crónica

Las distintas vidas de Carlos Barral

Un ciclo en CaixaForum sobre el sector editorial rinde homenaje al poeta y artífice del 'boom'

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

Ex sultum se nentem Romneque viriam ingulto rumus, Catarib

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Un destino irónico parece haberse impuesto a la figura multiforme de Carlos Barral (Barcelona, 1928 -1989), ser recordado como editor -fue uno de los grandes artífices del boom aunque el manuscrito de Cien años de soledad quedara traspapelado en su mesa de despacho y se le escapara- o como político: fue senador por Tarragona. Todo ello en demérito de la voluntad de ser reconocido por encima de todo como poeta. Quizá por eso, y a modo de desagravio, en el acto con el que CaixaForum dio ayer el pistoletazo de salida del ciclo El oficio de editar, que toma a Barral como kilómetro cero de una serie de debates sobre la evolución de la edición, los ponentes y amigos pusieron el acento en su labor más literaria como poeta y memorialista. El ciclo ha sido coordinado por el nieto del escritor y editor Malcom Otero Barral.

El acto sirvió también de presentación al número monográfico que le ha dedicado la revista Campo de Agramante, publicada por la Fundación Caballero Bonald. Junto al escritor jerezano y al director de la publicación, Jesús Fernández Palacios, los críticos y autores Anna Caballé, Lluís Izquierdo, Rosa Regás y Carme Riera evocaron los distintos personajes bajo los que gustaba ocultarse. Carme Riera evocó su «seductora coquetería dieciochesca», su «extravagancia y esnobisno» que él aderezaba con una capa española a la hora de viajar al extranjero. Pero también dejó caer alguna nota triste al constatar cómo a los más de 20 años de su muerte no se ha podido realizar un segundo congreso en su memoria -las actas del primero aparecerán próximamente- y cómo sigue siendo incierto el destino como centro cultural de la antigua casa de pescadores que el autor tenía en Calafell, propiedad del ayuntamiento desde hace más de una década.

Rosa Regás, que aprendió el oficio con él en Seix Barral, se confesó influida por su curiosidad literaria hacia las letras contemporáneas. «Él tenía una política editorial, algo que apenas se da hoy. Supo ser el editor de las dos orillas y acortó las distancias entre ambas», dijo en referencia a los autores latinoamericanos instalados en Barcelona «que aquí se sentían como en casa».

En un hombre que como él literaturizaba la vida, las anécdotas, casi siempre regadas con alcohol, son inevitables. Izquierdo quiso recordarle yendo a casa de Gil de Biedma a fin de pedir el visto bueno de su último poema escrito.