Análisis
Ilusiones populares
España es adicta a las loterías. Porque tiene el Estado menos redistributivo de Europa y causas histórico-culturales derivadas del problema
Xavier Martínez-Celorrio
Profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.
XAVIER MARTÍNEZ CELORRIO
La probabilidad de que un décimo resulte premiado con el gordo de Navidad es de una entre cien mil. Dicho de otra manera, es de una gota entre cinco litros de agua. Dada esta ínfima probabilidad, muchos economistas desaconsejan jugar a la lotería como la peor inversión posible al ser algo poco racional que tiene mucho de supersticioso. Otros dicen que la lotería se ha convertido en el impuesto que pagan aquellos que no saben de matemáticas. Estos comentarios olvidan que las personas no somos solo seres racionales sino también seres emocionales que construimos y compartimos ilusiones que compensan las amarguras de la vida.
España es uno de los primeros países del mundo en gasto en juegos de azar y loterías. En el año 2011, en plena crisis, en España se gastaron un total de 26.585 millones de euros en loterías, quinielas, cupones, bingos y tragaperras. Si toda esa cantidad fuera destinada directamente por el Estado a educación y universidades, llegaríamos a tener la misma inversión pública educativa que tienen países tan destacados en la materia como Suecia o Canadá. Así, estaríamos cerca del 7% de inversión educativa sobre el PIB. Esa sería una ilusión ilustrada que nunca llegaremos a ver satisfecha.
Clases trabajadoras
El 44% del gasto total en juegos de azar se hace en loterías y cupones, siendo el gordo de Navidad el sorteo-estrella, cuando un 75% de los españoles juega con décimos o con participaciones. Las participaciones tienen una doble dimensión interesante. Por un lado, nacieron a principios del siglo XX al encarecer el precio del décimo para desincentivar a las clases trabajadoras por su excesivo gasto en lotería, esperando que se moralizasen como pretendía la Iglesia.
Pero si el proletariado de entonces gastaba mucho de lo poco que tenía en la lotería era por los bajos salarios existentes, el abandono que sufrían por parte del Estado y las penosas condiciones de vida que sufrían, bien retratadas por el hispanista británico Gerald Brenan en 'El laberinto español'.
Ese rasgo de la cultura popular sigue subsistiendo aún ahora puesto que el 34% del gasto total en juegos de azar se hace en las tragaperras de bares y bingos (unos 9.000 millones al año). Cádiz, la provincia con más desempleo del territorio español, es también la provincia con mayor gasto mensual promedio en cupones de ciegos. Jugar en exceso a loterías, cupones y bingos es la herencia de un pasado proletario y de un Estado que, todavía ahora, redistribuye poco y mal. De ahí que se confíe más en los juegos de azar para salir de la pobreza o de las deudas que en un estado del Bienestar incompleto y cada vez más recortado.
La segunda dimensión de las participaciones de la lotería de Navidad muestra otro rasgo histórico, esta vez de solidaridad compartida con familiares y amigos. Más vale redistribuir entre los míos. A pesar de que buena parte de lo jugado y recaudado será para las arcas del Estado. Por eso se dice que jugar a la lotería es un impuesto voluntario pagado por las clases humildes, las clases medias y los jubilados. Por algo España es adicta a los juegos de lotería. Porque tiene el Estado menos justo y redistributivo de Europa y causas histórico-culturales derivadas de ese amargo problema.
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