Gente corriente

Joaquim Salvador: «Tuve que estudiar paleografía y comprar una lupa alemana»

Unos libros notariales del siglo XVII, en latín, en un desván, diciéndole que los leyera, que los leyera.

«Tuve que estudiar paleografía y comprar una lupa alemana»_MEDIA_1

«Tuve que estudiar paleografía y comprar una lupa alemana»_MEDIA_1

MAURICIO BERNAL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

-Un amigo, que me llamó un día y me dijo: «En casa Bernat han encontrado una de papeles… Y los están tirando». Y yo: «No, hombre, que no los tiren».

-¿Qué hizo? ¿Ir a ver qué había? Claro. Y resulta que entre un montón de libros incunables que había en ese desván, y que quién sabe cuánto llevaban allí, encontré esto. Seis como este, mejor dicho.

-Los libros… ..de protocolo notarial, sí. Había otros, de hecho, pero estos eran los únicos que se podían leer. El resto estaban podridos.

Comoquiera que de joven había pasado una temporada en el seminario de Tortosa, donde aprendió un latín que perfeccionó luego en la universidad, y comoquiera que más tarde estudió derecho -a lo que finalmente se dedicó en la vida-, al ver aquellos volúmenes del siglo XVII Joaquim Salvador tuvo la sensación de que estaban allí para él. «Latín, derecho: ¿quién más iba a hacer ese trabajo sino yo?» Como está jubilado, también tenía el tiempo: así que se sumergió en esos libros que a cualquier otro habrían espantado.

-Ubiquémonos: ¿dónde y cuándo encontró esos libros? Hace… En el 2006, en el desván de una casa antigua en Herbés, un pueblo de Castellón que en la época de estos libros estaba ubicado en un rincón muy interesante: allí donde confluían el Reino de Valencia, el Reino de Aragón y el Principado de Catalunya.

-Supongo que eso pesó en su decisión. Claro, porque era un pueblo único, en cierto modo. Nada de lo que ocurría allí era extrapolable a los pueblos cercanos, que o bien eran totalmente aragoneses, totalmente valencianos o totalmente catalanes.

-Y usted encontró estos libros ilegibles y antiguos y decidió ver qué contenían. Yo pensé: «Esto debería estar en un archivo. Quizá debería entregarlos y algún especialista hará el trabajo». Pero luego pensé que nadie lo haría, y que tenía que hacerlo yo.

-Denso, como trabajo, ¿no? Me dediqué tres años y a medio camino estuve a punto de renunciar, lo admito. Tuve que estudiar algo de paleografía, y comprarme una lupa alemana, porque sin ella había partes que no habría podido leer.

-Cuénteme qué rarezas encontró. ¿Rarezas? Muchas. Piense que las notarías eran un espejo de lo que pasaba en los pueblos. Por ejemplo, había 12 sastres en el pueblo, y los 12 eran acreedores. De hecho, eran el centro de la vida económica.

-¿Qué más? Como sabe, los libros abarcan los periodos de dos notarios, padre e hijo, y es interesante ver cómo van cambiando los modos de hablar y de escribir de la gente. El padre… El padre era un notario singular.

-¿Por qué? El hijo empezaba los libros con el índice de contenido, pero el padre… El padre ponía apuntes históricos, datos agrícolas, del clima… A veces yo lo leía y decía: ¿Pero qué se habrá bebido este hombre?

-Lo felicito. Al fin y al cabo, del trabajo salió un libro. Sí, al final me lo editó la Diputación de Castellón. Pero es un libro de archivo, para investigadores… ¡Esto no lo lee nadie! Y eso que intenté darle amenidad, usar la ironía… Por ejemplo, cuando me encontraba una mosca entre las páginas…

-Qué. Lo menciono. «Mosca prensada». Quién sabe, eso sí, cuántos siglos llevaban allí.

-¿Es cierto que le inspiró una novela? Cierto. La estoy escribiendo. La protagoniza el hijo de un notario, capellán, íntimo amigo de Francisco de la Torre, el poeta de Tortosa, y …