a pie de calle

El aburrimiento de las revoluciones

Dos jóvenes acampados en la plaza de Catalunya descansan debajo de un toldo, ayer.

Dos jóvenes acampados en la plaza de Catalunya descansan debajo de un toldo, ayer.

JOAN BARRIL

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En 1919 el periodista norteamericanoJohn Reedpublicó su famoso libroDiez días que estremecieron al mundo. Se trataba de la narración de la revolución bolchevique que marcó la casi totalidad del siglo XX. O sea: que la revolución más intensa y más fundacional de la historia se condensó en 10 pocos días. Unas décadas antes la Comuna de París se hizo con el poder de la capital francesa durante un breve periodo de dos meses y 10 días, hasta que los parisinos fueron masacrados en la llamadasemana sangrientaque culminó el 28 de mayo con un balance de 30.000 ciudadanos muertos por los propios franceses.

En cualquier caso esas grandes revueltas duraron poco en sí mismas. La revolución bolchevique se mantuvo durante casi un siglo. Los castristas continúan en el poder desde enero del 59 y la experiencia de loscommunardsacabó como el rosario de la aurora. Con esas cifras me pasee ayer, día festivo, por la plaza de Catalunya. Grandes grupos de turistas se acercaban a la plaza para fotografiar lo que quedaba de la insurrección de los indignados. Al mediodía el campamento empezaba su jornada con muy pocos planes en la agenda.

Portavoces de esperanza

 Las revoluciones necesitan un tono vital que se alimenta de las palabras y de las esperanzas. Pero los portavoces de la esperanza ya no están en la plaza. Las asambleas son una proclama en sí mismas, pero tras el ritual de la palabra libre hace falta alguien que jerarquice las propuestas. De lo contrario todo queda en una exaltación de la transgresión que, a fuerza de repetirse, se va quedando en nada. Sin duda hay pocas cosas tan demoledoras para una concentración prolongada como la lluvia y el aburrimiento. Ayer no llovía, pero el campamento languidecía. La gente se había largado con sus justificadas indignaciones a su casa y poco a poco se habían instalado en las ramas de los árboles y las pancartas de colores desvaídos los conformistas de la supervivencia.

Hasta la semana pasada todavía podía hablarse de que otro mundo era posible, pero cuando los días del campamento ya no estremecen a nadie es evidente que nos encontramos ante un mundo imposible. Toda revuelta necesita una vitalidad del pensamiento. Y esa vitalidad, que tanto ha avergonzado a los políticos, ahora ha sido usurpada por los pescadores de ríos revueltos. «Yo de aquí no me muevo. Y si me sacan a porrazos, volveré». Lo dice un joven peludo que acaba de levantarse de su colchoneta. Le pregunto los motivos por los que va a volver, si allí ya no hay nada que hacer. «Están los míos. ¿Te parece poco?» El proyecto colectivo ha desaparecido y ahora solo queda la necesidad de hacerse compañía. Por las calles no se es nadie. En la plaza de Catalunya, en cambio, se conserva un cierto heroísmo. No hay nada que pensar. Basta con estar juntos.

Por el cielo de la plaza de Catalunya se ve el vuelo circular de una gaviota de pico acerado y garras potentes. Se ha fijado en un palomo de pocos meses que a duras penas intenta picotear el suelo de la plaza. Por pocos centímetros la gaviota no consigue destripar al palomo. Así una y otra vez hasta que la víctima se refugia bajo los arbustos de la plaza. Allí también hay otros palomos desvalidos y la gaviota se va a hacer de depredadora de cualquier cosa. Esa persecución entre gaviota y paloma han sido los 10 minutos que han estremecido a la plaza. Se acerca el verano y los campamentos son enemigos del calor. En los cuatro puntos cardinales se ven guardias urbanos con cara de pocos amigos. Entre los turistas me parece ver a alguien que se parece aJohn Reed. Pero no hay revolución indolente ni ocupación que dure 100 años.John Reedha pasado de largo. Y sin embargo, en el aire, queda el aroma de la buena leña que ardió para devolvernos el calor de la esperanza. Lo demás son cenizas.