EL DEBATE SOBRE EL ACCESO A INTERNET DE LOS MÁS PEQUEÑOS

¡Alerta!: niños con móvil

La generación Z ha convertido el 'smartphone' en un objeto esencial para su comunicación y para definir su identidad. No tenerlo significa en muchos casos su exclusión social. Pero, ¿a qué edad los niños pueden disponer de móvil propio sin que entorpezca su desarrollo vital? ¿Qué papel deben desempeñar los padres en este proceso? Preguntamos a los expertos. 

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EVA MELÚS

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Uno de cada cuatro niños de 10 años tiene un 'smartphone'. A los 11 ya es uno de cada dos y a los 12, tres de cada cuatro. A los 15 es raro el que no lo tiene. Los expertos habían alcanzado cierto consenso en fijar los 12 años como edad mínima para poseer un móvil con acceso a internet, coincidiendo con la entrada en secundaria. Sin embargo, los últimos datos apuntan que, en general, el gran momento se está adelantado como mínimo un año. Si se le pregunta a cualquier padre o madre, casi todos aseguran que habrían comprado el malévolo aparato más tarde. Que de ser por ellos, sus hijos no estarían tanto tiempo enganchados. La verdad es que el smartphone es un elemento esencial para entender la identidad y el día a día de cualquier adolescente. Con luces y sombras.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? El psicólogo Ronald Ling ya escribió en el 2004 que el móvil se estaba convirtiendo en el nuevo objeto de «ritual de paso» a la adolescencia. Para los que ya tienen una edad, algo parecido a lo que fue el reloj o la pluma que se regalaba en la comunión o del mítico walkman.

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No tenerlo puede significar la exclusión social. La «hermandad virtual» de la generación Z, la de los nacidos en el siglo XXI, interactua a través de un código extraño para sus padres y que se expresa, por ejemplo, a través de las entradas en Youtube de Rubius o Vegeta 777, emoticonos con forma de caca y aplicaciones como Snapchat. Es un mundo transportable en un bolsillo y que les acompaña allá donde vayan.

«Tienen el mismo significado que pueda tener la indumentaria o el argot. Si se generalizan, sobre todo entre el público adulto, pierden su sentido identitario y entonces deben buscar otros. Es lo que ha ocurrido con Facebook, por ejemplo», apunta Ariadna Fernández-Planells, que combina la investigación de los hábitos de consumo mediático de los jóvenes con la labor como docente en la Universitat Internacional de Catalunya.

«En una sociedad posmoderna sin claros referentes, el proceso identitario pasa por identificaciones parciales y efímeras. Poseer un móvil o una tableta determinada funciona como estabilizador emocional en un momento evolutivo nada fácil», añade Fernández-Planells. «Es parte de la indumentaria y la personalidad de las personas, sujetas a las modas», argumenta la investigadora.

OBJETO FETICHE

Sofisticados fetiches, los teléfonos inteligentes son también reloj, despertador, cámara de fotos o asesor personal de moda. En menos de una década, se han colado en todas las facetas de nuestro día a día. «Los adultos hemos conocido otras referencias, pero los niños son nativos digitales y han crecido pensando que el 'smartphone' ha convivido con nosotros toda la vida. Los adultos les hemos hecho creer que es una herramienta indispensable y les hemos creado una necesidad que no tienen», asegura el psicólogo Marc Masip, experto en adicciones a las nuevas tecnologías y director de Desconnecta, que ha creado una 'app' para ayudar a desengancharse del smartphone. 

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Masip se muestra pesimista sobre las consecuencias que el omnipresente móvil puede tener en la forma de comunicarnos. «Estamos creando una generación de adolescentes absolutamente cobarde, incapaces para afrontar las relaciones cara a cara y que exige siempre respuestas inmediatas», apunta. 

Según él, la edad mínima para tener un smartphone no debería ser anterior a los 16 años. «Antes de esa edad no suelen necesitarlo ni tampoco tienen la formación ni la madurez necesaria para manejarlo», asegura. «Una vez que el mal uso genera un problema real, ya no hay marcha atrás. Hablamos de una adicción o simplemente que te atropellen porque no estás atento cuando cruzas una calle. Quizás no somos suficientemente conscientes de que tener un móvil, como todo en la vida, comporta una serie de consecuencias», subraya el psicólogo. 

RENDIMIENTO ESCOLAR

Una de las más directas de este mal uso, apunta, suele ser el descenso del rendimiento escolar. «Porque incluso los adultos, sin darnos cuenta, le damos cada vez más tiempo al móvil. Es muy fácil perder la noción del tiempo frente a una pantalla», señala Marc Masip.

Otra especialista en adicciones a les TIC, la psicóloga de la Fundació Althaia Dominica Díez, añade al respecto que uno de los principales problemas del uso de los smartphones está en cómo afectan a la capacidad de concentración y a la manera de aprender. «La opción multitarea no existe ni para los adultos ni para los niños. El móvil puede afectar al rendimiento escolar. Se dice que los alumnos de hoy tienen demasiados deberes, pero éstos también pueden alargarse por las constantes interrupciones para revisar el móvil. Hay chicos con muchas dificultades para mantener la concentración demasiado tiempo, que practican un aprendizaje por series que no es productivo», apunta la psicóloga. 

