Eddie Vedder, trovador 'grunge'
La actitud sincera, sensible y humanista del cantante de Peal Jam resulta muy de agradecer
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
Eddie Vedder disfruta de una saludable esquizofrenia musical. Unos días es el líder de Pearl Jam, el grupo más sólido, junto a Nirvana, de la era grunge, una banda potente y ruidosa ideal para esas mañanas en que te despiertas un pelín fofo mentalmente. Otros, es el sensible cantautor acústico que apetece escuchar al atardecer y que te transmite una melancolía de esas que hacen mucha compañía y que a veces recuerda al difunto Nick Drake. Puestos a elegir, uno se queda con esta versión del señor Vedder, puesta de manifiesto en el magnífico y ligeramente incomprendido 'Ukulele songs' -temas propios y ajenos a voz pelada y ukelele, con algunos coros femeninos- y en las canciones que ha escrito para las películas de su amigo Sean Penn, 'Dead man walking' e 'Into the wild'. En la primera sonaban dos de las canciones más hermosas e hipnóticas que uno haya escuchado en su vida, compuestas a medias con Nusrat Fateh Ali Khan y que te dejaban con ganas de un disco entero que reflejara todos los logros de ese extraño dúo (no sé si estaba previsto, pero el paquistaní se murió antes de que pudiera hacerse realidad). En la segunda, las canciones de Vedder eran, de hecho, mejores que la película, que consistía en la reivindicación de un personaje que, pese a los esfuerzos de Penn, a muchos nos pareció un merluzo en la línea del protagonista de 'Grizzly man', el documental de Werner Herzog sobre un amigo de los osos que acabó devorado por éstos.
Creo que éste es el Eddie Vedder que actuará el próximo día 25 en el Palau Sant Jordi, aunque también atacará el repertorio de Pearl Jam. Trae como telonero a otro interesante cantautor, Glenn Hansard, colaborador fundamental de la gran Marianne Faithfull en su último disco, 'Negative capability', que en España ha pasado injustamente inadvertido. Si en Pearl Jam la voz de Vedder es un instrumento más, en su versión acústica es donde alcanza mayor expresividad y capacidad de conmover: es una voz quebrada, a menudo doliente, que se te incrusta agradablemente en los oídos y que a menudo te lleva a pensar que cada canción es una nana pensada exclusivamente para ti.
En una escena pop cada día más trufada de gente de plástico, la actitud sincera, sensible y humanista de Eddie Vedder resulta muy de agradecer. Esperemos que el público barcelonés atienda a su llamada.
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