Juan Goytisolo, en el árbol de la literatura
El escritor somete a su ingente masa de textos desde el año 2005 a un proceso de corrección y reescritura con vistas a sus 'Obras completas', como muestra de su voluntad de perfección
Ya era hora de que Juan Goytisolo recibiera el Cervantes. Que por fin se le haya otorgado, siendo ya de largo octogenario, cuando su obra mayor queda lejos y justo cuando se cumplen 60 años de su primera novela, es señal de que la justicia cultural, aunque sea remolona, a veces se cumple. No es momento de averiguar si la pertinaz rebeldía de Goytisolo contra los modos tribales de la cultura española ha actuado de rémora durante años en la concesión del premio, pero eran tan obvios los merecimientos del autor del cervantino Las semanas del jardín que tanta dilación resultaba anómala. Bienvenidas, pues, las siete votaciones que han sido necesarias.
Desde mediada la década de 1960, instalado ya en Francia, Goytisolo ha representado como pocos una concepción arriesgada de la literatura que entroncaba, por un lado, con la tradición medieval del arte mudéjar y del carnaval popular y, por otro, con el experimentalismo formal y estilístico de la neovanguardia. Su indagación literaria no puede disociarse del compromiso moral en que, por entonces, iba transformándose lo que había sido compromiso político antifranquista. La liberación de los corsés y cortapisas que constreñían la literatura española del medio siglo, obligada a un didactismo político tan noble como ineficaz, produjo un terremoto en la escritura del autor. Una novela tan revolucionaria como Señas de identidad sentenciaba el cierre de una prolongada etapa de escritor político, pero sobre todo inauguraba con la máxima brillantez un camino solitario de reconocimiento, con los instrumentos del lenguaje, de un terreno pantanoso donde se cruzaba su propia conciencia individual con el pasado colectivo.
Ni Reivindicación del conde Don Julián (que simplificó en Don Julián) ni Juan sin tierra, ni Makbara fueron libros fáciles en los 70; todo lo contrario, porque en ellos removía los posos turbios de su relación con lo español, descubriendo bajo el lodo del nacionalcatolicismo una cultura enterrada y hasta anatematizada, la de los heterodoxos que no admitieron el pensamiento único de su tiempo sino la fecunda interpenetración de culturas, lenguas y cosmovisiones.
En esa tradición cegada, que hizo suya, se reconoció en el Arcipreste de Hita y en Cervantes, en Blanco White, en Larra y en Cernuda, exiliados de aquí y de allá, inconformistas jocosos o apesadumbrados.
A la vez que Goytisolo destruía los mitos de la españolidad oficial y las convenciones narrativas en sus novelas, también producía una obra de análisis y reflexión en la que reconstruía esa saga de heterodoxos y disidentes a lo largo de la historia. No es menos valiosa esa región de su escritura. En los ensayos de El furgón de cola (1967) o Disidencias (1977) proponía una lectura distinta y alternativa de la historia literaria en la que la mezcolanza, el juego, la discrepancia, la multiplicidad de voces, la marginalidad y la transgresión desempeñan un papel fecundante. Sus novelas posteriores reflejaron ese conjunto de estímulos, desde Paisajes después de la batalla (1982) hasta la que iba a ser su despedida, Telón de boca (2003), a la que, sin embargo, siguió El exiliado de aquí y de allá (2008). En ese trayecto destacan a una cota muy alta los dos volúmenes de sus memorias, Coto vedado (1985) y En los reinos de Taifa (1986), escritos con desarmante honestidad y en una prosa de poderoso vigor.
Escritor reescrito
Desde 2005, con todo, toda esa ingente masa de textos fue sometida a un proceso de revisión y expurgo con vistas a las Obras completas. Convencido de que una obra no es definitiva hasta la muerte de su autor, Goytisolo volvió sobre su obra para corregirla, reescribirla y, en algún caso, proscribirla (como la novela El circo), dando muestra de una voluntad de perfección nunca satisfecha. Quiso depurar su contribución a lo que ha llamado, con hermosa metáfora, el árbol de la literatura, al que cada creador arrima el fruto de su talento creador. Ahora esta rama del árbol, la de Goytisolo, ya está prácticamente completa y un premio como el Cervantes viene a reconocer su esplendor.
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