Un 5% de las consultas que acudieron en 2015 a la Unidad de Juego Patológico de la Fundación Althaia tienen que ver con la adicción al móvil y los problemas generados por un mal uso del aparato. Otro 21% es de adictos a los videojuegos, entre los que se incluyen jóvenes que juegan a través del móvil. «Nos encontramos con niños muy vulnerables que son muy dependientes de la opinión ajena y de los ‘me gusta’ que tienen en Snapchat o Instagram. Son niños muy impulsivos, que sufren mucho cuando no reciben una respuesta inmediata y que tienen el móvil tan incorporado a su vida que les cuesta encontrar espacios de ocio en el que el teléfono no esté», explica.

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En una posición más conciliadora, el catedrático de Periodismo de la Universitat Ramon Llull Josep Lluís Micó, autor de un reciente estudio sobre jóvenes y tecnología, señala que nos solemos obcecar con los aspectos negativos y los tópicos que acompañan a la omnipresencia tecnológica, pero habría que tener en cuenta todas las posibilidades que brindan a la hora de aprender o de crear. «Estas herramientas, con la orientación adecuada, te permiten llegar más lejos que nunca en la historia», afirma.

CÓMO FUNCIONA LA VIDA

El periodista confiesa que se siente más cómodo defendiendo una edad mínima para poseer un móvil, no inferior a los 12 años. «Hay niños de 7 años con grandes competencias tecnológicas, pero éstas deber ir acompañadas de la suficiente madurez intelectual. Los niños de ahora pueden entender más rápido que la media de los adultos cómo manejarse en una red social, pero han de saber también cómo funciona la vida». Micó opina que se incide mucho en las consecuencias tecnológicas y poco en los valores en general: «Para mí la clave es una formación sólida que sirva tanto para pasear por el parque como para colgar un vídeo en Snapchat. El mundo 'on-line' y el 'off-line' no son tan distintos como nos empeñamos en decir». 

El 'smartphone', sostiene, no es bueno ni malo: «El problema es que el móvil o la pantalla con acceso a internet en general se convierta en la única ventana que les relacione con el mundo», argumenta. «Es verdad que mirar todo a través de esa ventana puede arrastrarnos al aislamiento, pero hay estudios que dicen que las personas más activas en las redes sociales también suelen serlo fuera del mundo virtual».

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Los 'smartphones' y las pantallas, sin embargo, sí que nos exigen nuevos equilibrios. La tecnología marca la pauta. «Por primera vez en la historia se ha invertido el espejo social y los adultos aspiran a una especie de adolescencia, en la que todo ha de ser rápido e inmediato», afirma Micó. Por primera vez también, los hipertecnológicos hijos enseñan a sus padres. «Si padres y maestros no hacemos los deberes, esto lleva a una pérdida de autoridad. No hace falta que los padres tengan un máster en Snapchat, pero sí conviene que sepan cómo funciona para poder hablar de ello con sus hijos y poder orientarles», señala. 

HUÉRFANO DIGITAL

A propósito, Ferran Resina, subinspector de los Mossos d’Esquadra y Jefe de la Unidad Central de Aproximación a los Ciudadanos, explica que las charlas y los consejos sobre «internet seguro» que el cuerpo empezó a impartir en el 2008 ya no tienen nada que ver con las actuales. Entonces, recuerda, se hablaba sobre todo de control parental y se recomendaba que los niños se conectaran en un lugar central de la casa, bajo supervisión. «Con la implantación de los smartphones esto ya no tiene sentido y ahora insistimos más en que entregar un móvil a un preadolescente ha de ser fruto de una profunda reflexión y en que no se haga sin normas y sin acompañamiento. Hemos de evitar que el nativo digital sea un huérfano digital porque lo dejamos solo», afirma. 

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Resina defiende que para proteger a los más pequeños hay que compartir referencias y conocer el mundo en el que se mueven. «Para mí es muy significativo que cuando preguntas nombres de youtubers en una clase de niños de 10 años todos los conozcan. Y, en cambio, cuando haces la misma pregunta en una charla para padres, no saben de quiénes les estamos hablando», explica. 

Como concepto de partida, Resina afirma que ha de quedar claro que el móvil que llevan los hijos es propiedad de los padres y que éstos deben conocer la clave de acceso. Sobre el dilema entre el derecho a la intimidad y el de la seguridad, cree la primera no debe limitar la segunda. «Por encima de todo, los padres tienen el deber de vigilar los derechos de sus hijos y es peligroso que en sus móviles haya parcelas privadas». 

Resina explica que, en esencia, las situaciones que se dan en internet son las de toda la vida, pero las dimensiones son muy diferentes: «No es lo mismo que un niño sea insultado delante de cinco compañeros a que se reproduzca en el grupo de Whatsapp de la clase. Si se hace viral, todo el colegio lo sabrá en un día y en una semana, toda la ciudad». 

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Otro ejemplo es el 'grooming' (conducta engañosa de un adulto para ganarse la confianza de un menor). «El pederasta que hace una década podía contactar con tres niños en un día como mucho, ahora puede hacerlo con 30 a través de internet», argumenta Resina. Y también el 'sexting' o intercambio de imágenes de contenido sexual que a menudo se acaba convirtiendo en material para extorsionar. «Hay que insistir en que los mensajes que llegan a la red dejan de ser suyos, que en el momento en el que los difunden pierden el control para dárselo a otros», recomienda el responsable policial. 

Se ha de educar en la responsabilidad y en el respeto. «Los padres tienen mucho miedo de que sus hijos acaben siendo víctimas en internet, pero también pueden convertirse en agresores», explica. Una postura habitual suele ser limitar las horas de uso, como si la abstinencia digital evitara los peligros y problemas. Lo cierto es que los móviles forman parte de la realidad de los preadolescentes, para bien y para mal, y lo más sensato parece que es preguntarnos qué necesidades está cubriendo y cuál es el uso más saludable. 

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