Las claves de la cartelera

Sacha Baron Cohen vuelve a armarla con 'Brüno'

El humorista repite la fórmula de 'Borat' en su chanza de la moda y la homosexualidad

Uno de los personajes de Paranoid Park, de Gus van Sant.

Uno de los personajes de Paranoid Park, de Gus van Sant.

NANDO Salvà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Que el cine suele ser cuestión de recetas narrativas, de carpintería dramatúrgica inspirada en el catálogo del IKEA, de fórmulas que funcionan incluso cuando se diseñan de la forma más cínica es algo no necesariamente malo y, en cualquier caso, indudable si hablamos tanto de Hollywood como del cine de autor. Para muestras, sobran los botones en las novedades cinematográficas de esta semana.

En 2006, el cómico británico Sacha Baron Cohen llevó a uno de sus personajes más célebres, el periodista kazajo Borat Sagdiyev, a la gran pantalla en Borat, película alabada por la crítica, convertida por el público en taquillazo y nominada al Oscar por su guión. Era solo cuestión de tiempo que Cohen tomara a otro de esos alter ego creados hace una década para la televisión británica y lo situara en el centro de una película de estrategia esencial similar. Bajo la piel del reportero de moda austriaco Brüno, un hombre guiado no por la cabeza que tiene sobre los hombros sino, más bien, por la que aprisiona su tanga rojo, Cohen viaja de un lado a otro interactuando con otros seres humanos y usándolos a traición para exponer algunos de los prejuicios más atroces y ridículos que definen la cultura pop, en este caso relacionados sobre todo con los homosexuales.

Brüno incluye chistes e imágenes gráficas sobre la sodomía, penes de varios tamaños, formas y colores, algunos de los cuales se enrollan, aletean y hasta hablan; invitados como Paula Abdul, que se sienta sobre la espalda de unos señores mexicanos mientras la entrevistan; orgías heterosexuales en las que Cohen observa embobado los miembros viriles... ¿Es su objetivo y del director Larry Charles exponer hipocresías o simplemente provocar? Probablemente ambas cosas, y en cualquier caso, tiene gracia que alguien decida derribar la puerta del armario a través no del decoroso activismo propio del cine de prestigio, como hizo Gus van Sant en Mi nombre es Harvey Milk, sino del humor más cabestro y de un desprecio total por la vida –como menear el trasero de forma sugerente frente a una sucesión de homófobos potencialmente violentos–. El resultado es uno de los filmes más salvajes estrenados comercialmente desde… Borat.

Tiene sentido mencionar a Gus Van Sant, porque también él está de estreno hoy en España y porque en su nueva película, Paranoid Park –en realidad es anterior a Milk: cosas de la distribución en este país— reitera, igual que demostraba en películas como Mala noche, Drugstore cowboy o Mi Idaho privado, su interés por chicos bellos y perdidos y por los rincones más oscuros de su consciencia. ¿Sello de estilo o autoplagio? Mientras lo haga bien, uno puede copiarse cuanto quiera a sí mismo, y Van Sant lo hace de miedo. Paranoid Park retoma la experimentación formal con la que el director dio cuerpo a su trilogía de la muerte –Gerry, Elephant, Last days–-: paisajes sonoros superpuestos, una cámara itinerante, una cronología engañosa.

De nuevo, Van Sant entiende cómo el color y el movimiento y el ritmo pueden retratar un estado mental con más precisión que los monólogos y los diálogos. Y, eso sí, esta vez aporta a su retrato una hondura psicológica y algo parecido a una trama: la muerte provocada pero accidental de un guarda de seguridad a manos de un skater. De todos modos, si a usted le apetece sumergirse en una investigación criminal, mejor vaya a ver otros estrenos como el thriller Más allá de la duda (que también se sirve de fórmulas ya testadas: es un remake de la última película que Fritz Lang hizo en EEUU, en 1956) o la trepidante muestra de terror psicológico patrio Paintball, porque Paranoid Park no es tanto el misterio de un cadáver como una traducción libre del estado mental de una adolescencia que vive en un limbo moral y aterrada ante un futuro en el mundo exterior, lleno de responsabilidades. El acto criminal como metáfora. Después de todo, una de las características de ser adolescente es tener la sensación permanente de que, en cualquier momento, alguien te va a acusar de algo.

Si hay un género destacable por su uso consciente y desacomplejado de estructuras dramáticas prefabricadas, ése es la comedia romántica, y de él llegan hoy varios ejemplos a la cartelera. La propuesta, por ejemplo, es la historia de un hombre y una mujer que empiezan odiándose y acaban amándose. Es, por tanto, el refrito de un argumento que ya era viejo cuando Spencer Tracy y Katharine Hepburn lo interpretaban. Para muchos, ojo, eso es bueno. Todo lo que buena parte del público necesita de las comedias románticas son caras familiares –y aquí encontrará la de Sandra Bullock–, muchas sonrisas y alguna lágrima. Se dice que esos trucos son fáciles de perdonar siempre que la película acerque al espectador a la experiencia de enamorarse. ¿Logra eso este enredo de una tiránica editora literaria y su sufrido secretario? Si ha visto usted el tráiler de la película, posiblemente sepa ya la respuesta. De hecho, si ha visto usted el tráiler ya conoce la historia entera –el final no, pero está cantado– y sus mejores chistes.

Otro ejemplo de enredo amoroso trazado con escuadra y cartabón es la tercera película del argentino Juan Taratuto, que obtuvo un enorme éxito con la comedia No sos vos, soy yo (2004) y tres años después repitió métodos con ¿Quién dice que es fácil? Pese a que en Un novio para mi mujer, su tercer largometraje, ha decidido prescindir del actor protagonista de los otros dos, Diego Peretti, recupera su personaje tipo: un tipo apocado y de buen corazón, con una vida personal algo desastrosa y superado por sus problemas de pareja. Mismos perros con distintos collares, pues.

¿Qué desea usted una historia de amor distinta? Pruebe con V.O.S., de Cesc Gay, que además medita sobre el hecho de hacer cine y, ¿por qué no?, de usar o desechar fórmulas.