyendo del atentado

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Cristina Savall / Barcelona

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Dicen que cualquiera en su caso hubiera hecho lo mismo. La verdad es que no, que hay personas que ante una situación de gran peligro quedan atrapadas en un ataque de pánico, que les impide reaccionar. El atentado de la Rambla provocó a los que lo sufrieron de cerca, y a los que refugiaron a gente en sus locales o casas, una reacción emocional extrema. Pero muchos ciudadanos que se encontraban cerca, en el desgraciado momento en el que el terrorismo atacó el corazón de Barcelona, asumieron una responsabilidad colectiva, consiguieron infundir calma y se entregaron a ayudar a los heridos y a los que huían de la barbarie.

Jaume Doncos mantuvo la sangre fría cuando gente corriendo con la cara descompuesta entró en Casa Beethoven, histórica tienda de partituras situada justo al lado del Palau de la Virreina, en el centro de la Rambla. "Oí unos golpes fuertes y repetitivos. Salí a la acera. Vi a una mujer inconsciente tendida en el paso de cebra. Primero pensé que se trataba de un accidente de tráfico. Nadie discurre que pueda pasar algo así", relata Dancos.

Los nocturnos de Chopin

En su establecimiento se refugiaron 15 personas, la mayoría turistas, entre ellos Guy, un policía belga, con dos hijos, Vic Gus, de 11 y 13 años. "El padre mantuvo la compostura en todo momento. Estaban pendientes de saber si la madre, Elke Vanbockrijck, se había podido salvar. La habían perdido de vista al huir de la furgoneta. Pasaron más de cuatro horas hasta que llegaron los agentes con la documentación de ella. Así se enteraron de su muerte. ¿Si un padre en estas circunstancias tiene un comportamiento tan ejemplar cómo te puedes permitir decaer?", expresa el músico, que durante el encierro recurrió a los poéticos nocturnos para piano de Chopin para transmitir tranquilidad. "Enseguida llegaron tres psicólogos para atender a la familia. A las 10 de la noche los vino a recoger un coche de ayuda social. Fue terrible pero todo el mundo dio lo mejor de sí", cuenta.

A un quiosquero cercano a Canaletes ni se le pasó por la cabeza huir cuando vio a un niño herido sobre el pavimento. "Estuve con él hasta que llegaron los médicos. No soy ningún héroe. Jamás podré olvidar lo que pasó y aún no puedo hablar de ello, me tiembla todo", explica sin querer que salga a la luz su identidad. A su lado, un compañero cuenta que él entró en pánico. "Me escondí en el altillo. Quedé en estado de 'shock'. No podía ayudar a nadie", confiesa.

Joan Madorell, arquitecto de paisajes, bajó al Chelo Café, debajo de su casa, en la plaza de Vicenç Martorell, para ofrecer un refugio más seguro a los que allí se habían cobijado. "Casualmente eran 13 mujeres", comenta. Una de ellas fue Carolina Martignetti, la encargada del local, que en el momento del ataque se encontraba en la caja del Carrefour de la Rambla, y corrió hacia el bar. "Había cuatro jóvenes alemanas entre 15 y 16 años que se alojaban en Platja d'Aro. También una mujer de Vilanova i la Geltrú con tres sobrinas, de 4, 9 y 18 años, y una lo pasó muy mal porque sufre fobia social", relatan Madorell y Martignetti.

Hubo un momento en el que el anfitrión pidió que nadie comentara en voz alta las noticias que llegaban. "Las alteraba mucho. Decidí apagar la televisión y sacar tortillas y un parchís", recuerda él, que intentaba conectar con el consulado alemán, ya que tenía en casa a cuatro alemanas menores de edad. "Saltaba el contestador automático. Al final, hacia las 10, cuando todo estaba más tranquilo, dos mossos las acompañaron en dirección hacia el Macba. Allí una asociación se hizo cargo de las jóvenes", relata.

Jorge Cuevas es recepcionista del Hotel Bagués: "Pudieron entrar unos 30 turistas hasta que un policía nos pidió que cerráramos las puerta y que nadie estuviera detrás del cristal. Los ubicamos en una sala de reuniones con agua y pizzas. Estuvimos continuamente cuidando de todos. Y a los que quisieron les facilitamos gratuitamente habitaciones libres, ya que hubo anulaciones de personas que no podían acceder al centro y que reubicamos en otros de nuestros hoteles. En recepción siempre había personal para dejar entrar al cuarto de baño a los agentes de servicio, a los que dábamos botellines de agua".

La torre de Babel

La Biblioteca Sant Pau-Santa Creu, con entrada en la calle del Carme, fue una fortaleza que albergó a más de 150 personas. Rosa Maria Carbonell, vigilante de seguridad, se situó en la puerta. "Entró una joven alemana histérica. No paraba de gritar, pero yo no entendía nada -relata-. Vinieron los bibliotecarios y la atendieron, y al cabo de nada empezó a llegar gente que había atravesado la Boqueria. Hice entrar a muchos turistas asustados por los disparos".

Oriol Rubio y Ferran Puig, ambos bibliotecarios auxiliares, junto a otros tres compañeros, transmitieron seguridad a los refugiados aun sabiendo que la policía estaba buscando por el Raval al autor del atentado. En cierto momento cundió el pánico porque se disparó la alarma cuando al parecer alguien intentó abrir la puerta trasera. Rubio asegura que no llegó a sentir miedo, pero sí mucha tensión. "Era una tarde para actuar, no para pensar en uno mismo", considera el bibliotecario. "Nos ayudó mucho que todos sabemos idiomas. Una señora embarazada estaba muy nerviosa. Le cambió la cara cuando le hablé en francés. La tranquilizó", cuenta su colega Puig, que tenía claro que había niños y en caso necesario se pondría de barrera humana. "De verdad, hubo un momento en el que pensé que íbamos a morir allí encerrados", confiesa.