Gente corriente

Maria Valls: «Nunca he ido a las fiestas de la Mercè de Barcelona»

Vecina y cronista del barrio de la Mercè de Barcelona, que desde 1955 celebra sus fiestas en las mismas fechas que la ciudad.

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GEMMA TRAMULLAS

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«Sóc feliç de ser qui sóc i arribar on he arribat gràcies al lloc on he crescut». La frase cierra el programa de mano de las fiestas del barrio de la Mercè y refleja el sentimiento de Maria Valls y muchos de los vecinos de este peculiar conjunto de 123 casas blancas enclavadas en la ladera de Collserola que forman parte de Pedralbes y dependen del distrito de Les Corts. Desde el pasado jueves hasta mañana -simultáneamente, pero al margen del jolgorio de la ciudad-, sus callejuelas empinadas y la zona del casal bullen con carreras de carritos,  cenas de germanor, juegos, bailes...

-[Maria asciende hasta un mirador que ofrece una vista espectacular del barrio, de Barcelona y del mar] ¡Uau! ¡Menudo espectáculo tienen ustedes al lado de casa!

-Cuando Pasqual Maragall vino a inaugurar el casal, dijo que este era el único lugar desde donde se podían ver los tres turons de Barcelona. Este es el paisaje de mi infancia. Los niños jugábamos mucho en la calle y en la montaña, que en primavera era del color amarillo de la ginesta. Ahora los jóvenes suben hasta aquí para hacerse selfis con Barcelona a sus pies. 

-Usted nació en el barrio.

-Sí. La Obra Sindical del Hogar y la Arquitectura de la Falange impulsó la construcción de estas viviendas, que eran públicas y amortizables. Estaban destinadas a empleados de sindicatos, pero no hubo suficientes peticiones y se abrió también a militares y policías. Mi padre trabaja en el sector del plástico y llegó en 1953, cuando se inauguró el barrio. Yo nací dos años después y mis dos hermanas y mi hermano acabaron casándose con gente del barrio.

-Las casas estaban aisladas de la ciudad y tenían su propia escuela, sus tiendas...

-Las casas son de planta y uno o dos pisos con jardín. En las plantas bajas se abrieron pequeñas tiendas que atendían las mujeres. Nosotros teníamos una librería-papelería-estanco, pero todo esto desapareció y ahora solo queda el colmado de la Pepi.

-El barrio ha cambiado mucho, pero aún conserva una idiosincrasia propia de la que las fiestas son un fiel reflejo.

-Son un motivo de orgullo y mucha gente que ya no vive aquí vuelve durante estas fechas. La clave de que se sigan celebrando es la implicación de los jóvenes. Son ellos los que se matan a trabajar. Durante décadas se ha ido produciendo una renovación natural al frente de la comisión de fiestas. Cuando los mayores se van a la universidad o ya tienen 25 años pasan el testigo a los más jóvenes. Mi hijo mayor está en la comisión y la pequeña en la subcomi, que son los que pasan por las casas pidiendo dinero para la fiesta.

-¿Y no les da rabia perderse las fiestas multitudinarias de la ciudad?

-No. Yo no he ido nunca en mi vida a las fiestas de la Mercè de Barcelona. Aunque son los chicos los que más trabajan siempre hay algo que hacer: colaborar en una chocolatada, preparar pan con tomate para la cena de germanor...

-Usted escribió la historia del barrio con motivo de su 50º aniversario.

-Es que me gusta mucho mi barrio. «Por mi barrio, mato», como dice la Esteban [ríe].

-¿Ha cambiado mucho el perfil sociológico de los vecinos?

-Sobre todo en los últimos años han venido extranjeros con muchos recursos.

-Cierto. Al entrar en el barrio he oído hablar inglés, alemán, portugués y chino.

-El precio de las casas se ha puesto por las nubes y los jóvenes se ven obligados a irse. De las 123 familias originales solo quedamos 15 vecinos.

-¿Eso es una amenaza para las fiestas?

-No lo creo. Prueba de ello es que ahora el programa se reparte en tres idiomas, catalán, castellano e inglés.