cuento de navidad

It's a long way to Tipperary

Laura Hamilton viaja a Flandes llevándose consigo el diario que su bisabuelo, el capitán Robert Hamilton, escribió entre 1914 y 1915. A través de sus páginas reconstruirá la excepcional tregua navideña de la primera guerra mundial en el frente de St. Yvon. Una ficción enmarcada en una gran tragedia real que marcó el siglo XX y de la que ahora se cumplen cien años.

ASÍ DEBIÓ DE SER.Dibujo de la tregua en la que 'tommies' y 'fritz' se dieron la mano, en diciembre de 1914, según un dibujo publicado en 'The Illustrated London News',el 9 de enero de 1915.

ASÍ DEBIÓ DE SER.Dibujo de la tregua en la que 'tommies' y 'fritz' se dieron la mano, en diciembre de 1914, según un dibujo publicado en 'The Illustrated London News',el 9 de enero de 1915.

Josep Maria Fonalleras

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Laura Hamilton viajó con sus compañeros de colegio a Flandes en una excursión de solo tres días. El 25 de noviembre partieron de la estación de Victoria Coach y el 27 regresaron a Londres después de haber atravesado el Canal hasta Folkestone. En esos tres días, Laura Hamilton supo quién era de verdad su bisabuelo y pudo leer el diario que el capitán Robert Hamilton había escrito entre 1914 y 1915, unas hojas que su padre, Andrew, había depositado en la maleta de la chica con la única condición de que abriera el sobre una vez estuviera en el hotel de Ypres.

El diario del capitán Hamilton estaba bien conservado, aunque algo raído en las tapas de color marrón, con algo de relieve, una especie de rugosidad que intentaba imitar a la piel, y algo descabezado en lo alto del lomo. Andrew lo guardaba desde hacía años en su despacho, herencia del padre de su padre, y con mucho cuidado había hecho fotocopias de sus páginas, una a una, para que Laura las pudiera leer justo al lado de las trincheras de Ploegstreert Wood, donde el capitán había vivido y sufrido los últimos días de noviembre de 1914, todo diciembre, y dos semanas de enero de 1915. Volvió de la guerra sin heridas aparentes aunque con una sordera que ya no le abandonaría jamás. La artillería, el ruido, las ráfagas sin descanso. Además, poco antes de la primavera enfermó por culpa de una infección que también atacó a su oído. En el frente de St. Yvon. Allí, en la Tierra de Nadie, donde el día de Navidad y también el día siguiente, los tommies cantaron junto a los fritz, y se repartieron regalos y tabaco y  chocolatinas, en un diciembre frío y helado como pocos. En esa libreta con el mes y el año en lo alto, luego dos rayas horizontales de color rojo, muy juntas, y, debajo, con el día de la semana y el día del mes, había escrito Robert Hamilton: «UN DÍA ÚNICO EN LA HISTORIA DEL MUNDO». En mayúsculas. Y después, en minúsculas: «Me encontré con ese oficial y pactamos un armisticio local de 48 horas».

laura hamilton leyó las anotaciones de su

bisabuelo en la primera noche, después de haber pasado el día con sus compañeros en Ypres, después de haber visitado las ruinas y los monumentos de la primera gran batalla de la guerra, una batalla que fueron muchas en poco más de un mes y medio y que congeló la guerra en las trincheras y que también congeló las piernas cubiertas de lodo y de mierda de todos los que allí lucharon y murieron, antes y después de la tregua. Leyó Laura:

Diciembre, 7: «Las trincheras están en muy mal estado después de la lluvia de anoche. Intentamos bombear el agua pero aun así no hay nada que hacer. Vivimos en este barrizal y aquí comemos y dormimos, cuando podemos».

Diciembre, 24: «Hoy hemos recibido una postal de Navidad de Jorge V. Me cuentan que el Rey la ha enviado a todas las tropas. Cada uno de nosotros también ha recibido un paquete, cortesía de la princesa Mary, con una foto suya, un lápiz, algo de papel, y un par de cajetillas amarillas: una con tabaco de pipa; otra, con cigarrillos. Todo ello en una cajita metalizada con su efigie grabada y sus iniciales. Los chicos podrán escribir a sus familias. También tenemos pudín y pasteles».

