NUEVA ALARMA SOCIAL EN LA OTRORA ZONA INDUSTRIAL DE BARCELONA

Enésimo fuego en el descontrolado fenómeno de los asentamientos

Un cámara de televisión toma imágenes del altillo quemado y de algunos de los enseres que se salvaron.

Un cámara de televisión toma imágenes del altillo quemado y de algunos de los enseres que se salvaron.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Después de abandonar el hogar y la familia, de recorrer miles de kilómetros en condiciones penosas, de llegar a un país que no te ofrece ni una miga de lo que la ilusión te prometía y de sobrevivir recogiendo chatarra, que se te queme la casa resulta ser una desgracia muy a medias. Si a uno de ustedes se les incendia el piso, seguramente se sentirá 100% desesperado. Para la quincena de senegaleses a los que ayer se les quemó el hogar construido en un altillo de una fábrica de Poblenou en la que viven unas 40 personas, esta es la enésima zancadilla de una vida que va de patada en patada. Las llamas, al margen de arrasar con todo ese primer piso, dejaron un herido por inhalación de humo. Pero lo que es más importante: consumaron la sensación de que la pobreza enquistada de Sant Martí acumula pequeñas tragedias sin que se atisbe ni un final ni una solución.

En la foto de Google Earth del número 463-467 de la calle de Pere IV aparece una nave en pleno trajín industrial. Un vecino detallaba ayer que era un especie de almacén «de algo relacionado con el mundo de la prensa». En cualquier caso, esa imagen del 2008 es un gran reserva comparado con la desoladora estampa actual. Ahora es un espacio diáfano de algo más de 20.000 metros cuadrados que hace poco más de un año fue ocupado por ciudadanos senegaleses y rusos que se instalaron en paredes opuestas que les permiten mantener una relación «cordial pero distante».

UN JOVEN CON ASMA / Youssef es uno de los africanos del lugar. Sus robustas estancias, separadas por maderas y acabadas con esmero, contrastan con la fragilidad que exhibe la zona residencial rusa, más de plástico, más provisional. Sentado sobre un cilindro de metal, por la tarde mostraba a este diario la virulencia de las llamas en un vídeo que grabó con su móvil. Tuvieron que salir «por patas» porque el humo se acumuló con rapidez. El herido es un joven con asma, y es posible que las llamas se originaran «por un cortocircuito», ya que por ahí «pasan muchos empalmes de cables, necesarios para tener luz». En el altillo también vivía Sonia, una chica de Guinea Ecuatorial a la que Dúnia, una vecina de la zona, había regalado un canapé. Se conocieron en la calle; una preguntó a la otra, la primera necesitaba algo que a la segunda le sobraba, y se pusieron de acuerdo. Desde entonces se siguen la pista, razón por la cual Dúnia se acercó a la nave. «Esta gente solo hace su trabajo. Fíjate cómo lo tienen todo de ordenado, es una lástima...», resumía.

El ayuntamiento mandó una nota con la información técnica del suceso: 10 dotaciones de los bomberos, atención sanitaria a uno de los afectados y la activación de unos servicios sociales que, como suele suceder, fueron rechazados por las 17 personas a las que se les ofreció «ser realojadas». El equipo de Xavier Trias sigue sin dar con la solución definitiva al problema, ejecutando solo desalojos exprés sin orden judicial por motivos se seguridad. En la mente del alcalde y en la de los barceloneses con memoria todavía escuecen esos cuatro muertos en un asentamiento de la calle de Bilbao, junto a Can Ricart, en abril. De ahí esa voluntad de garantizar la seguridad de las personas.

Pero al margen de desmantelar campamentos, ¿qué otras opciones hay antes de que el problema reviente, con consecuencias de incierto resultado para Sant Martí y la ciudad? El comisionado de Inmigración, Miquel Esteve, aseguró a este diario a finales de noviembre que el consistorio tiene un plan. Se mostró «moderadamente optimista» y anunció su intención de aplicarlo «antes de que acabe el año». Le quedan cinco días. Integración laboral, una cooperativa para recoger chatarra y el retorno voluntario al país de origen. Barcelona tiene un plan y el barraquismo sigue sin rumbo. Y a la deriva