CUATRO VECES VICTIMIZADAS

Mujer, joven, simpapeles y en la calle

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Fátima aún no ha cumplido los 19 años y rezuma una madurez que asusta y hace sacar los colores de la Europa blanca y blindada. “Ninguna chica sale de casa de sus padres por gusto. La calle es muy dura, y para una mujer, todavía más”, narra la joven, nacida en Marruecos, quien llegó sola a Barcelona al alcanzar la mayoría de edad tras pasar 11 años en Melilla y vivir en un centro de menores que prefiere olvidar.

Shalott también salió muy joven de su Ghana natal, donde vivía con una madrastra que hacía buena a la de Cenicienta. “No aguanté más y me fui. Primero estuve en Alemania, pero no era para mí”, cuenta la joven, quien llegó a Barcelona sola hace “un año y dos meses” -recuerda con precisión-, aunque no puede decirse que se instaló. “Dormía en la playa, donde está la discoteca. Yo pensaba que me moría al día siguiente; en mi país no hace frío”, relata la joven, de 22 años, a quien Fátima llama con cariño Mamá África, con una sonrisa pese a la dureza de lo que explica.

Fátima y Shalott comparten piso en la calle del Carme; una de las viviendas del Servicio de Transición a la Autonomía del Casal dels Infants del Raval, programa para jóvenes en situación de calle, sin red familiar ni social, que les acompaña en su proceso de emancipación. El suyo es el único piso para chicas –frente a los tres de chicos-, con cuatro plazas, que completan Maysa, también marroquí, de 18 años, y Ángela, hondureña, de 22, víctima, además, de violencia machista.

"SIEMPRE TE PIDEN ALGO"

A primera vista, el suyo podría parecer un piso de estudiantes al uso (bastante más limpio y ordenado, eso sí). En cierta manera, lo es. Las cuatro están estudiando. Pero sus mochilas vitales pesan mucho más que las de la mayoría de estudiantes. Su condición de mujeres, muy jóvenes, migrantes y sin ninguna red familiar las ha hecho cuatro veces vulnerables. “Cuando estás en la calle, nadie te ofrece techo gratis. Siempre te piden algo. Y si eres mujer, tienen claro lo que quieren de ti”, cuenta Fátima, con muchas ganas de hablar. “No estamos acostumbradas a que nos pregunten y tenemos mucho que contar. No nos ven tanto como a los chicos porque sobrevivimos de otra manera, pero existimos. Conocemos a muchas chicas en la situación en la que nos encontrábamos nosotras antes de llegar al Casal. Hacen falta más recursos para chicas sin un hogar estable. Yo llegué aquí derrotada; ya había tirado la toalla, cansada de que me cerraran puertas”, continúa esta mujer valiente, en el piso desde el pasado 13 de septiembre. 

Si algún rostro conocen bien estas cuatro chicas es el del miedo. “En la calle no duermes. Te pasas toda la noche despierta, con pánico a que te hagan algo. No porque seas miedosa, sino porque ya lo has vivido. Sabes lo que es. Y cuando vives con alguien que te ofrece techo, no eres libre. No puedes decidir. Los hombres saben que no tienes alternativa y creen que pueden hacer lo que quieran contigo”, añade Shalott, la que lleva más tiempo en el piso de las cuatro, y a quien se le llenan los ojos de lágrimas al pensar que algún día tendrá que dejarlo e imaginarse de nuevo en la calle. Por las mañanas, trabaja media jornada de asistente personal y, por las tardes, se está sacando la ESO. “Me va muy bien, lo único que llevo mal son las mates”, dice con una sonrisa por la que asoma la infancia que no pudo vivir.

Maysa es la más callada de las cuatro. Cogida de la mano de Fátima –su particular hada madrina, quien le abrió las puertas del Casal, y a quien conocía solo por Facebook-, escucha, tratando de entender, y sonríe amable. Llegó de Marruecos hace tres meses, y lleva solo tres días en el piso. Ha empezado ya un curso de catalán y otro de inglés.

El relato de Ángela tiene muchos puntos en común con los de sus compañeras de piso. Llegó a Barcelona a los 19 años, hace tres, y su vida en la ciudad ha sito de todo menos fácil. "Llegué al Casal en noviembre del año pasado, llorando de rabia, por encontrarme todas las puertas cerradas por no tener papales", expone la joven hondureña, quien pasó también nueve meses en un piso de acogida para mujeres maltratadas.

"Pero se me acabó el tiempo sin que hubiera logrado la autonomía -explica serena-, y me vi otra vez en la calle". Además de piso, como Shalott, está también haciendo prácticas de asistente personal con ECOM, entidad sin ánimo de lucro. "Darte cuenta de que puedes ayudar a otra persona es una experiencia maravillosa -expone Ángela-; ver a la señora Ana [su asistida], con el ánimo bajo, charlar con ella y darte cuenta de que la animas te hace sentir muy bien". 

"COMO UN PERRO SIN DUEÑO"

"Ya no siento aquel abandono de antes, cuando me sentía como un perro sin dueño. Estoy más tranquila. Ahora siempre hay alguien que me pregunta cómo estoy. A mí antes nunca nadie me preguntaba cómo estaba. Es muy bonito cuando llegas a casa y alguien te escucha. Cuando sientes que le importas a alguien. Recuperas el amor por ti misma también", se abre Fátima, contenta, además, porque se ha podido apuntar a boxeo, su pasión, "donde El Chatarrero".

Shalott ve también ahora la vida de otro modo: “ahora me veis hablar y reír, pero cuando llegué, no hablaba. No me fiaba de nadie”.

Silvia Azabal, responsable de la fase de vivienda del Servicio de Transición a la Autonomía del Casal, escucha a las chicas sin ocultar su orgullo por el coraje y la empatía que derrochan sus palabras. No piensan solo en ellas; cada vez que reivindican la necesidad de más recursos lo hacen pensando en sus compañeras. "Este también es un lugar donde desaprender lo aprendido -concluye-; donde sacarles de la cabeza el 'no puedes' con el que han crecido".