Y después de la nota relativa a la tregua, seguía:

Diciembre, 25: «Hemos podido recoger el cuerpo del capitán Maud. He ordenado a los soldados Harry Holden y William Augustus Hursey que cavaran un agujero en un claro del bosque de Plugstreet y que luego introdujeran en él su cadáver y que lo cubrieran con tierra. Calle de las cosas cubiertas, este bosque, de los cuerpos que en él reposan. Hemos rezado y Holden ha cantado It's a long way to Tipperary. Un largo camino hasta llegar a la dulce chica que me ama y que me espera ahí. Los alemanes han hecho lo mismo con sus muertos. La cruz de Maud parece un mojón del camino antes que una cruz. Ayer empezó a nevar. Hace frío. Después, hemos compartido con ellos carne y salchichas y cigarrillos y el pudín».

en el segundo día de la excursión a Flandes, Laura Hamilton visitó el mercado navideño de Ypres y el Museo de la Guerra y después un autobús llevó al grupo hasta Armentières y La Bassée, y luego hasta el bosque de Ploegsteert, allí donde el Primer Batallón de la Royal Warwickshire y el 133º Regimiento de Infantería de Sajonia abandonaron por unos instantes las trincheras infestadas de piojos y de cadáveres, de cadáveres con piojos o al revés, para salir a campo abierto, en esa tierra que no era de nadie, de nadie de los vivos ni de los muertos, y que fue, por un par de días, helada como estaba, algo así como un hogar. Laura vio la cruz de la tumba del capitán Maud, ese mojón, y también se fijó en otras cruces y en otras tumbas, como la del soldado William Augustus Hursey, fallecido en la primavera de 1915, que ese día de Navidad compartió salchichas y chocolate y cigarrillos con los fritz y que, unos meses más tarde, en la segunda batalla de Ypres, una batalla que también fueron muchas, congelada ya la guerra en esas tumbas que eran pantanos donde el barro te comía la pierna, murió gangrenado.

Laura Hamilton vio las fotos de los soldados durante la tregua e intentó descubrir a su bisabuelo entre ellos. No lo encontró, ni tampoco en la fila de combatientes que posaron para una instantánea que había de ser más tarde, el 8 de enero de 1915, la portada del Daily Mirror, esa conmemoración de una paz que solo duró unas horas, con los alemanes y sus cascos puntiagudos y sus gorras caladas sobre el pasamontañas, y con los ingleses y sus gorras de plato y sus tirantes con cartucheras y sus cascos, más chatos que los alemanes, con las manos en los bolsillos o con cigarrillos entre las manos, mirando a la cámara sin reír, conscientes de que vivían en un espejismo y que, cerca de allí, en Yser, por ejemplo, la guerra seguía igual, con más de cien muertos el mismo día de la Navidad en la que ellos compartieron salchichas y pudín.

Mientras Laura estaba con su clase en Ploegsteert, Andrew Hamilton, su padre, en Londres, repasaba los dominicales de la semana anterior. Para celebrar los cien años del armisticio inesperado, habían desempolvado cartas de soldados en el frente de Flandes. Puede que las escribieran con esos lápices de la princesa  Mary. En una de ellas se leía: «Queridos padres. Espero que tengáis cuidado con esta carta y con su contenido, porque me encontraría en una situación harto delicada si los mandos supieran que os cuento lo que os voy a contar. Seguro que me fusilarían. Pero necesito contároslo. En la trinchera en la que estamos, en Plugstreet, solo hay barro y cadáveres. El barro, por la lluvia incesante, se convierte en un enemigo interior que te corroe. Parece como si fuera un monstruo con ganas de engullirnos, tanto a nosotros como a quienes tenemos justo enfrente. En eso somos iguales. Y también en los muertos que aparecen como conchas en la playa, descompuestos, desmenuzados, parte del barro. Los enterraron más allá del parapeto de sacos y pedruscos y planchas de acero y, con las lluvias, el terreno ha cedido y ahora nos visitan. Recibimos una postal del Rey y un regalo de la princesa Mary, una cajita. Ayer por la noche, vigilia de Navidad, los alemanes colocaron árboles iluminados en lo alto de su trinchera y luego cantaron Noche de paz. Alguien de nosotros entonó luego Adeste fideles y efectivamente hubo paz. Hoy, día de Navidad, la paz ha seguido igual. Hemos salido de las trincheras y hemos atravesado las alambradas. Nos hemos dado las manos. Nos han fotografiado. Puede que un día veáis esa foto. Estoy detrás de un tipo que lleva, debajo de su casaca, un jersey de lana y está con un cigarrillo en los dedos. Os saludo. Feliz Navidad. Os escribo desde este lodazal inmundo. Dad recuerdos a mis hermanos y a tía Margaret. Espero veros pronto. William Augustus».

A las siete menos cuarto del 27 de noviembre, Laura llegó a Folkestone. En el tren, se durmió. A eso de las ocho y media ya estaban todos los de la clase en Londres. En la estación de Victoria Coach, el padre y la madre de Laura la estaban esperando.