Gente corriente

Ginés Cuesta: «Nunca busqué el drama, sino la belleza, lo cotidiano»

Fotógrafo por vocación. Su objetivo capturó la gran transformación de Verdum desde los 60.

«Nunca busqué el drama, sino la belleza, lo cotidiano»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Una vida libre y azarosa la de Ginés Cuesta Ortiz (Barcelona, 1945), con dos puntos de anclaje: el barrio donde se crio y la fotografía. Siempre en blanco y negro.

-Mis dos hermanos y yo vivíamos con mi madre, viuda, y mi abuela en el poblado de casitas de la calle de Cabrinetti (entonces, cerca de la cárcel Modelo), pero cuando llegó lo del Congreso Eucarístico, en 1952, nos trasladaron a las Viviendas del Gobernador, en el barrio de Verdum.

-Pisos hechos aprisa y con aluminosis.

-Sí, pero para mí, entonces, el barrio era maravilloso; todo esto eran parcelas. A pesar de las grandes carencias, esa época la recuerdo muy bonita. Yo amo este barrio.

-Se nota en las fotos.

-Nunca he buscado el drama ajeno en la fotografía, sino la belleza, lo cotidiano...

-¿Cuándo empezó a fotografiarlo?

-Me estrené en la nevada de 1962, con una cámara Werlisa de baquelita. Empezó a picarme el gusanillo, pero en un principio lo que yo quería era ser actor.

-¿Actor?

-Es que estaba trabajando como botones en el Hotel Recasens, en la Ronda Universitat, y conocí a cantidad de actores que lo frecuentaban: Pepe Isbert, Juanjo Menéndez, Carlos Lemos, y las folclóricas Marifé de Triana, Juanita Reina... Aquello, para mí, un chaval de barrio, me abrió una puerta al mundo.

-Se ilusionó.

-Tenía 16 años. Leí un anuncio de la Escuela de Actores de Julio Coll y me inscribí. Llegué a rodar una película, ¿sabe?

-¿Ah, sí?

-Iba a hacerla Joselito, pero no se entendieron. Luego, hicieron un casting y el director, el francés Maurice Ronet, me dio a mí el papel: el jefe de una banda de golfillos de barrio. En Francia se tituló El ladrón del Tibidabo, pero aquí La vida es magnífica.

-Una traducción muy libre.

-El caso es que no me sentí a gusto entre los actores y en seguida me puse detrás de la cámara, que es lo mío. Durante muchos años trabajé como meritorio, y luego como ayudante de dirección y cámara.

-Tiene una magnífica crónica gráfica sobre la transformación de Nou Barris.

-Hace cuatro años, legué todo mi material al Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris. La verdad es que aprendí mucho a través del cine porque me encargaban las localizaciones. Pero después de la jodida mili, pasé una mala racha. No encontraba trabajo y odiaba España. Así que me embarqué.

-¿Como marinero?

-Sí, en un petrolero. Viajábamos sobre todo al Golfo Pérsico. Después, en uno de mercancías; también con mi cámara, una Kodak Retina, pero no pude hacer muchas fotos. Era un barco medio pirata, que navegaba con bandera de conveniencia.

-¿Pirata?

-Sospecho que traficaban con armas, drogas… En fin, el caso es que me dieron una paliza tremenda en la sala de máquinas y, cuando atracamos, me escapé… Me vi en Nueva York, en invierno, sin pasaporte, durmiendo en el cine y pidiendo caridad.

-Qué duro.

-No fue fácil. Al cabo de un tiempo, conseguí un trabajo como cocinero a través de la Casa Vasca… Me ha tocado empezar muchas veces de cero en la vida, y también tiene su encanto. Regresé porque me sentía muy solo, y seguí estudiando fotografía.

-¿Se pudo ganar la vida con ello?

-Hasta que me jubilé, tuve que compaginarlo con el oficio de pintor de brocha; soy manitas y tengo gusto para los colores. Ese trabajo me permitía independencia para dedicarme a mi pasión, la fotografía.