LOS SANITARIOS. SOLIDARIDAD CON LA DAMNIFICADA

"Ahora quieren sacrificar a Teresa como a su perro"

MAYKA NAVARRO

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Tras esos abrazos que son mucho más intensos y duraderos que un saludo normal, alguna de las mujeres se aparta del grupo porque le cuesta frenar las lágrimas. A las puertas del Hospital Carlos III de Madrid se concentraron ayer tarde compañeros de Teresa Romero, de todos los hospitales de Madrid, para denunciar que la auxiliar de enfermería se contagió del ébola no por su culpa «como ahora quieren hacer creer», sino porque carecía de la formación necesaria. Entre los concentrados, apareció una de las sanitarias que, tras varios días en observación, ayer mismo fue dada de alta. Todo eran besos y mimos para ella.

Romero quizás escuchó los gritos de sus compañeros desde su habitación de aislamiento de la sexta planta del Carlos III. Muchas de las consignas eran cánticos de solidaridad para esta mujer de 44 años. Tras su ingreso en el hospital, la auxiliar infectada rompió a llorar pensando que ningún compañero se atrevería a entrar a su habitación por el riesgo que supone. «En ningún momento ha dejado de estar asistida. Solo faltaría», explicó un celador, veterano, que igual que Romero asistió a los religiosos fallecidos por ébola.

Los compañeros de Romero no ven clara la versión de que la auxiliar confesó que se rozó la cara con un guante. «Los que la conocemos sabemos que si eso hubiera pasado, lo habría dicho allí mismo, porque ocultando el incidente se ponía en riesgo a ella y a todos nosotros», dijo una enfermera.

El personal sanitario del Carlos III, que en la protesta solo hacía declaraciones anónimas para no sufrir «represalias», está convencido de que Romero ha recibido una gran presión y por eso ha explicado la tesis del guante.

Lo cierto es que en las últimas horas, Romero y su marido, Javier Limón, en las intervenciones telefónicas que han realizado en medios han asegurado que desconocían cómo pudo ser el contagio. Es verdad que Romero reconoció que el momento más crítico fue cuando se quitó el traje protector, pero según sus compañeros, las dos veces lo hizo supervisada por otro sanitario. «Ahora quieren sacrificarla como a su perro», advierte una enfermera.

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