PEDERASTIA EN EL ENTORNO FAMILIAR

"Me pidió que le enseñara los zapatos de mi primera comunión y entonces abusó de mí"

Alexandra

Alexandra / periodico

TERESA PÉREZ / BARCELONA

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Unos zapatos nuevos para la primera comunión. Eran unas manoletinas de color blanco. "Un hombre, conocido por mi familia, me pidió que le enseñara los zapatos que me habían comprado para la fiesta. Y me engañó". Este es el recuerdo que aparece y desaparece en la memoria de Alexandra Membrive, es la imagen congelada del día que sufrió abusos sexuales. Fue un sábado del mes de marzo, tenía 7 años y le faltaban dos meses para hacer la primera comunión. 

Fue el día en que su inocencia se resquebrajó. "Se rompió la magia de ese momento, la metáfora que asocia el blanco con la pureza y entonces el color blanco deja de ser blanco. Me acuerdo que vomité. Fue lo primero que hice. El olor de la orina y del vómito todavía me persiguen. Los tengo tan presentes que cuando entro en el lavabo de un bar y huele así me tengo que ir rápidamente porque no soporto los recuerdos que me traen esos aromas", cuenta.

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El trauma no solo provocó que vomitara tras ser abusada sino que desencadenó en la víctima una estomatitis, una inflamación de la mucosa bucal. "Entonces no sabía por qué había enfermado. Los análisis que me hicieron no detectaron nada. Hoy ya he encontrado la respuesta a lo que me sucedía". La aparición de enfermedades, de la noche a la mañana, suele ser habitual en niños que han sido víctimas de abusos sexuales.

COMPRAR SILENCIOS

Alexandra, que no desea bajo ningún concepto ocultar su nombre ni su imagen, cree que las agresiones que sufrió duraron hasta que cumplió los 9 años, pero no lo sabe a ciencia cierta porque las imágenes se difuminan en su memoria. Los abusos sexuales en los niños causan estos claroscuros, es la forma de sobrevivir a ellos. El abusador compró el silencio infantil con algún que otro obsequio. "Me acuerdo que me regaló una cocinita de la Nancy. Fui la única de todos mis primos que recibió un obsequio. A ellos no les compró nada”, rememora. Durante aquella época, cada vez que el agresor visitaba la casa donde ella vivía con sus padres, Alexandra sentía el peso de la mirada inquietante del agresor: “Un día mi abusador quiso hablar conmigo sobre lo que había ocurrido, pero yo le contesté: ‘Ahora, no. No quiero’”.  Y ya no volvió a saber de él hasta muchos años más tarde y, además, por casualidad.  “Y tampoco me acordaba del suceso”, relata. Las escasas estadísticas que hay sobre esta lacra infantil revelan que ocho de cada 10 agresiones se producen en el entorno familiar.

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La víctima hizo una vertiginosa inmersión para enterrar su trauma en los abismos del cerebro. Todo quedó agazapado hasta que cumplió 33 años. Fue el 29 de junio, las fechas pesan como una losa en la vida de Alexandra. "Mi pareja y yo celebramos los aniversarios en el mes de septiembre y como es un mes con muchos gastos, mi compañero me dijo que era mejor que no nos regaláramos nada para la celebración. Yo no sé qué pasó, solamente me acuerdo de que empecé a hablar de golpe, a escupirlo todo, a llorar. Hubo un momento de caos entre mi pareja y yo”, cuenta. Había tardado 26 años en ponerle palabras a su historia, en contarle a alguien por primera vez que había sufrido abusos sexuales durante la infancia. Una compañera suya no verbalizó el drama hasta casi los 50 años, cuando algo le hizo empezar a recordar. 

CARTA DE APOYO

Su pareja enseguida le apoyó, "pero eso no es lo normal", puntualiza. Incluso le escribió una carta titulada "De golpe", en la que describía cómo fue el momento en que ella le confesó los abusos sufridos: "De golpe. De improvisto. De sopetón. Como suelen darse las malas noticias... Durante todos estos años, bajo capas y capas de vergüenza y culpabilidad, ella había sepultado ese trauma para poder llevar una vida lo más normal posible. Pero tarde o temprano acaba saliendo a la luz. Porque necesitamos sacarlo, verbalizarlo, escupirlo y llorarlo para poder superarlo".

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Alexandra y su compañero tuvieron un tira y afloja sobre si la madre de ella debía conocer la historia de las agresiones. Al final, venció el sí. Membrive se armó de valor, le contó a su madre lo ocurrido y entonces le puso nombre a su agresor. Esta únicamente acertó a decirle: “Por eso de pequeña siempre tenías esa mirada tan triste”. También le lanzó una pregunta. "¿Para qué te ha servido haber pasado por ese horror?. Yo le respondí que me ha servido para mucho, para ayudar a la gente". Y no solo eso, más tarde su trauma infantil dio origen a una asociación para respaldar a las víctimas, la entidad El Mundo de los Asi, de la que Membrive es presidenta. Y ahora está escribiendo un libro para explicar sus vivencias. 

BUSCAR AL AGRESOR

 A la madre de Alexandra, la historia de su hija le rasgó y decidió ir en busca del abusador infantil. "Lo localizó en la cárcel, lo habían condenado por agredir a otra mujer. Mi madre se le encaró y él reconoció los hechos. Fue el día del cumpleaños del agresor”. Alexandra continúa el relato: "Cuando mi abusador reconoció los hechos, yo por fin descansé porque las personas que hemos sido agredidas siempre tenemos dudas sobre lo ocurrido. Encima de lo que hemos sufrido, tenemos la duda, el sentimiento de culpabilidad", agrega. "Nos pasa lo mismo a todas las víctimas". 

La historia de la familia de Alexandra está plagada de dramáticos abusos infantiles. "Al menos tengo contabilizados cinco casos, además del que sufrí yo. Hay algo en las sagas familiares que se repite y hasta que uno se planta y dice 'basta', la historia de los abusos continúa rodando", asegura. El padre de Alexandra también fue víctima de agresiones sexuales durante la infancia: "El sufrió mucho, incluso le daban ataques epilépticos y siempre estaba enfermo". Murió sin conocer la historia de su hija. "Es mejor que no lo llegara a saber porque hubiera matado a mi agresor".