Gente corriente
Graciela López: "La solución de nuestros males está en lo simple"
Técnica en hematología. Terapeuta holística. Un accidente le abrió las puertas hacia lo que llama salud vibracional.
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Asegura que era una persona muy mental, de las que buscan una explicación racional a cuanto sucede, hasta que sufrió un accidente. Graciela López Moreno (San Juan, Argentina, 1955) practica hoy la sanación vibracional, que pasa por canalizar energías e identificar primero las emociones.
-Tenía 9 años cuando, por razones laborales de mi padre, nos mudamos a la ciudad de Trelew, en el sur. En aquel momento, trasladarse a la Patagonia suponía hacer país.
-¿Por qué?
-Piense que nos llevaba a la playa y tenía que ponernos piedras en los bolsillos porque, si no, el viento nos volteaba… Viento y una inmensa planicie árida.
-Allí se formó como técnica hematóloga.
-Esperaba la oportunidad de ir a estudiar medicina a Buenos Aires, pero nunca llegó. Así que comencé a trabajar en el hospital de Chubut, como responsable del banco de sangre. De ahí, con el tiempo, me trasladé al Hospital Militar de Buenos Aires.
-¿Abandonó su país por la dictadura?
-No exactamente. Me fui cuando empezó la guerra de las Malvinas. Trabajaba en el hospital, y cada mañana veía, en el patio del centro militar anexo, cómo traían a chiquitos de 14 y 15 años, de las provincias del norte, y les hacían la instrucción con armas inservibles… Luego, nos los devolvían heridos.
-La guerra fue un ardid de la junta militar.
-El pueblo comenzó, de forma masiva, a donar alimentos y ropa -allí, en las islas, hace 30 grados bajo cero-, pero luego te llegaban las criaturas con déficit de nutrición. Resulta que les vendían los abrigos y el chocolate, y no podías decir nada.
-Ya.
-Me fui porque no quería ser partícipe de aquello. Mi propósito era seguir formándome, fascinada como estaba por el mundo hospitalario, desde la anestesia a los partos. Con los años de atención sanitaria, me di cuenta de que lograba tranquilizar a mis pacientes por imposición de manos.
-¿?
-Para hacer una extracción de médula en niños, que es muy dolorosa, acababan llamándome a mí porque lo hacía con facilidad y lograba calmarlos. Pero no solo yo… Todos hemos percibido que en el momento en que posamos la mano sobre un enfermo estamos transmitiéndole energía.
-Y un día el destino le dio un vuelco.
-Sí. Sufrí un accidente de coche, y el impacto fue tan fuerte -tuvieron que sacarme por el techo- que me quedé inmovilizada del lado derecho. Dicen que nada es casual, y unos días antes me habían entregado la dirección de una clínica china. Allí, sin preguntarme nada y tan solo con presionarme unos puntos en la columna y el omóplato, recuperé la movilidad.
-Una experiencia que le cambió el chip.
-Comencé a estudiar terapias alternativas: quiromasaje, reflexología, reiki, kinesiología… Y me afiancé en la creencia de que somos muy mentales y no percibimos que a menudo las emociones son la causa de la enfermedad. Si uno está mal emocionalmente, lo primero que se altera es el sistema inmunológico. El cuerpo avisa.
-Hay mucho blablablá al respecto.
-Sí, al ponerse de moda se ha desvirtuado un poco. Pero créame que uno mismo puede aprender a sanar sabiendo usar la energía. El poder está dentro de uno. He aprendido que en la simplicidad está la solución de la mayoría de nuestros males.
-Suena bien.
-Lo más difícil es aprender a ser, que significa aceptarte como eres, sin juzgarte ni culparte. Si lo consigues, tampoco juzgarás a los demás; así de simple. Para lograrlo, aplico la sanación de los campos energéticos que la persona me hace llegar.
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