Gente corriente

Marta Torruella: «Te quedas muy aislado, sin sueldo ni jubilación»

Cuidadora familiar. Ha fundado una asociación para alzar la voz en favor de un colectivo olvidado.

«Te quedas muy aislado, sin sueldo ni jubilación»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Primero, se hizo cargo de su madre, que padeció varios aneurismas cerebrales hasta su fallecimiento, y ahora de Jaume, su progenitor casi nonagenario. Marta Torruella Barraquer (Barcelona, 1960) ha fundado la Associació de Cuidadors Familiars como una isla en medio de un gran vacío.

Hace cinco años, me despidieron diciéndome que no podían pagarme el sueldo, y luego me enteré de que cogieron a una chica por la mitad de mi salario. Fue quedarme en el paro y empezar a solaparse dolencias en la familia: mi madre, que ya estaba enferma; mi padre, con párkinson; y mi suegra, en la primera fase del alzhéimer. Decidí entonces dedicarme a ellos. A los 56 años, además, es complicado salir a buscar trabajo.

Tuvo que apretarse el cinturón. Ahora solo entra el sueldo de mi marido, pero también aprendes a vivir con menos. La tele es un machaque continuo para que compres, compres, compres. Yo he ido vaciando la maleta de cosas que no necesito.

¿Le satisfizo el cambio? Me compensa el hecho de no tener que regresar a aquel ambiente de tensión y agresividad, a demostrar cada día que vales por ser mujer. Había trabajado siempre como secretaria de dirección, pero no acabé de encajar porque es una faena muy competitiva.

Esta otra tarea tampoco es fácil. En absoluto. Te ocupa las 24 horas del día. Has de estar pendiente de ellos, de las visitas a los médicos, aparte de la intendencia doméstica: compra, cocina, limpia, plancha. La sobrecarga emocional es enorme.

Lo imagino. Temes no estar haciéndolo bien. Hasta que no aprendes a cambiarles el pañal, a darles la vuelta en la cama, a que su estado de ánimo no decaiga…

De vacaciones, ni hablemos. Es lo que toca ahora. La vida del cuidador familiar está muy limitada. Te quedas muy aislado. Además, no tenemos salario ni derecho a una seguridad social ni tampoco a la jubilación.

¿Tomó la decisión correcta? No soy Teresa de Calcuta, pero considero un instinto primitivo cuidar de mis padres en la vejez. Mi padre salía a trabajar a las seis de la mañana para mantenernos a mí y a mis cinco hermanos.

Lo concibe como una ley natural. Claro. Mucho boato en las bodas y comuniones familiares, y luego qué. Si estos fundamentos no son sólidos en nuestra sociedad, todo lo demás se tambalea. Más ahora, cuando no hay valores a los que agarrarse.

¿Cómo nació la asociación? Cuando falleció mi madre, hace cuatro años, me quedé muy tocada. Un día, en el CAP de Larrard, donde me visito, vi que hacían un taller titulado Cuídate para cuidar.

Y se apuntó. Fue un antes y un después. Ni siquiera sabía que yo era una «cuidadora familiar»; me dieron un nombre y subió mi autoestima. Allí conocí a gentes con situaciones el doble de complicadas que la mía.

Seguro. Recuerdo a una mujer a la que se le había muerto un hijo, debía cuidar al marido con alzhéimer y había tenido que adaptar la casa para vivir con cierta comodidad. Encima, llegaba al taller arregladita y sonriente. Me dije: «Marta, ponte las pilas».

Se las puso fundando la asociación. Cuando acabó el cursillo, sentí que no podíamos romper el vínculo creado. Ahora, hacemos cuatro actividades al mes, entre ellas una reunión en el Bar Tívoli (Sicília, 394) para compartir experiencias y preocupaciones. El café del cuidador lo llamamos.

[Contacto: cuidadorbcn@gmail.com].