Puerta 227, la alcoba de Mariana de Austria

CARLES COLS / BARCELONA

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La sala Balclis de Barcelona saca a subasta, por un precio de salida de 50.000 euros, nada menos que a Mariana de Austria, dicho con todos los respetos, la madre que lo parió, pues alumbró a Carlos II, un real guiñapo, demostración empírica de que la endogamia que se practicaba en la Casa de los Habsburgo no podía terminar bien. La historia es sobradamente conocida. El Hechizado, el apodo que le distingue de los otros Carlos, murió sin descendencia, nada raro a la vista del examen que del cadáver hizo el médico de la corte y en el que este  descubrió que el Rey tenía un único testículo y, además,"negro como el carbón". Sin heredero al trono, se desató en 1701 la guerra de sucesión, la verdadera primera guerra mundial de la historia, de la que seguro que el lector anda sobradamente informado, más que nada porque en Catalunya tuvo su epílogo particular con el Onze de Setembre y porque con motivo del tricentenario de aquel episodio al alcalde Xavier Trias le pareció estupendo dedicar 2,5 millones de euros del presupuesto municipal a bombardear de nuevo la ciudad, esta vez con exposiciones y otros festejos. Artur Mas hizo lo propio en Catalunya con otros cinco millones y, puestos a ser quisquillosos, se podrían computar también los 74 millones que costó el Born Centre Cultural.

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El caso es que la oportunidad de ver cara a cara en Barcelona a Mariana de Austria, la madre de tal estropicio (no el del dispendio público, sino el de la degeneración genética de una dinastía), es única, y la excepcionalidad se torna excitación si, como explica previamente por teléfono Enric Carranco, experto en pintura de Balclis, se trata de un cuadro del taller de Diego Velázquez, puede que pintado por su yerno, Juan Bautista Martínez del Mazo. La otra opción es que fuera un trabajo de otro de sus empleados, Benito Manuel Agüero. Total, que toca ir a la carrera a la sala de subastas a disfrutar de una cita irrepetible, y, ¡oh!, nada más cruzar con los ojos entrecerrados el umbral del establecimiento (aunque sea solo por soñar que se cruza la puerta 227 del Ministerio del Tiempo) ahí está ella, con su inconfundible cara de los Austria, blanca como la leche, apenas una niña, pero casada en pleno inicio de la pubertad con su tío, Felipe IV, que le sacaba 30 años. De ese momento de su vida es exactamente el cuadro. Es Mariana, que después llegó a ser reina regente a la espera de que su hijo Carlos II alcanzara la madurez y a quien, sin embargo, poco se la recuerda, aunque todo el mundo la ha visto en más de una ocasión. Es la figura femenina que se intuye en el espejo situado al fondo de 'Las Meninas'. También en esa escena, como en Balclis, luce un imposible peinado coronado con una pluma de avestruz. Y es también, ya puestos a informar, quien dio nombre a las islas Marianas y, lo que es más meritorio, a la fosa del mismo nombre, la sima más profunda de la Tierra. ¡Toma ya!

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CABALLO DE CINCO PATAS

La mano maestra de Velázquez -confirma Carranco- no está en ese lienzo. No hay en el cuadro ni uno de esos graciosamente llamados ‘arrepentimientos de Velázquez’, esas correcciones sobre la marcha que el pintor realizaba cuando no le agradaba el resultado. En su tiempo nada se sabía de esa técnica del artesanal 'photoshop' velazquiano, pero con el paso de los años los pigmentos se han deteriorado, algo imprevisto por el pintor, y han terminado por aflorar las imágenes ocultas. Entre los arrepentimientos de Velázquez hay que destacar, cómo no, el caballo con cinco patas que cabalga Felipe IV en un retrato ecuestre visitable en el Museo del Prado.

Qué será de Mariana tras la subasta. Pues que, al menos la del cuadro, tal vez vuelva al anonimato en el que ha pasado los últimos 350 años, en la pinacoteca de una aristocrática familia. De aquella infeliz reina se conservan tres retratos parecidos, los tres, en este caso, sí de Diego Velázquez. Son obras casi miméticamente reproducidas, con mínimas variaciones entre una y otra. Incluso la subastada y de autor incierto se parece cuidadosamente a esas tres, salvo por los detalles complementarios, como la forma del pañuelo, la ausencia de un reloj, la mano sobre la silla…, vamos, un material estupendo para un argumento de fantahistoria.

El encuentro con la reina, es una lástima, toca a su fin. Solo queda esperar que el Ministerio del Tiempo (¡por favor, tercera temporada ya!) le dedique algún día un capítulo, a ella o a su vástago y su terrible síndrome de Klinefelter que tan trascendental resultó para la historia de España. Y del mundo.