SANTS-MONTJUÏC
Mentes prodigiosas
Paco García no habla. Señala las combinaciones de las letras que quiere decir en una cartulina con fondo azul y grana, homenaje a su pasión culé.«Tuve un accidente de moto -explica-.Me faltaban dos meses para cumplir 18». Han pasado ya 10 años, pero señala sus palabras con decisión y sin perder la sonrisa. Es uno de los usuarios de Trace, la Associació Catalana de Traumàtics Craneoencefàlics i Dany Cerebral. Acude al centro para aprender informática, hacer tratamiento con un fisioterapeuta y, de vez en cuando, ir a la piscina.
La sede de Trace es un bajo de la calle del Rector Triadó, al lado del parque de la España Industrial. Funciona desde 1988 y como explica su coordinador pedagógico, Daniel Rodríguez Boggia, la asociación nació«a raíz de una serie de familiares y amigos interesados en que después de la etapa hospitalaria hubiese una continuidad».
En un hotel
Tras empezar en una habitación de un hotel, Trace se trasladó a su actual sede en el 2000. Las actividades iniciales se orientaban al apoyo psicológico, pero poco a poco amplió su abanico. Hoy enseña informática (muchos usuarios tienen blog), cerámica, idiomas e incluso, de vez en cuando, van a Sant Vicenç dels Horts (Baix Llobregat) a cultivar un huerto ecológico.
En esencia, los usuarios de Trace reciben apoyo para reorganizar su vida. Como Antonio Tamajón.«Tuve un accidente de tráfico el 7 de octubre del 2003, el día que volví a nacer. Estuve cuatro meses en coma», explica con calma. La recuperación fue dura. Después que la mujer y los hijos le abandonaran, está aprendiendo cocina.«Lo hago para poder soltarme, ganar independencia y pasar más tiempo con mi nueva pareja, que vive en Lleida», dice.
La presidenta de Trace es Rosa Sanvicens, víctima de un accidente hace 23 años. Tiene los objetivos claros. En el ámbito material, crear una residencia de atención continua, ya que «cuando los padres de los enfermos ya no están hacen falta centros residenciales específicos». También pisos tutelados que ayuden a los usuarios a lograr su ansiada independencia. En el terreno moral, la visión también es diáfana. Quiere que se les valore por lo que pueden hacer y no por sus carencias.«Cuando pedimos el huerto ecológico casi nos dijeron que estábamos locos, que no es algo para gente con daño cerebral, porque supone un esfuerzo físico. No entienden que tenemos una gran variedad de secuelas. Hay personas que pueden hacer diversos trabajos», explica Sanvicens, que quiere cambiar la imagen del colectivo.«Debe haber menos gente dependiente del dinero de la Administración. No queremos que nos den el pescado, sino la caña y que nos enseñen a pescar», pide.
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