interferencias
La vida durante la muerte
Joel Mercè
Periodista
Leer The walking dead, el cómic, es como conducir tranquilamente por la autopista y, de repente, estrellarse contra un muro que ha salido de la nada. Durante varios números parece que la serie se estanca. Como en muchos capítulos de Perdidos. Los personajes viven más o menos felices, por momentos parecen casi ajenos a que el mundo que conocían ya no existe. Y, de repente, Robert Kirkman golpea al lector donde más duele.
Nadie está a salvo: ni Rick, el héroe, ni su familia, ni sus compañeros de viaje. Cualquiera puede caer en cualquier momento. Y los golpes más aterradores no son los mordiscos de los muertos: son los vivos los que dan más miedo.
Las vísceras o la sangre no son lo importante: además, en un cómic en blanco y negro impresionan menos. Porque quien ha conseguido sobrevivir, lo ha hecho a costa de ser un poco —o mucho— menos humano. The walking dead es un cómic de terror, pero no por los zombis: lo terrorífico es ver en qué se van transformando los que aún no están muertos.
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