el nicho de mercado de la cirugía íntima

Lo virginal (también) es político

Leticia Sabater ha anunciado que se ha reconstruido el himen. Más allá de la 'boutade', los médicos apuntan  a que la mayoría de intervenciones no responden a caprichos, sino que buscan evitar castigos la noche de bodas

La virginidad a lo largo de los siglos: de 'El nacimiento de Venus' de Botticelli al 'Like a virgin' de Madonna y a la 'performance' de Clayton Pettet, que anunció que perdería la virginidad en una galería.

La virginidad a lo largo de los siglos: de 'El nacimiento de Venus' de Botticelli al 'Like a virgin' de Madonna y a la 'performance' de Clayton Pettet, que anunció que perdería la virginidad en una galería.

NÚRIA MARRÓN

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Quizá se hayan topado con la noticia merodeando por internet. O quizá  el titular les haya atragantado el desayuno en el bar. Leticia Sabater asegura que vuelve a ser virgen porque -atención- se ha sometido a una reconstrucción del himen. Tambén dice que está pletórica porque a sus 48 años «se  siente a estrenar» y que en Miami, donde se ha operado, «una de cada diez mujeres» pasa por el quirófano con el mismo objetivo.

Los datos, a priori, parecen más fruto de una fértil imaginación que de la estadística. Sin embargo, un vistazo apresurado a golpe de clic habla de un catálogo de pastillas, brebajes, gadgets japoneses e intervenciones encaminadas a aparentar que la virginidad sigue intacta. Contra todo pronóstico, ¿quiere eso decir que el mito sigue vivo? ¿Que la llamada himenoplastia se abre paso en la cirugía íntima, una moda exportada de EEUU que habla de liftings vaginales, recortes labiales y una serie de prácticas que duelen con solo leerlas?

Los cirujanos consultados apuntan a que casi todas las mujeres que solicitan estas intervenciones lo hacen por presión cultural: la mayoría son de procedencia gitana o musulmana y se enfrentarían a graves problemas si la noche de bodas no pudieran certificar su virginidad. Hay una cifra macabra de la ONU que estima que cada año 5.000 mujeres son asesinadas por «razones de honor». Así que, quienes se lo pueden costear, pagan entre 600 y 2.000 euros por una intervención que consiste en coser los restos del himen o implantar una porción de mucosa vaginal, dura de 15 minutos a tres horas y debe hacerse un mes antes de la boda. De lo cotidiano de esta práctica ya daba cuenta el cómic Bordados, de Marjane Satrapi, cuyo título hace referencia a la reconstrucciones del himen entre las iranís acomodadas. Una ironía malvada: solo el 44% de las mujeres sangran en el primer coito, ya que la membrana, con el tiempo, se va debilitando y a veces se rompe sola.

Más allá de las intervenciones por necesidad, las clínicas admiten que también hay un número «de momento residual» de occidentales que solicitan la himenoplastia. Unas, dicen, por conceder ese deseo a sus parejas. Otras, como juego erótico. Pero, ¿por qué? y, sobre todo, ¿en qué momento adquirió todas esas connotaciones morales una simple membrana que sirve para proteger a las niñas de las infecciones antes de que se desarrolle la flora vaginal adulta?

Control y dominio

A pesar de que el mito de la virginidad está altamente deslocalizado e incluso puede remontarse a los pueblos primitivos, la antropóloga Mercedes Fernández-Martorell afirma que, con la llegada del capitalismo, el dominio del cuerpo de la mujer, en Europa, se consolida. «De alguna manera, al aceptar los hombres el nuevo sistema de explotación, tácitamente se les concede a cambio una mujer en propiedad. Así, el himen es una parte del cuerpo que ha servido para el control masculino -apunta-. Las mujeres no participan de este acuerdo, han sido obligadas a aceptarlo. Hasta no hace tanto, éramos seres casi sin sexualidad ni apenas deseo».

 

Aún hoy, la virginidad y sus presiones -si se deja atrás demasiado pronto, si demasiado tarde- siguen atañendo básicamente a las jóvenes, a pesar de que el año pasado un artista gay de 19 años llamado Clayton Pettet se encaramó a las portadas y los time lines porque se disponía a perderla en una galería para señalar, eso sí, «la mirada heterosexual» que  pesa sobre un mito, dijo, «demasiado abstracto y sobrevalorado». El chico ventiló la performance dando seis mordiscos a un plátano, pero el revuelo que generó se convirtió en la prueba de que lo viva que sigue esta mitología a menudo también exprimida en las campañas publicitarias de las cantantes más jovenes.

Y en esas que esta semana ha llegado el caso Sabater dejando tras de sí un puñado de apuntes. «Quizá, en su caso, se trate de una boutade para salir en la prensa. Y dejando a un lado a las que se intervienen para evitarse castigos graves,  entiendo que estamos ante una práctica marginal que tiene que ver con esa idea de que el cuerpo de las mujeres es aquello que les otorga valor social -dice la psicóloga María Bilbao-.

 

¿Que si puede haber algún trastorno tras estas peticiones? Debería estudiarse caso por caso, pero lo que sí creo es que en ellas late una gran confusión y una angustia por llegar a un  ideal de mujer que se intenta compensar mediante modificaciones corporales. El caso del himen es un detalle sutil: la misma lógica se da en quien se pone más y más pecho o se quita una costilla».

 

Para Bilbao, el mercado halla auténticos filones en las inseguridades femeninas y los «mandatos patriarcales». ¿Que en EEUU se vuelve a valorar la virginidad? Pues aquí llegan las operaciones de himen. ¿Que lo que  tiene valor es la hipersexualidad? «Te venden unos labios vaginales como tal o cual actriz porno -añade-.

Es bastante delirante, pero vivimos con la ilusión de que no hay frustración con dinero. Y esto genera individuos sumamente vulnerables y superficiales. Hay gente que considera un avance que los hombres se hayan incorporado al mundo de la estética. Pero a mí, que ambos géneros estemos relativamente esclavizados, me parece, más que una liberación, un triunfo capitalista».