Viaje al espacio

<img height="60" alt="" width="650" src="http://especiales.elperiodico.com/graficosEEPI/cas/logomalaspina653CAS.jpg"/>

 

EXPEDICIÓN MALASPINA / 1 de marzo del 2011

La Vía Láctea, vista desde Australia.

La Vía Láctea, vista desde Australia. / IP UP, SM. KEY S, RO. XMEH PDS *

LUIS MAURI / A bordo del 'Hespérides'

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Hespérides lleva un retraso de 70 millas sobre el plan. Eso supone unas seis o siete horas de navegación con buena mar. No es un buque rápido: la velocidad máxima que pueden alcanzar sus cuatro motores es de 14,7 nudos (27 km/h). El fuerte temporal de días atrás obligó a tomar rumbos que apartaban al barco de su derrota y a navegar a velocidad ínfima para aminorar los latigazos del oleaje. Además, algunas estaciones (el tiempo que el Hespérides queda al pairo, por las mañanas, para realizar las maniobras de extracción de muestras) se han alargado más de lo programado. Cuanto más tiempo de estación, menos de navegación, y viceversa.

El jefe científico, Jordi Dachs, y el segundo comandante, Alberto Escribano, han hablado de la necesidad de recuperar el retraso. Las estaciones no podrán alargarse más tiempo del previsto. Y algunos días será necesario recortar algo la duración programada. Las jornadas de los investigadores siguen siendo interminables. Catorce, dieciséis horas. En la expedición Malaspina no hay turnos. Los científicos trabajan doblando jornada. Aun así, a nadie le viene bien reducir su cuota de experimentos. Dachs decidirá por dónde mete la tijera para ir recuperando el retraso acumulado. Dachs y Escribano han insistido en la necesidad de iniciar cada maniobra con la máxima puntualidad para no demorar más la navegación.

Con este régimen, al terminar, por las noches o recién desprecintada la madrugada, no quedan ganas de mucho más que retirarse a la cama. Ni siquiera de asomarse a la cubierta para asistir a uno de los más asombrosos espectáculos que puede presenciar el insignificante ser humano: el firmamento sin la interposición de nubes ni de contaminación lumínica ni atmosférica.

La medianoche del lunes al martes, en la cubierta del puente de mando, la exploración del cielo se tornaba un ejercicio hipnótico. A proa, Venus, el brillante planeta hermano de la Tierra, uno de los tres únicos cuerpos celestes que pueden ser observados a simple vista de día, junto con el Sol y la Luna. Sobre el buque, envolviendo la galaxia, el mágico halo blanquecino de la Vía Láctea.

A estribor, la carismática Cruz del Sur, símbolo precolombino, valiosa guía para navegantes (si se prolonga 3,5 veces el eje principal de la cruz desde la estrella más brillante, la línea llega al polo sur celeste, y una vertical trazada desde este punto hacia el horizonte marca el sur geográfico en la intersección), motivo de banderas (Australia, Brasil, Nueva Zelanda...) e inspiración de poetas (Neruda). La Cruz del Sur es la más pequeña de las constelaciones y solo es visible en el hemisferio meridional.

A popa, la más popular de las constelaciones, Orión, el cazador mitológico tensando su arco o empuñando su espada o su garrote. Más bien sugiere las formas geométricas de un reloj de arena. De Orión cautiva la supergigante roja Betelgeuse, en la esquina superior izquierda del reloj, y el cinturón del guerrero, formado por Alnitak, Alnilam y Mintaka, las Tres Marías.

Cada tanto, una estrella fugaz (en realidad no son estrellas, sino meteoros) cruza el cuadro hipnótico. La bóveda celeste y sus cuerpos luminosos se extienden hasta el horizonte y este, en 360º. El encantamiento es insoslayable. El mar apenas es ya una intuición. Negro, invisible, ha desaparecido. No existe. Nunca estuvo ahí. Con un rumor suave y monocorde, el Hespérides navega ahora en el espacio.