LA DIFÍCIL COMUNICACIÓN ENTRE FAMILIA Y ESCUELA

Padres y profes el gran desafío

Alessandro, Unai y Hugo, de 9 años, hacen sus deberes en presencia de Laura, madre del primero, el viernes pasado, en Barcelona.

Alessandro, Unai y Hugo, de 9 años, hacen sus deberes en presencia de Laura, madre del primero, el viernes pasado, en Barcelona.

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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No basta con ayudarles con los deberes. De hecho, no se les debería ni siquiera ayudar, porque se trata de que los hagan solos. Educar a un niño, que no es lo mismo que instruirle, pasa por que este aprenda valores y adquiera habilidades por sí mismo. «Los padres tenemos hijos, no alumnos», avisa Jaume Funeseducador y psicólogo especializado en la compleja etapa de la adolescencia. Y para eso, los menores, sea cual sea su edad, necesitan la justa dedicación de sus padres, una atención a medio camino entre la sobreprotección asfixiante que ejercen algunos y el vacío o ausencia de otros.

Instruir es, por supuesto, responsabilidad de la escuela, pero si de lo que hablamos es de educar, entonces, la familia y el conjunto de personas que rodean al niño tienen un rol protagonista, insisten todos los expertos. La clave, prosiguen, es que entre todos estos participantes haya coordinación. «Es comprensible, hasta cierto punto, que los padres que batallan a diario con los deberes de sus hijos pierdan a veces la paciencia. Pero lo que no deben hacer, jamás, es descalificar al maestro al que han confiado a su hijo», reflexiona Funes.

A nadie se le escapa a estas alturas, que «a parte del currículo de Matemáticas, del de Lengua o del de Ciencias que los niños aprenden en la escuela, existe el currículo denominado del hogar, que incluye las actitudes, los comportamientos, las expectativas que los menores adquieren en casa. Son aprendizajes que se incorporan también a la educación, a la forma de ser de los niños», explicaba recientemente en Barcelona Raquel-Amaya Martínez, profesora de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación en la Universidad de Oviedo.

En definitiva, «los niños pasan, en primaria, un 12% de su tiempo en el colegio y un 13% en secundaria», recuerda Pau Marí-Klose, sociólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y profesor en la Universidad de Zaragoza. El resto, prosigue el investigador, es tiempo que gestionan los padres, con lo que el impacto que la familia tiene sobre la educación de los hijos es innegablemente mayor que la que desempeña la escuela.

LA PARADOJA

Realmente -agregaba Marí-Klose en una conferencia organizada por la Fundació Jaume Bofill-, es difícil entender por qué en una época en que los padres están más implicados que nunca en la educación de sus hijos, siguen dándose tan malos resultados en las escuelas». Es cierto que, si bien ha habido una tímida mejora de los alumnos españoles en los últimos años (el fracaso escolar se ha reducido levemente desde el inicio de la crisis en Catalunya), esta se debe, en buena medida, a que la mala situación económica del país ha propiciado la permanencia en la escuela de muchos estudiantes. No ha sido, pues, por mérito ni del sistema escolar ni de las familias de los alumnos (en general, más empobrecidas que antes), sino por demérito del mercado laboral juvenil.

Quizás lo que está fallando son las relaciones entre escuela y padres de alumnos, la confianza que se tienen (o que no se tienen) progenitores y maestros, la implicación de unos y otros en la formación personal y académica de los niños. «Hoy en día, no se puede construir una buena escuela sin la participación de las familias», subraya Jordi Collet, profesor de Pedagogía en la Universitat de Vic (UVic). «Es más, en las escuelas que han abierto puertas a los padres de sus alumnos, se ha comprobado que la práctica cotidiana del maestro mejora», agrega Collet.

¿De verdad, la solución pasa por que las familias se impliquen más con la escuela de sus hijos? «La mayoría de las investigaciones que se han hecho al respecto dicen que sí, que cuando padres y maestros se comunican bien, mejora el clima del aula y hay una incidencia positiva en los aprendizajes», relata el profesor de la UVic, que está a punto de publicar una investigación titulada 'Mejores vínculos, mejores resultados' sobre la relación que mantienen las familias y la escuela en Catalunya.

El margen de mejora es aún muy grande. Por una y por otra parte. «Hay muchas familias que no quieren participar en la escuela porque no tienen tiempo, porque proceden de lugares distintos con un punto de vista distinto sobre la educación, porque sus hijos ya tienen otros problemas o porque lo encuentran complicado... Son padres que sienten que el sistema educativo no les pertenece», reflexionaba recientemente Annie Kidder, directora ejecutiva de la organización canadiense People for Education, que trabaja en la defensa de la educación pública a través del compromiso de los padres.