El crudo día a día
Una hora de realismo
Una hora delante de una taquilla de metro del paseo de Gràcia son 60 minutos de vergüenza ajena, escenas cómicas y sucesos embarazosos. Se trata de redactar una crónica sobre los que se cuelan en el subterráneo, pero la realidad siempre brinda imágenes que uno no espera, secuencias más propias de un monólogo del añorado Pepe Rubianes que del transporte público de una gran ciudad europea.
Luego hablaremos de los que se cuelan porque se impone empezar con la historia de una mujer en silla de ruedas. A los 15 minutos de recuento desin billetes,tres chicos de unos 20 años y dos señoras, todos de origen árabe, llegan con el objetivo de coger la L-3. Una de las mujeres tiene una discapacidad y no puede pasar por culpa de la estrechez de la entrada. Tampoco cabe por la salida de viajeros. Por suerte, en un extremo hay una puerta metálica pensada para este tipo de situaciones. Pero nada, no se abre y tampoco hay personal para darle al botoncito que un rato antes una empleada de TMB ha apretado para bajar a las vías.
A los 10 minutos aparecen dos guardias de seguridad. No tienen la llave de la sala de control y tampoco consiguen que la estructura ceda. Se van camino de la línea 4 con una promesa:«No se preocupen, dentro de dos minutos vendrá alguien y les abrirá».Pasan 15 minutos y los tres chicos, ayudados por todo el que pasa por ahí, se deciden a levantar a la señora, que asustada se agarra a todas las cabezas que puede mientras vuela de un lado a otro del vallado.«Gracias, muchas gracias»,repiten sus acompañantes, que ni por asomo se plantean validar el billete.
En los 60 minutos de vigilancia, 59 personas han decidido colarse en este acceso a las líneas 2, 3 y 4. Siempre podrá decirse que es menos de una por minuto, pero comprobado el libre albedrío, tanto de autóctonos como, sobre todo, de turistas, más vale preguntarse si algo malo le está pasando al metro.«Hay de todo, están los que se han colado toda la vida en todas las paradas de metro y los que piensan que esta estación es un cachondeo y que ellos no van a ser menos»,resume Damián, un argentino rumbo a Roquetes.
¿Y tú, cómo te cuelas?
Es imposible trazar un perfil del sujeto que baja al andén sin pasar por caja. Hay tantos hombres como mujeres y con edades entre los 18 y los 70 años. Sorprende que más de la mitad sean turistas que aprovechan su rol de neófito despistado para ahorrar unos céntimos en su presupuesto para las vacaciones, como también es de admirar que algunos padres paguen el billete y manden a sus retoños pasar por debajo del control.
Los hay que ejecutan un salto acrobático, delgaduchos que pasan por debajo bailando ellimbo
rock o educados que esperan que la gente salga antes de entrar ellos por las puertas de retorno. Algunos no lo ven claro, sudan frío y, casi a cámara lenta, al final se lanzan. Otros se retiran al ver a un tipo que lleva ahí mucho rato; no vaya a ser un policía de paisano.
Por suerte para TMB, la deficiente señalización lleva a numerosos turistas a pagar dos veces sin querer. Al pasar la tarjeta se equivocan de torno y, como no cede, vuelven a desembolsar. Como de costumbre, pagan justos por pecadores.
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