CUENTA ATRÁS PARA EL 1-O
De repente, el último verano
El juego del escondite con el Estado de derecho es muy improbable que vaya a dar como resultado la república catalana
Jordi Mercader
Periodista.
JORDI MERCADER
Gore Vidal escribió un magnífico guion a partir de una obra de Tennessee Williams para una película rodada en el Baix Empordà, 'De repente, el último verano'. El argumento: un aparente delirio puede esconder un relato coherente de la realidad, y a veces es difícil discernir quién vive en un mundo imaginario. En el cine, todo se aclara. En el mundo real, se supone que también, aunque pueda tardar algo más de lo previsto o conveniente.
¿Será este el último verano del 'procés' o estamos viviendo nuestras últimas semanas como españoles? Podría pasar que no pasara nada, que unos hallaran la manera elegante de alargar el procesismo unos cuantos veranos más y los otros consiguieran llegar al invierno sin haber ofrecido una sola idea inteligente para salvar el conflicto. No parece esta la hipótesis más extendida. La determinación exhibida por Puigdemont y Junts pel Sí de llevar a Rajoy al abismo del exceso judicial invita a pensar que algo sucederá, como mínimo, suficientemente relevante para forzar un cambio de etapa.
Cambio de estrategia
El juego del escondite con el Estado de derecho es muy improbable que vaya a dar como resultado la república catalana; ni siquiera la celebración de un referéndum más o menos presentable, más o menos tolerado, podría acelerar la proclamación del nuevo Estado. Pero esto no será el final de la aspiración, sencillamente supondrá el despertar del sueño de la independencia exprésindependencia exprés. La propia lógica desarrollada por el independentismo abocará a modificar su estrategia a partir de los acontecimientos que nos aguardan en las próximas semanas, una vez se compruebe la inexistencia de las circunstancias sociales, políticas y jurídicas apropiadas para enfrentar la disyuntiva definitiva "independencia sí o independencia no".
Furia democrática
Las astucias hasta llegar a la tramitación de la ley del referéndum han creado un gran saco de indignación popular por la supuesta baja calidad democrática de España, en el que se han metido también los encontronazos entre administraciones y todos los errores del Gobierno central en la gestión del día a día, desde el acoso judicial por el arte de Sixena a la afrenta crónica de Rodalies o al caos internacional del aeropuerto de El Prat.
El Estado incompetente se está descubriendo como un socio más efectivo para el soberanismo que el Estado opresor. Para desarrollar los beneficios de esta línea habrá que picar más piedra, hasta lograr que la indignación social se traduzca en pólvora política decisiva. Adiós, astucia; hola furia democrática.
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