PERFIL
Eder Sarabia, la sangre caliente de Setién
El segundo entrenador del Barça, cazado en sus reproches a los jugadores en el clásico, ha sido expulsado seis veces desde el 2015
No llevaba ni un mes en Primera División. Al cuarto partido en la elite, recién llegado al banquillo del Las Palmas, Eder Sarabia vio su primera tarjeta roja. Ocurrió en Mestalla (21 de noviembre del 2015) cuando el colegiado Pérez Montero le expulsó. Apenas quedaban 10 minutos de partido, que terminó en empate (1-1). Pero el hijo de Manu Sarabia, loco del ciclismo y de la NBA, vehemente y de sangre caliente, enfiló el camino del túnel de vestuarios por "dirigirse al árbitro, saliendo del banquillo con los brazos en alto, protestando una decisión". Fue la primera de las seis rojas, y 11 tarjetas amarillas, que ha recibido en su carrera como ayudante de Quique Setién.
En el Bernabéu, y en su primer clásico como segundo entrenador del Barça, Sarabia fue cazado por las cámaras. Primero de Vamos, luego de GOL. Atraparon ese carácter que ya se conocía en Las Palmas y en el Betis. Pero todo queda enormemente amplificado bajo el prisma azulgrana, con la consiguiente erosión que puede provocar en el vestuario del Camp Nou.
Setién lo escogió hace cuatro años para iniciar la aventura en las islas Canarias. Lo conocía desde que era un niño. Y no, no es ninguna exageración. En realidad podría ser su padre. Quique tiene 61 años; Eder, 39. Pero el cántabro ya veía correr detrás de un balón a Eder, entonces con siete años, por Logroño acompañando a Manu Sarabia, mítico delantero del Athletic que terminó su carrera deportiva en Las Gaunas. Ambos compartieron tres temporadas del histórico Logroñés en Primera. De 1988 a 1991. Ellos, en el campo; el niño, en la grada.
Caracteres antagónicos
Dos décadas más tarde, Setién recurría al hijo de su amigo para sentarlo a su lado. No se parecen en nada de carácter. Quique es calmado, sosegado, tranquilo, sabio en ocultar sus emociones. Eder, en cambio, no para de chillar y gesticular sin importarle el qué dirán. Ni lo qué dirán de él.
Quique es sabio para ocultar sus emociones; Eder, en cambio, es vehemente y apasionado en sus quejas y reproches
En el Bernabéu, por ejemplo, el jefe estaba aparentemente inmune al volcán que supone disputar un clásico. El ayudante, sin embargo, no paraba de proferir quejas. A su derecha, con un iPad en la mano, estaba Jon Pascua Ibarrolla, el entrenador de porteros, alineado con la tesis setienista. Ni abrió la boca. Dos asientos más allá andaba Carlos Naval, el delegado del Barça. Ni una sola palabra. En boca cerrada no entran moscas.
Quería Eder "ser futbolista", como suele recordar Manu, pero se le complicó por "una lesión en la espalda" hasta que un día le dijo a su padre que "disfrutaba más entrenando a otros que jugando". Quique no lo escogió por amistad con su antiguo compañero.
Eligió a un tipo de sangre caliente, que se define en su cuenta de Twitter (ahora menos activa que antes) como un "privilegiado". No solo eso. Usa las mayúsculas para destacar "valentía y pasión" como ejes de su carrera en los banquillos. Es la voz y la sangre caliente del padre Setién, de su segundo padre.
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