Ha muerto un hombre bueno: mosén Pau
El sacerdote Pau Caldés Claret, fallecido el martes, deja un legado indeleble de amor en la Barceloneta
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO / BARCELONA
La vida es río. La vida es tiempo tan cargado de tiempo que solo sabe desgranarse. Y por esa razón, porque la vida nunca se detiene, las gentes andaban a sus cosas ayer en la Barceloneta, con los trajines navideños, pero aun así se percibía un peso extraño sobre las acacias, una densidad distinta en el aire, una ausencia: la de mosén Pau. Ha muerto un hombre bueno.
El presbítero Pau Caldés Claret (Terrassa, 1916), toda una institución en el barrio marinero, párroco de la iglesia de Sant Miquel durante casi 50 años, falleció el martes en la residencia para sacerdotes ancianos de Sant Josep Oriol, en Les Corts, donde se había instalado hace apenas tres meses. Fue irse de su Barceloneta y morir.
“Aquí estoy bien”, le había comentado el mosén al fotógrafo Vicens Forner, un imprescindible del barrio, durante una de sus últimas visitas al asilo. “Hay ascensor para bajar al jardín, y mi habitación parece un piso: tengo televisor, estanterías para mis libros y música”. Pero mosén Pau, que había participado en cuantas manifestaciones pudo contra la degradación turística, se sentía solo fuera del barrio.
Caminar a su lado por las calles de la Sal, Baluard o Atlàntida, con su bastón y los tirantes que le sujetaban los pantalones de tergal, era un ejercicio de paciencia. Entre la ciática -nunca se quejaba de dolor, el pobre, sino de cómo le ralentizaba el paso- y los numerosos saludos a los vecinos, un trayecto de apenas diez minutos podía eternizarse. “'Bon dia, mossèn, ¿com anem?'». “'Anar fent. I ton pare, ¿nena?'”.
Mosén Pau había bautizado, comulgado y casado a media Barceloneta. “A mí solo me faltó que me divorciara”, bromeaba ayer el joyero Pitu Gurrea. Un tipo entrañable el cura. Un personaje adorado. Incluso los agnósticos o ateos, reconocía ayer algún vecino, le querían porque él no hablaba de monsergas, sino que practicaba el mensaje de Jesucristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Nada más (y nada menos). Desahuciados de la vida, drogadictos, ancianos en soledad, gente sin recursos… Donde no llegaban los papeles oficiales, ahí estaba él. Generoso hasta el final, ha donado su cuerpo veterano a la ciencia.
NACIÓ EL DÍA DE NAVIDAD
Como el de Nazaret, el sacerdote nació el mismo día de Navidad... Debió de darle pereza cumplir este viernes los 99 años.
En la puerta de la parroquia de Sant Miquel, un cartel advertía ayer que no se procedería al reparto de alimentos por el deceso. Allí mismo, en el umbral, Lolita Pombar Alzuguren, la mujer que cuidó de mosén Pau durante 50 años, conversaba con Mari Carmen y Adelaida Rucabado, dos hermanas que habían acudido a interesarse por sus últimos días y a pedir algo para conservar en recuerdo: un misal y una bata de trabajo, batas de color azul obrero que el cura vestía para sus chapuzas en la iglesia (le hizo una soldadura a la campana). ¿Para qué querrían una bata? “A las viudas de mis profesores siempre les he pedido las batas porque, al ponérmelas, siento que me arropan, me abrazan”, explicó Mari Carmen, que trabaja como oftalmóloga en Roma.
Podría decirse que Mari Carmen y Adelaida Rucabado eran casi sus sobrinas: el padre de ambas y el religioso hicieron la guerra juntos en la retaguardia. Mosén Pau, perseguido en la contienda por cura, logró cambiarse de identidad y cuando lo mandaron al frente, para no tener que empuñar un arma, le ocurrió decir que era estudiante de Medicina. Pues, hala, a remendar heridos en el hospital de Santa Elisa, en Espiel (Córdoba); al padre de las Rucabado le tocó de anestesista. Toda una vida juntos: mosén Pau lo casó y también le dio la extremaunción.
FORTALEZA DE ESPÍRITU
La bata azul no aparece, pero Lolita Pombar promete seguir buscando. Fuerte, como buena vasconavarra, le cuesta hablar de mosén Pau sin que aflore el llanto. “Fue muy valiente; admiro sobre todo la fortaleza de su espíritu”, dice Lolita al recordar cómo protegió dentro de la iglesia a los trabajadores portuarios en las asambleas del tardofranquismo.
Lolita le llevaba a los médicos, le planchaba y lavaba la ropa y le cortaba el pelo, a cambio de un plato de comida, de la que ella misma cocinaba, para ella y para su esposo. Cuidaba de él y de mosén Antoni Oriol, quien asumió el carisma de Pau Caldés y aceptó que se quedara en la parroquia de Sant Miquel tras su jubilación, hasta que, a su vez, le tocó a él el turno del retiro. La noche del jueves, la misa del Gallo la oficiará el nuevo rector, Miquel Álvarez, con unas palabras en recuerdo de mosén Pau.
Ha muerto un hombre bueno.
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