Gente corriente

Pilar Perdices :«Una mujer en el poder no apoya a las otras mujeres»

Estudió Bellas Artes bajo la dictadura. Sus pinceles se hicieron un sitio en un mundo de hombres.

«Una mujer en el poder no apoya a las otras mujeres»_MEDIA_1

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CARME ESCALES

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Dos limones han sido, en la vida de esta menorquina, detonantes de fructificación artística. El primero, un limón fresco, lo llevó al aula un profesor del antiguo Liceo Práctico, en el distrito barcelonés de Gràcia, para que los alumnos lo dibujaran. Pilar Perdices (Maó, 1931) plasmó con su lápiz todos los matices de amarillo y verde. «Tú tienes mano para esto», le dijo un sorprendido maestro a una incipiente pintora de ocho años. Setenta años después, en el 2009, un periodista menorquín, de apellido Limón, descubrió a la artista en la red y propició que su isla la homenajeara con una retrospectiva.

-¿Por qué había dejado Menorca?

-Mi padre era militar, había llegado a la isla por trabajo, y conoció a mi madre, menorquina, de familia payesa. Nací en plena República y viví en Menorca los dos primeros años de mi vida. Luego, a mi padre lo destinaron a Palencia, a Alcalá... La guerra nos sorprendió en el bando nacional. Mi madre y yo la vivimos, toda, en Zaragoza. A mi padre lo fusilaron en Belchite y, como teníamos familia de Menorca ya en Barcelona, nos instalamos aquí. En el barrio de Gràcia.

-Plena posguerra. 

-Sí. Éramos emigrados dentro de España. Vivíamos en el principal primera de la calle de Luis Antúnez, 7. En el principal segunda vivía mi maestra, la señorita Castells. Iba a clase en el rellano de casa. Éramos una gran familia: dos tíos y un primo solteros, que trabajaban todos, y mi abuela, una tía y mi madre, que cuidaban de la casa y de mí.

-¿Había ya algún artista en la familia?

-No. Solo que un primo, cinco años mayor que yo, dibujaba muy bien. Mis dotes las descubrió el profesor del Liceo Práctico. Ahora sé que, tal vez fue allí donde empezó todo.

-¿Su despertar artístico?

-Sí. En la posguerra las chicas estudiaban Comercio, pero yo elegí arte. Cuando pinto, siento la libertad, por eso a mi pintura no se la puede encasillar, aunque la llamemos abstracta. Con 19 años empecé a trabajar en la tienda de objetos de arte y porcelanas de una prima de mi madre, en el número 13 de la calle de Petritxol. Cuando me aburría, dibujaba objetos de la tienda y un día un profesor de la Escuela de Artes y Oficios los ojeó y me invitó a asistir a sus clases. Él daba tercer nivel, y aun así, me quiso en su clase. De día me apunté a taquigrafía y mecanografía, y de noche, artes y oficios.

-Y después de casada, ¿nada cambió?

-Mi marido fue un aristócrata que supo mirar con objetividad a los de su clase. Nos fuimos a su ciudad, Zaragoza, y yo seguí formándome, en la escuela de arte Cañada. A finales de los 60, regresamos a Barcelona y un amigo me pidió que lo acompañara a examinarse en la escuela de Bellas Artes. Y una vez allí, pregunté si podía pasar la prueba yo también. Me dejaron, y entré. Y en el primer curso nació nuestra hija. Mi marido siempre me aceptó como pintora.

-¿Y la sociedad?

-¿Cuántas artistas han pasado a la historia? Todavía hoy, me gustaría que a las mujeres nos hicieran más caso. Y las pocas críticas de arte mujeres que ha habido no han ayudado demasiado. Los hombres se ayudan los puñeteros, son colegas. Las mujeres, no. Una mujer en el poder no ayuda a las otras, porque tiene miedo a que le hagan sombra, como si estuviésemos acomplejadas. En Zaragoza retraté a esposas de militares. Expuse en Sitges y otros lugares, hasta que fue más difícil. He dado clase de dibujo 28 años en el Institut Maragall del Besòs. Era muy moderna en la época, independiente y anárquica.

-¿Dónde se puede ver su obra?

-En mi web www.pilarperdices.com, y en la galería Artemisia de Les Franqueses del Vallès (Sant Ponç, 65), que abrió una joven emprendedora, mi marchante, Cristina Requena, una mujer admirable; pero ¿cuántas galerías quedan? El capital ha acabado con la pintura catalana.