El voluntariado social en los institutos despega a medio gas

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA / SÍLVIA BERBÍS / TORTOSA

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Sostiene el sociólogo Javier Elzo, uno de los investigadores españoles que más ha estudiado a los adolescentes, que uno de los problemas de los jóvenes de hoy es que, pese a sentirse identificados con valores finalistas como la paz, la ecología, la tolerancia o la justicia, «no practican, en cambio, los denominados valores instrumentales: el esfuerzo, la autorresponsabilidad, el compromiso, la aceptación del límite o el trabajo bien hecho». Los adolescentes son, según la teoría elaborada por Elzo, jóvenes razonablemente concienciados, sí. Pero poco activos.

«Posiblemente una de las maneras de implicarlos, de que dejen de ser meros espectadores, es que vean que ellos pueden ser actores de la sociedad, que pueden aportar cosas», reflexiona Meritxell Ruiz, directora general de Atención a las Familias y la Comunidad Educativa de la Generalitat. «Porque los jóvenes no son solo ciudadanos del futuro, son ya ciudadanos activos», insiste Roser Batlle, pedagoga y una de las impulsoras en España del modelo pedagógico de aprendizaje y servicio.

En este marco se inscribe el programa puesto en marcha este año por la Conselleria d'Ensenyament para que alumnos de cuarto curso de ESO (de entre 15 y 16 años) participen, en sus institutos, en proyectos solidarios, o lo que es lo mismo, que hagan un trabajo social en beneficio de su comunidad. El plan será obligatorio dentro de cuatro cursos, el 2018-2019, para los más de mil centros de educación que imparten secundaria en Catalunya.

«Lo que ha hecho la Generalitat, en definitiva, es ampliar a todo el territorio una experiencia que ya estaba funcionando con éxito en algunos centros», observa Joan Maria Girona, miembro del consejo de formación de la Associació de Mestres Rosa Sensat. «A esta decisión de Ensenyament yo le veo dos grandes escollos: el primero, que no sé si todos los institutos de Catalunya tienen un recurso asociativo próximo y suficiente para que cada año pasen por él todos los alumnos de cuarto de ESO», dice. El segundo, prosigue Girona, «es que desde el momento en que una actividad de carácter voluntario pasa a ser obligatoria pierde parte de su valor pedagógico».

EL 20% MENOS DE LO PREVISTO

Quizás por eso, al programa le cuesta abrirse paso. «Este primer año de implantación se están realizando 188 proyectos en 121 centros, que colaboran con ayuntamientos, bibliotecas, 'casals' de jubilados, escuelas de primaria y oenegés locales», indica Ruiz. A principios de curso, la Generalitat estimó que serían en torno a 150 los institutos participantes, el 20% más de los que se han adherido.

«El 28% de los proyectos son de apoyo a la escolarización o apadrinamiento entre alumnos; el 24% promueven el intercambio generacional; el 15%, la participación ciudadana, y otro 11% apoyan necesidades básicas de otros colectivos», detalla la directora general, que adelanta que «hay otros 158 centros en fase de formación para profesores y entidades colaboradoras, que previsiblemente supondrán otros tantos nuevos proyectos el próximo curso».

DESCUBRIR LA REALIDAD

«Durante toda la trayectoria escolar, casi desde que empiezan en el colegio, los alumnos reciben mucha teoría y, si bien se les intenta inculcar valores que les formen como personas, todos los esfuerzos son insuficientes», observa Àngels Piquet, psicóloga y coordinadora de uno de los proyectos solidarios, el que desarrolla el colegio Sagrada Família de Tortosa (Baix Ebre). «El gran valor que tienen estos proyectos de solidaridad fuera del marco escolar es que brindan la oportunidad de poner en práctica en la vida real todos estos valores al servicio de la sociedad», valora Piquet. «Descubren la realidad que les rodea y adquieren un compromiso. Hay chicos con problemas de autoestima o conductas disruptivas que han descubierto en esto un estímulo y les ayuda también en lo académico», destaca Meritxell Ruiz.