Gente corriente

Joan Llopis: «Echo de menos el olor de la tierra mojada tras la lluvia»

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OLGA MERINO

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En la madrugada del 3 de mayo de 1999, Joan Llopis Caldero (Barcelona, 1951) se dirigía hacia el aeropuerto de El Prat para recoger a su hija, recién aterrizada.

-Yendo hacia la terminal antigua, sobre el puente que cruza la autovía de Castelldefels, mi esposa y yo vimos que un taxista se había empotrado contra la barandilla. Iba sin pasaje, se había desplomado sobre el volante y el claxon no cesaba de sonar.

Un atropello mientras asistía a un conductor lo dejó en coma profundo. Sobrevivió para contarlo.

-Se pararon para auxiliarlo. Mientras mi señora asistía al herido, yo me quedé dentro del arcén, a resguardo, llamando a la policía y a una ambulancia.

-Y pasó un tercer coche. El conductor, que debía de ir observando la escena, se despistó, embistió mi coche por detrás, lo desplazó cien metros y me golpeó. Di con la cabeza contra el suelo.

-¿No se detuvo? Se dio a la fuga, pero mi señora, Glòria, pudo retener la matrícula casi completa. Me trasladaron al Hospital de Bellvitge

-¿Diagnóstico? Coma. Cinco heridas cerebrales de una gravedad de 11 sobre 15. Solo respiraba.

-Tremendo. Hubo un día en que comencé a mover un poco los dedos… Todo lo que estoy relatando ahora es una reconstrucción a partir de lo que me han contado.

-Entiendo. Para sorpresa monumental de mi familia, cuando comencé a balbucir, pedí por mis hijos varones, y solo tengo dos chicas.

-¿…? Y aunque había trabajado como auditor, preguntaba por cómo iba la obra. Me identificaba como albañil.

-Desconcertante. Me salvé de la operación por la constancia de mi mujer —la perseverancia es una característica de las señoras—: un segundo tac demostró que las heridas cerebrales habían comenzado a cicatrizar a marchas forzadas.

-Ufff. Luego, empecé a hablar con cierta conciencia, aunque era incapaz de recordar lo que acababa de decir. Hasta que, un día, parece que la visita de mis directores generales me impactó y ahí comencé a recuperar la memoria inmediata. Volví a la vida, a nacer por segunda vez.

-Un milagro, vaya. Me recuperé, y no solo eso: dos meses después, ya estaba en mi despacho. Mis compañeros se comportaron de fábula para que fuera adaptándome a la vida normal.

-¿Le quedaron secuelas? Una de las heridas estaba en el lóbulo frontal, de manera que he perdido el sentido del olfato; ya no he vuelto a oler nada más en la vida. Lo que más echo de menos es el olor de la tierra mojada tras la lluvia.

-¿Y en cuanto a su carácter? ¿Cambió? Mis hijas y mi esposa dicen que no soy igual que antes en algunas cosas, pero no me han querido concretar en qué… Lo último que recuerdo es la llamada telefónica.

-Ya -Después de lo que he pasado, he perdido mucho del miedo a morir.

-Ha escrito una novela sobre lo vivido. Sí, siempre me había gustado escribir y me matriculé a la Escuela de Escritura del Ateneu para aprender las técnicas.

-¿Por qué una novela si los hechos desnudos no requerían ficción? Necesitaba distancia para contar algo que es tan íntimo. Y debo decirle que también me inventé un personaje para proteger a mi mujer y a mis hijas, para evitarles que revivieran la experiencia.