Análisis

¿Es posible desradicalizar?

Los resultados de los programas que han puesto en marcha muchos países todavía son mediocres

Homenaje silencioso de los ciudadanos en la Rambla.

Homenaje silencioso de los ciudadanos en la Rambla. / periodico

CRISTINA MANZANO

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¿En qué punto una persona radicalizada decide dar el gran salto y convertirse en terrorista? No es una acción lineal, ni clara, aunque pueda parecerlo. Radicales puede haber muchos, pero personas dispuestas a matar, e incluso a morir, en aras de determinadas ideas hay muchas menos de las que el impacto de los actos de terror podría hacernos pensar.

Investigadores de todo el mundo tratan de encontrar una respuesta a esa pregunta, sin lograr atraparla. Sí se conocen las múltiples causas de una frustración que está en el origen de todo: de un lado, la falta de oportunidades, los sentimientos de marginación, de desarraigo, la búsqueda de una identidad fabricada e idealizada; de otro, el uso del odio como motor de la manipulación, el ofrecimiento de un fin último, la falsa promesa de hacer historia, de convertirse en héroes…

Cómo impedir ese salto se ha convertido en parte inherente de la lucha antiyihadista en los últimos años. En numerosos países se han puesto en marcha programas de desradicalización, aunque con resultados todavía más que mediocres. Posiblemente el caso más notable sea el sonado fracaso de Francia, que acaba de anunciar –apenas unos días antes de los atentados de Barcelona y Cambrils– el cierre de su único centro experimental de desradicalización. Al parecer, el aislamiento físico –en medio del campo–, el hecho de no ofrecer un programa individualizado y el carácter voluntario han pesado en su falta de eficacia. Las autoridades francesas iniciarán en otoño un nuevo proceso para analizar otros posibles modelos para atajar el extremismo.

Dadas las circunstancias, es probable que no opten por el modelo danés, conocido por su tolerancia a la hora de buscar la rehabilitación de individuos con tendencias radicales y también de los excombatientes retornados. De hecho, Dinamarca fue elegida ya en el 2008 por la Unión Europea como país piloto en programas de desradicalización.

También en el Reino Unido funciona desde el 2012 un esquema de este tipo, Prevent, volcado en la prevención.

Aunque pueda parecer paradójico, países como Arabia Saudí y Pakistán, cuna y escuela de las ideologías que han dado paso al yihadismo de corte moderno, tienen también potentes programas dirigidos a frenar la radicalización de los suyos. Aunque, de nuevo, su eficacia está por ser demostrada.

Proyecto europeo en España

En España, el Real Instituto Elcano tiene previsto lanzar en septiembre un proyecto, en el marco de la Unión Europea, para investigar formas eficaces, éticas e innovadoras para atajar la radicalización ligada al extremismo, y en el que participarán instituciones y fuerzas de seguridad de 18 países.

Un objetivo generalizado es atajar el problema en las cárceles, donde la confluencia de delincuentes y radicales ofrece el caldo de cultivo ideal. Allí, como en otros casos, son determinantes el papel de imanes moderados, capaces de desmontar con argumentos teológicos las falsedades de los extremistas y de ofrecer una visión alternativa del islam, de los psicólogos y, sobre todo, del entorno más cercano: la familia y los amigos. Llegar a ellos, en comunidades frecuentemente marginadas, no es tarea sencilla, ni mucho menos rápida.