"La playa es gratis, pero no puedo pagar la crema de los niños"

Andrea Zárate, que ha trabajado ocho años sin contrato, explica los miles de renuncias a las que obliga la pobreza

zentauroepp37859301 andrea zarate arenas170329173106

zentauroepp37859301 andrea zarate arenas170329173106 / periodico

TERESA PÉREZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La balanza de Andrea Zárate Arenas (Valparaíso, 1974) está descompensada. Posee más carga en el lado negativo que en el positivo. Tiene marido y tres hijos y una alegría vital contagiosa y envidiable en su situación. Y punto final. Ahí acaba la parte optimista y aparece la cara oscura de su historia. Llegó de Chile a Barcelona hace 12 años, y hace cuatro que no tiene ninguna ocupación remunerada. “En España nunca he tenido contrato”, afirma. Tiene 41 años. Y si, en estos momentos, algún empresario le ofreciera firmar una hoja salarial esta vecina de Cornellà de Llobregat (Baix Llobregat) no tendría tiempo de cotizar para cobrar una pensión íntegra de jubilación.

Ella es un retrato del informe 'La cronificación de la pobreza', que ha presentado este jueves Cruz Roja de Catalunya. También es uno de los ejemplos de hogares que tienen a todos los miembros en paro. Andrea se quedó sin ingresos hace cuatro años y su marido lleva ya uno figurando en las listas de ciudadanos sin empleo. Su caso es, además, un relato de los problemas psicológicos que provoca la pobreza. “Tuve una gran depresión. Me desesperé tanto que solo quería desaparecer”, explica ahora una vez superado el mal trago. 

Andrea realizaba tareas de limpieza por las que nunca estuvo asegurada. Nada que ver con lo que hacía en su Chile natal donde colaboraba en campañas electorales estatales y municipales. ”Trabajé explicando el proyecto político de Ricardo Lago, que fue presidente de mi país”, cuenta. Andrea, ciudadana de un país que sufrió una cruel dictadura, hizo bandera para lograr un mundo más justo y mejor para todos.

SIN MEDICINAS NI PLAYA

En España ya se ha dado cuenta de que un mundo igualitario es más un deseo ilusionante que una realidad. Su hijo David, de 3 años, tiene problemas respiratorios y la hermana de Andrea tuvo que pagarle, hace unos días, los ocho euros que costaba la medicina que precisaba para respirar mejor. Porque no solo se necesita dinero para comer, también para fármacos, para la estancia de los niños en la escuela o para disfrutar de alguna actividad durante las vacaciones. "Pese a ir a la escuela no todos los niños van en las mismas condiciones. Algunos van sin desayunar, otros sin los deberes porque su casa no reúne las condiciones y también los hay que no pueden costeaar la ropa para el deporte", resume Enric Morist, coordinador de Cruz Roja.

"Cuando se acerca el verano es horrible porque quieren ir algún día a la piscina y no puedo pagarla. Tampoco la playa porque aunque sea gratis no puedo costear la crema protectora ni las bebidas que hacen falta para no pasar calor. Ni siquiera tenemos sombrilla", relata. Cada vez que le piden una cosa sus hijos (María José, Bastián y el pequeño David), mamá Andrea siempre les contesta lo mismo: "Voy a mirarlo". "Pero sé -añade- que por mucho que mire y por mucho que busque no voy a encontrar el dinero para pagar lo que me piden".

PAN EN CASA

José Castillo cuenta que hace la compra cuando sus hijos están en la escuela porque así no le piden galletas de chocolate. "No puedo pagarlas", reconoce. Estos hechos son parte de los miles de renuncias que provoca la pobreza. El informe 'La cronificación de la pobreza' lo deja claro: el 90,3% de los encuestados no pueden realizar ninguna actividad cultural o de ocio por problemas económicos.

Andrea, al igual que José, es usuaria de las ayudas de la Cruz Roja. Nunca se imaginó que tuviera que pedir auxilio a los servicios sociales. Todo sucedió al inicio de este curso escolar. David, el benjamín de la familia, comenzaba la enseñanza obligatoria y "no había pagado la matrícula, ni el material, ni nada de nada. Fui con las manos vacías".  Fue entonces cuando la directora de la escuela le recomendó ir a la oenegé. "Allí desperté y me dí cuenta de mi situación, de las necesidades que teníamos", explica.

Reconoce que tiene todo contado al milímetro, céntimo a céntimo y euro a euro. "Hasta el pan lo hacemos en casa, pero solo una vez cada tres días porque si no la luz nos sale muy cara", argumenta. "Cocinar el pan en casa es una bendición", afirma positiva. "Mi marido les fabrica hasta los juguetes, les hace cositas con ruedas", concluye.