Los tenderos inmigrantes encuentran su trampolín en las franquicias

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PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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En la media hora que dura la conversación con H. M., solo un cliente entra a por un pack de latas de cerveza en este badulaque del Eixample izquierdo. Son poco más de las nueve de la noche y, con la tienda vacía, uno se pregunta si aquello puede ser el sustento de una familia. Pero H., primo del dueño, afirma que cubren los horarios maratonianos con relevos familiares y así logran clientes de distinto tipo.

Por la mañana, con amplia competencia de comercio tradicional, el comprador suele algún turista o alguien con una necesidad rápida de saciar la sed sin entrar en un bar. Pero al caer la noche empieza el goteo de clientes a los que falta algo para hacer la cena: que si una pizza, que si unos huevos, o un tetrabrick de leche. Cuando llega el fin de semana, el alcohol pasa a ganar protagonismo en la facturación, sea con destino al botellón improvisado, o a estirar la velada en casa.

De lo que no cabe duda es de que la crisis ha marcado un punto y aparte en la evolución de estos colmados de compras de urgencia. Para empezar, ha abocado a muchos paquistanís (y en menor medida indios y bangladesís) sin trabajo a montar su propio negocio. "Cuando no encuentran empleo muchos eligen pedir un préstamo y abrir un colmado, para tener así unos ingresos garantizados", explica Abdul Razzaq, presidente del Casal Paquistaní en Catalunya. Unos 10.000 euros pueden bastar, si se consigue un local económico. El horario XXL es legal para los comercios alimentarios de menos de 150 metros cuadradados y, sigue creciendo el formato de 24 horas, con oferta más amplia. Con posibles sueldos de entre 600 y 1.200 euros, según responsabilidad y horario, ven un asidero estable.

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EN BUSCA DE ESTABILIDAD

¿Y por qué todos eligen el mismo campo? "En otras tiendas más especializadas hay que tener más conocimientos", agrega. Y opina que el paquistaní busca un negocio seguro, en tanto que "la comida es una primera necesidad y hay más clientes que de cualquier otra cosa".

Pero está claro que también hay más competencia que en ningún otro campo. Basta con pasear por el Raval o la Barceloneta para encontrar un colmado de las mismas características tras otro. O tres en una manzana del Eixample. La esencia de todos es la misma, solo que en el último lustro la diferencia la marca estar o no bajo el paraguas de una franquicia. "Hace una década era difícil, pero ahora las cadenas dan apoyo y buscan al emprendedor paquistaní", apunta Iqbal, un empresario que empezó con una frutería en el Raval y ahora cuenta también con una agencia de viajes.

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Es de los que ha dicho "no" una y otra vez a propuestas para abrir un colmado o asociarse con algún compatriota. Es prudente y cree que es arriesgado meterse en un negocio "con desconocimiento". Ya lo vivió en su primera aventura comercial, donde sufrió pérdidas durante tres años hasta que aprendió lo bastante del negocio. "Si -entre sus compatiotras- hubiera más formación profesional, se abrirían también otros negocios", reflexiona. 

Pero las cadenas de alimentación encuentran aliados en estos emprendedores, en tiempos en que la crisis ha barrido a muchas tiendas de barrio y ha dejado locales vacíos. Coaliment tiene cientos de clientes paquistanís -franquiciados o no- en la capital catalana, y también proliferan los de Suma y Condis, entre otros, con los emprendedores registrados como empresa autónoma. H. M., que no quiere que su tienda salga en este reportaje, es de los que aún hacen la guerra por su cuenta. "Es más difícil porque de los productos que vendemos poco no se consiguen precios competitivos", se queja, pero empezaron desde la autonomía y afirma que ha ido mejorando condiciones con los proveedores.

Iqbal recuerda que en los años 90 bastaba con poner medio millón de pesetas en género y el distribuidor adelantaba otro tanto en productos. Ahora la franquicia es bien vista por los paquistanís porque da "más garantía y más confianza al cliente". También siguen políticas de promociones y precios más atractivos. Pero alerta de que no todas las zonas valen, ni alargar horarios es la clave. Ni tampoco las implantaciones a destajo.