Opinión | Editorial

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Los narcopisos amenazan al Raval

Es preciso actuar con firmeza contra un fenómeno que alarma a los vecinos y puede degradar el barrio

Operación contra la venta de droga en el Raval

Operación contra la venta de droga en el Raval / periodico

Las calles del Raval barcelonés están recuperando una imagen inquietante, que nos retrotrae a los años 80: la de heroinómanos con síndrome de abstinencia en busca de droga. Los expertos no han detectado un aumento del número de consumidores de este opiáceo de efectos demoledores, sino que atribuyen el fenómeno a la expansión, en el distrito de Ciutat Vella, de los narcopisos, viviendas ocupadas –ilegalmente, por supuesto– por traficantes de drogas para tener más fácil su siniestro negocio: ofrecen al toxicómano un pack que incluye la heroína (a menudo muy adulterada) y un lugar cerrado donde inyectársela de inmediato.

El desasosiego de quienes viven en el Raval ha ido aumentando en paralelo a la ocupación de pisos por parte de traficantes. Las cifras no son anecdóticas, porque desde finales del 2016 la Guardia Urbana ha contabilizado unas 60 viviendas que se usan como narcosala clandestina. Los vecinos sufren no solo las graves molestias que implica la persistente presencia de toxicómanos con mono, sino también inseguridad por las peleas entre clanes de traficantes. Un cuadro que se completa con el poco interés de los propietarios de los pisos ocupados por los narcos –en bastantes casos, fondos de inversión que se mueven por objetivos no inmediatos– en denunciar la situación.

El sistema altamente garantista de la legislación española tampoco ayuda a expulsar a los narcos de los pisos, porque los jueces quieren pruebas concluyentes del delito antes de ordenar un desalojo, pero los cuerpos policiales no disponen de efectivos suficientes para reunir con celeridad esas pruebas. De esta situación de respeto escrupuloso de los procedimientos se aprovechan, para desesperación de los vecinos, los delincuentes. La salida del laberinto no parece fácil, pero los poderes públicos no pueden dejar de guiarse por el sentido común: hay unas víctimas a las que atender y proteger, que son los vecinos y los propios toxicómanos, y unos victimarios a los que perseguir, los narcotraficantes. Es necesario actuar con determinación para que en el Raval, que ya sufre el azote de la gentrificación, no arraiguen los narcopisos. Costó mucho dinero y esfuerzo, en los años 80 y 90, dignificar el barrio y ahora no se puede permanecer indiferente ante una situación que lo puede hundir de nuevo en la degradación.