Publicada en El Periódico el dia 14 de mayo
Sin familia ni chalet
Edwin Winkels
Periodista
EDWIN WINKELS
El pequeño Fernando Sneyder, que aún no ha cumplido 3 años, se columpia en un parque infantil donde ya lleva dos días perdiendo la inocencia. Él juega en medio del ruido de uno de los cruces más transitados de Lorca, donde los silbatos de policías locales impiden el paso a la calle de Juan Carlos I, la arteria principal de la ciudad y la más inundada por cascotes de bloques de pisos. Luego intenta dormir bajo un techo de cartón en una chabolita improvisada entre los columpios.«La primera noche no teníamos el cartón, y el niño, que no paraba de llorar, y mi mujer pasaron mucho frío»,cuenta su padre, Fernando Brito.
La familia, ecuatoriana, no ha querido refugiarse en el cercano campamento del Huerto de la Rueda, el más grande levantado entre la Unidad Militar de Emergencias (UME) y la Cruz Roja. Ahí se encontrarían con cientos de compatriotas, y con otros tantos marroquís. Son casi exclusivamente inmigrantes quienes pueblan las tiendas de campaña y alargan las colas para comida y bebida y para inscribirse en una lista de afectados. La cónsul de Ecuador, Cecilia Erique, incluso ha instalado una mesa específica para atender a sus compatriotas.
Oficialmente, de los 92.000 habitantes de Lorca, el 20% son extranjeros, con mayoría de ecuatorianos (6.738) y marroquís (6.573), pero en esa cifra faltan seguramente unos miles de irregulares. El crecimiento de la localidad murciana debido a la ola de inmigración ha sido espectacular: en el 2001 tenía 72.000 habitantes, 20.000 menos.
Y son precisamente esos inmigrantes los que, a diferencia de la población autóctona, apenas tienen familia a la que acudir ni segundas residencias en la playa para esperar mejores tiempos.«Toda nuestra familia está afectada, nadie puede entrar en su piso. En total, nos hemos reunido 38 de la misma familia en una sola tienda de campaña»,dice Rosa Correa, una ecuatoriana a punto de pasar la tercera noche en el campamento de La Viña, el barrio más afectado. En sus brazos lleva a Mairena Daniela, de ocho meses. A su lado, Cristián, de 17, a quien el terremoto sorprendió jugando a las peonzas. Y en la tienda le espera Kevin, de ocho, al que seguramente vendrá a buscar el padre, que vive y trabaja en Terrassa.«Dormimos bien aquí, hay mantas y comida, aunque no es como en casa, claro. Pero la casa está muy mal, no sé si podremos volver a entrar. Estamos esperando al dueño, que vive en Madrid».
Demasiada gente
En el centro de Lorca, Fernando Brito ha ido a ver el campamento, pero no le gusta. Demasiada gente, demasiado ruido. Niños llorando, ancianos lamentándose en voz alta. A las tres de la madrugada fue a buscar una pastilla para su mujer, con dolor de cabeza; tardó un par de horas en conseguirla. Prefiere quedarse en el parque infantil, cerca de su piso, que tiene pintada una señal amarilla en la puerta, lo que significa que puede entrar y salir con precaución.«Me hice una sopa de pollo, aún nos quedan cosas en la nevera». También quiso llevar a su hijo, para que se duchara, pero tiene miedo.«Solo dice: 'La casa se cae, la casa se cae'». Al pequeño Fernando le ha quedado el trauma de bajar siete pisos en brazos de su padre, saltando escalones y con el edificio temblando. Puede que nunca se olvidará.
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